tag:blogger.com,1999:blog-149389482024-03-07T05:00:09.804-03:30Aníbal Barrera OrtegaConfesiones personalesAníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.comBlogger30125tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-33703636303700314862008-11-14T20:01:00.002-03:302008-11-14T20:08:09.695-03:30¡A pesar de haber sido boxeador!<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdflqpDccp-EXOFgrDnkFh4gT5N9pWXVJxj7JOOGOqGbVrXW3azU-9LMSWzZdhGVEXSfbwcyhCJgivhov1ix8J8rWKUzeIua9UwOFVcxb9ASeV4vapxFwCIzhpyY4uil-bQABl/s1600-h/Banderas.jpg"><img style="cursor: pointer; width: 106px; height: 123px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdflqpDccp-EXOFgrDnkFh4gT5N9pWXVJxj7JOOGOqGbVrXW3azU-9LMSWzZdhGVEXSfbwcyhCJgivhov1ix8J8rWKUzeIua9UwOFVcxb9ASeV4vapxFwCIzhpyY4uil-bQABl/s320/Banderas.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5268661543688992722" border="0" /></a><br /> Aun cuando la señorita Sandra sostenga lo contrario, yo creo que no estoy loco.<br /> Debo reconocer que mis nociones en torno a la locura son demasiado básicas. No obstante, me atrevo a decir que no estoy loco y que es falso que lo haya estado desde niño. Pese a que desde niño amé la guerra.<br /> Hay cosas que, definitivamente, la señorita Sandra no entiende.<br /> Pero sí debo aseverar fuertemente que aquella vez enloquecí. Enloquecí aun cuando siempre amé la guerra.<br /> No soy yo ni el autor ni el narrador de este relato. O soy el autor y el narrador a medias: cuento con la mediación de un periodista audaz. El huevón es harto raro, pero ama el boxeo. Tiene edad como para ser mi padre. Y ha sabido hablarme claro: me ha dicho que, por huevón, me arrastré hasta un infierno desde el cual cuesta salir.<br /> Me llamo Carlos. Tengo veintiocho años y un par de meses. Por algún intrincado motivo, siempre amé la guerra. Creí en la dimensión sublime de la guerra. Ya a los ocho años comencé a creer que la vida tiene sentido: me veía emulando a Arturo Prat. No es que Prat me despertara una especial admiración ni que haya podido valorar la dimensión histórica de su gesta, sino me interesaba emularlo como mero protagonista de un acto de guerra. A esa altura supe empíricamente lo que es la adrenalina. En mis noches de niño pobre, cuando imaginaba que me encontraba en combate en la rada de Iquique, mis pupilas se dilataban para mejor ver todas las incidencias de aquella hermosísima confrontación bélica. Y mi corazón de niño galopaba cuando me veía saltando a la cubierta del Huáscar. A esa altura, nadando en adrenalina, me empezaba a quedar dormido mientras saboreaba la gloria de mi muerte en combate. El olor de la pólvora quemada es sencillamente maravilloso.<br /> Sin embargo, nunca fui violento ni lo soy ahora (en estas patéticas y no esperadas circunstancias en que me encuentro).<br /> A los quince años, empecé a boxear con guantes de boxeo. En el ring y con todas las de la ley. Aprendí a amar ese deporte, el venturoso y cabal deporte de la brutalidad regulada. Mi mentor fue un popular boxeador profesional de Temuco, cuya identidad sacra reservo sólo para mí. Por su digno y varonil intermedio, logré saber que el boxeo es la más magistral metáfora deportiva del insigne y varonil arte de la guerra. Porque la guerra es también una magistral brutalidad regulada.<br /> (No se piense que yo soy capaz de elucubraciones de este tipo: son cosas del periodista: él me ha dicho, en la dinámica de muchas tertulias tristes, que cree poder interpretar de buena forma las cuitas que le he confiado en este lugar. Y yo creo que es así: el periodista me cacha y me alienta. Y me dice que no incube rencores, me dice que las mujeres son indefectiblemente así. Y me dice que mi problema es la huevonería).<br /> No soy un hombre de letras ni de luces, soy más bien del montón. Mi escolaridad limita con los dos últimos años de la enseñanza media, los que aprobé hace algunos años mientras cumplía el servicio militar en el Regimiento “Tucapel” de Temuco y era ya boxeador consagrado como campeón de campeones.<br /> Me gustó la cosa militar. Bueno, me había gustado siempre. Pero me gustó quizá si especialmente cuando, nombrado ya cabo segundo de reserva, por mis muy claros merecimientos castrenses, fui coronado como campeón de boxeo militar. Mi categoría era superwelter: pesaba casi exactamente 70 kilos. Mi estilo boxeril era considerado elegante. Fue en el asiento divisionario del Ejército, en Valdivia. Era mi primer año del servicio militar. ¿Cómo no recordar que el ambiente de aquella oportunidad –el Gimnasio de la Universidad Austral– tenía el aroma glorioso de la pólvora quemada? Es que estaban plenamente hermanados lo boxeril con lo militar. Nos habían dado cita a más de cincuenta púgiles militares de todos los regimientos de la IV División del Ejército. Y yo fui campeón de campeones.<br /> A poco andar, desde que me convertí en conscripto del Ejército, había yo quedado integrado a la selección de boxeo del Regimiento Tucapel. Los cabos y los sargentos cacharon en breve que mi estado físico (y mi clara prestancia boxeril, creo yo) de aquellos días eran inmejorables. Soy un gallo sin vicios, lo que, estoy seguro, debo al noble deporte del boxeo y a mi amor por la guerra. Me han dicho siempre que no tengo mala facha. Hablo poco. No fumo ni tabaco ni yerba: jamás he experimentado con marihuana ni con otras cosas análogas (análogas, en tanto que relación de semejanza entre cosas distintas). Sólo en algunas oportunidades bebo cerveza y en cantidades que considero claramente menores.<br /> Aquella vez sí enloquecí: había bebido mucho güisqui y estaba ebrio; me sentía navegando entre efluvios de pólvora ardiente –el aroma de la pólvora quemada es sencillamente ineludible– y de adrenalina, e hice lo que hice. El periodista me asegura que no habría enloquecido si antes hubiera fumado prudentemente la yerbita de Dios y, por ende, el desenlace de todo hubiera sido otro. Un final menos cruento. Sí, creo que pudo ser posible, pero yo era un guerrero y un boxeador fanáticos: pese a que me la ofrecieron muchas veces, siempre me negué a fumar marihuana. Creía que es cosa de maricones; y, claro, un boxeador siempre habrá de negarse a ser maricón (tengo que precisar que el periodista me ha repetido que si bien en Chile no se han conocido boxeadores maricones, sí es posible encontrarlos en cantidad no despreciable en Argentina).<br /> Bueno, no quiero marear a ninguno de ustedes con mis relatos boxeriles; juro que seré económico al respecto.<br /> Lo que quiero decir es que aquella vez perdí el sentido de lo boxeril. Enloquecí. Sentí por primera vez la necesidad de matar. En el boxeo eso nunca ocurre. Claro, ocurría en mis ensoñaciones guerreras, pero no eran sino eso: puras ensoñaciones (ensoñaciones puras).<br /> Me gustó harto la cosa militar. Postulé a la Escuela de Suboficiales del Ejército; quedé aceptado. Seguí boxeando, gané más y más pergaminos. Al cabo de dos años, salí graduado como cabo segundo de planta del Ejército de Chile, en el arma de Infantería.<br /> Todo marchó bien. Me fue bien en todo. Se me consideraba un instructor militar de excepción. Me daba el lujo de ayudar con plata a mi mamá y ya estaba empezando a pensar en casarme con la Blanca. Pero llegó destinado a mi regimiento –el Regimiento de Infantería Motorizado Nº 1 “Buin”, de Santiago– mi teniente Martínez (omito, por consejo de mi abogado, su nombre u otras caracterizaciones que posibiliten su identificación). El hombre había pasado cuatro años en el Regimiento “Chacabuco”, en Concepción, y llegó al “Buin” con fama de ser un excelente oficial. Mi teniente tenía la facha de un actor del cine español. De Antonio Banderas. (En realidad, esto empezó conjeturándolo el periodista cuando me pedía que le describiera el físico de Martínez. Cada vez que yo lo hacía, el periodista comentaba que mi teniente compartía el biotipo de Antonio Banderas. Yo no sabía nada de Antonio Banderas; nada, en absoluto. Pero cuando el periodista se consiguió con el cabo Mardones acceso a Internet y me mostró más de treinta imágenes de Antonio Banderas, no puedo menos de decir que mi teniente Martínez era igualito a ese actor español, lo que, como se verá, tiene en el presente relato una importancia mayor y terminal).<br /> A los tres años en el grado de cabo segundo, quedé aceptado para realizar el Curso de Comandos. Desde que empecé a vincularme con la cosa militar, me pareció el más digno de los desiderátum llegar a lucir sobre mi cabeza la boina negra que adorna la cruenta y siempre mojada cerviz de los Comandos y a mirar el mundo con una especial fiereza. O, al menos, con un estilo especial (como en el boxeo). Siempre sospeché que el Curso de Comandos es algo así como el paroxismo de la lógica guerrera, de ese sentido de las cosas que quise vivir –y que viví delirantemente, con adrenalina y pólvora incluidas– desde niño.<br /> Mi teniente Martínez quedó también aceptado para realizar el Curso de Comandos, pero con un puntaje bastante inferior al mío. El hombre tenía una excelente pinta y era harto canchero, pero le faltaba ser boxeador, como yo. Y, como se verá, le faltaba ser propiamente un guerrero (el periodista me ha informado que Nietzsche habló de las abismales diferencias entre los militares y los guerreros).<br /> Nos habíamos preparado juntos para ser Comandos durante más de seis meses. Trotábamos casi todas las tardes más de quince kilómetros por todo el entorno del Parque Metropolitano de Santiago, con el casco de acero en la cabeza, llevando la mochila de asalto cargada de ripio y portando el fusil Sig-Famae y todos sus cargadores. Hacíamos incontables levantamientos en la barra, tanto en pronación como en supinación; nos esmerábamos con abdominales de todo tipo y con decenas de flexiones de brazos desde el suelo. Nadábamos vestidos en la piscina del regimiento. Yo empecé a admirar su prestancia principesca. El periodista me comenta que aquello fue el principio del fin.<br /> En una de ésas, compartiendo unas pocas cervezas (fuera del regimiento, por cierto), mi teniente Martínez me dijo que fuera de las horas de servicio lo tratara de tú; que no me hiciera problema con eso. Yo le contesté que era para mí un honor que él me lo pidiera. (No me pareció relevante que mi monitor temuquense de boxeo me haya repetido muchas veces que, al igual que en el ring, en la vida hay que saber cuidar las distancias).<br /> En otra de ésas, un mes antes de irnos a al Curso de Comandos, le dije a mi teniente que la Blanca, mi polola de varios años, quería conocerlo. Me contestó que para él sería un gran honor. A la Blanca yo le conversaba sobre mi teniente Martínez, le decía que era muy caballero, muy elegante, muy buen conversador, muy rebién pinteado. Que yo lo admiraba. Y, por supuesto, que era mi amigo (el periodista me ha dicho muy paternalmente que yo soy sobradamente huevón).<br /> Debo puntualizar que yo me sentía inflado con esa amistad: ya no se trataba nada más que de estar preparándonos juntos para ser Comandos del Ejército de Chile, de lo que se trataba era de que éramos amigos lo que, dicho sea de paso, es un logro casi imposible en la cosa militar chilena, sordamente clasista y discriminatoria. Además, yo admiraba su belleza masculina.<br /> Nos encontramos en un exclusivo pub de Providencia (mi abogado me ha recomendado que no lo identifique). Martínez me había dicho perentoriamente que él correría con el financiamiento de la invitación. Yo acaté disciplinadamente.<br /> A las tres de la tarde de ese fatídico día sábado, nos bajamos del Metro con la Blanca y caminamos un par de cuadras hasta el pub. Martínez ya estaba elegantemente instalado. Sentado en un sofá, una pierna sobre la otra, bebía vino blanco en una copa de cristal, ingería bocadillos de jamón serrano (después supe que el vino era de la exclusiva marca Beronia y fermentado en barrica) y parecía solazado con una adecuadamente distante música clásica.<br /> Supe desde el principio que ese ambiente no era ni para la Blanca ni para mí: podrá inferirse de lo ya expresado que yo no puedo ser un de gustos caros, que soy una persona de modesta complexión social. Para mí, lo real es que mi origen social es modesto: nací y crecí en el barrio Santa Rosa de Temuco. Desde niño supe de privaciones y de la falta de padre.<br /> Martínez estaba vestido con contundente garbo. Después supe que su tenida completa era de la afamada marca Giorgio Armani, lo cual, según el periodista, implicaba que, si yo no hubiera sido tan huevón, habría podido comenzar a saber que mi amigo teniente no era una persona de fiar. (¿No te diste cuenta, Carlitos, que un teniente de Ejército no puede financiar con su sueldo ni la indumentaria Giorgio Armani ni el vino Blanco Beronia fermentado en barrica? –me ha preguntado varias veces el periodista– ¿Cómo mierda no pudiste cachar que ese huevón era un chanta y un cafiche?)<br /> De inmediato, Martínez se levantó del sofá de estilo que estaba ocupando y se acercó parsimoniosamente a nosotros.<br /> –¿La señorita Blanca? –le dijo a mi polola, a la par que la escudriñaba, la besaba en la mejilla, le contemplaba los senos y la cogía de ambos brazos. Yo no le di importancia, no me gustó que la besara pero entendí que era un asunto ligado al ambiente y a la circunstancia.<br /> La Blanca se veía estupenda. Recuerdo que yo me sentí como sobrando: no andaba vestido para ese ambiente. Me había puesto mis bluyines más nuevos y una polera negra adornada con motivos deportivos. Mis zapatillas no eran del todo malas (eran Nike), pero nada podían con la elegancia de los mocasines Giorgio Armani que calzaba el teniente Martínez quien, dicho sea de paso, era un fulano harto bien parecido (me parece que ya hablé de Antonio Banderas). La Blanca, en cambio, parecía una reina y no desentonaba para nada ni del ambiente ni de la circunstancia. Le había pedido a la administradora del supermercado donde trabaja como cajera que le prestara pilchas elegantes. La jefa, que es de la misma talla que la Blanca, le pasó de todo: algo así como un gorro de color blanco que enmarcaba perfectamente su carita de niña buena, una polera blanca, hecha del mismo material que el gorro, con tirantes delgados y un escote no demasiado audaz. (Yo preferí hablar de un escote no demasiado audaz; el periodista quería escribir “un escote que mostraba con audaz parcialidad la insinuación de sus senos deliciosos”. Bueno, yo me negué porque, por grave que haya sido todo lo que ocurrió, no se me puede olvidar que mi primer monitor de boxeo me inculcó siempre un respeto proverbial hacia las mujeres. Aunque sean putas y traidoras, me decía).<br /> Yo me sentía sobrando. El ambiente y, en especial, la circunstancia estaban siendo apropiados para la Blanca pero no para mí. Martínez, con el garbo de Antonio Banderas, me puso sus brazos sobre mis hombros y me preguntó:<br /> –Tú, Carlitos, me tienes que decir qué les ofrezco para que brindemos por esta oportunidad.<br /> Yo no sabía que había que brindar; estaba muy turbado. Me sentía sobrando. Hasta pensé en volver a tratarlo de usted.<br /> –No…, decídelo tú nomás –le dije entrecortadamente.<br /> El teniente le habló latamente a la Blanca de las bondades del Blanco Beronia embarricado; qué sé yo… que la fermentación en barrica, procurando unir frescura y frutosidad con vainilla, tostados y cuerpo, es ensamblar el fruto y la juventud con el contraste que suponen las sensaciones más complejas y suaves. (La verdad es que no sé por qué mierda recuerdo aquello). La Blanca –que no cachó para nada esas explicaciones abstrusas– le dijo con pícara sonrisa que quería probar ese vino. Cuando me tocó hablar a mí –yo estaba claramente de segundón–, le dije que prefería un güisqui, como el que le gustaba a don Arturo Godoy, gran campeón de Chile (aun cuando sabía que don Arturo se fue a la mierda en 1940, en su segundo combate con Joe Louis, por la ingesta descabellada de güisqui que le procuraron los mafiosos del boxeo estadounidense para que perdiera su noble prestancia iquiqueña y boxeril).<br /> Martínez le ordenó al garzón una botella de Johnie Walker de doce años. Me preguntó si prefería el güisqui con hielo; yo le dije que no, que así nomás, a lo mero macho.<br /> Bueno, parece preferible ahorrar detalles. Nos sentamos los tres en derredor de una mesa finamente enmantelada y flanqueada por columnas. Los asientos eran forrados en cuero café y como curules romanos. Sobre la mesa había un candelabro de bronce con tres velas finas encendidas. Había una música ambiental que era –obviamente, alguien me lo tuvo que decir– de Johan Julius Christian Sibelius. Claro, toda esa huevada no era para mí, razón por la cual me puse a tomar güisqui solo vaso tras vaso y dejé que mis pensamientos divagaran, mientras el teniente Martínez se dedicaba a palabrear a la Blanca. A mí el gargüero se me puso como al rojo: era la primera vez que tomaba güisqui. Yo no participaba de lo que hablaban; en realidad, de lo que hablaba mi amigo Martínez, mi futuro compañero en el glorioso Curso de Comandos (la verdad es que no he podido recordar lo que este huevón le decía: yo ya estaba medio curado. Además, me levanté varias veces a echar largas y plácidas meadas en la sala de baño más perfumada, elegante y gigantesca que es posible imaginar). Lo que me pareció clarito es que la Blanca, fuera de muy entusiasmada, también estaba algo curada con el Blanco Beronia.<br /> No sé en qué momento ocurrió todo. Supongo que la Blanca le dijo a Martínez que necesitaba ir al baño. Supongo también que éste le dijo que él la acompañaba. Lo claro es que ambos desaparecieron de allí. Recuerdo que dejé de divagar y empecé a ver todo como en rojo, recuerdo que el ambiente se impregnó de pronto de olor a pólvora en combustión. No obstante, había algo –¿la adrenalina?– que olía pésimamente mal. Con alguna dificultad, me levanté de mi curul, soplé fuerte las velas: se apagaron. Y caminé casi a oscuras e inciertamente: no sabía dónde quedaba el baño de damas. Se lo pregunté con calma a un garzón que se me había acercado inoficiosamente:<br /> –Disculpe, mi caballero, ¿dónde queda el meadero de las comadres?<br /> El hombre, solemne en su elegante indumentaria de sirviente, me miró con lástima (yo desentonaba en ese ambiente):<br /> –Yo lo acompaño…, señooor.<br /> No sé por dónde me llevó. De repente, encontré a la Blanca y a Martínez. A mi teniente y a la Blanca. Este huevón la tenía abrazada; ella ya no tenía el gorro de color blanco y los tirantes de su blusa no estaban en su lugar. Era un pasillo con tenue iluminación en el que había raras estatuas de mármol, con muros empapelados y llenos de cortinas, conducente al baño de damas. Desde el tórax amplio de mi teniente Martínez, recubierto por las pilchas Giorgio Armani, los ojos verdosos de la Blanca se clavaron en mí con expresión de suprema angustia.<br /> El periodista se ha empeñado en repetirme que aquello fue horroroso, pero que pude haberlo visto minimizado por la santa mediación de la yerbita de Dios. Y yo he terminado por pensar que así fue; me vi enfrentado al supremo e invencible horror de aquella mirada culpable y eso me llevó, por primera vez, al paroxismo de la locura:<br /> ¡Sentí, por primera vez, la necesidad de matar! ¡Ah, si hubiera sabido fumar marihuana entre mis ensoñaciones, nada de aquello habría ocurrido, y a esta hora yo no estaría aquí!<br /> Martínez supo también que aquél era un horror supremo. Sin que mediara palabra alguna, el teniente soltó sin la menor delicadeza a la Blanca y me enfrentó en la pose de combate de los karatecas. Y yo supe de inmediato que aquel escenario de un muy elegante y poco iluminado pasillo interno de un pub exclusivo de Providencia se había convertido en un ring atípico e infernal: no habría de haber allí brutalidad regulada. Pero me puse en la noble actitud boxeril que me fue enseñada a los quince años en Temuco: el pie izquierdo levemente adelantado y apuntando hacia el contrincante, el derecho desplazado en un ángulo de casi noventa grados con respecto al pie izquierdo; las rodillas levemente flectadas; la parte superior del cuerpo suavemente cargada a la derecha (pero con mis ojos fijos en la frente del teniente Martínez, en la mitad exacta del triángulo equilátero formado por la línea de sus ojos como base y emergiendo hacia arriba del entrecejo. Mi primer instructor de boxeo, cuando yo tenía quince años, me enseñó que el púgil debe dominar al rival con la mirada (el periodista me ha enseñado que esa treta tiene raigambre en la semiótica gestual). En fin, mis brazos y mis manos reciamente empuñadas dispuestos de tal modo que pudieran proteger indistintamente el estómago, las partes costales y especialmente la cara.<br /> Martínez, mucho menos ebrio que yo, quiso propinarme un low kick (patada) en los testículos para dejarme de inmediato fuera de combate. Pero no llegó a materializarlo: cuando supe, en función directa de mi perspicacia boxeril, que el teniente iba a lanzar una patada a mis bolas, comencé a rodearlo, a bailar alrededor suyo.<br /> Debo puntualizar que, aun enloquecido y casi ebrio, no se me pasó por la mente usar los pies para neutralizar al teniente Martínez: los boxeadores usamos los pies sólo para sostenernos y para hacer bailar al contrincante. El periodista me ha explicado que la caballerosidad boxeril impide golpear con los pies. Me ha dicho que sir Arthur Conan Doyle escribió en varias de sus novelas que los brazos están pensados por el Demiurgo como armas de combate y que los pies fueron pensados para bailar y para avanzar (ya que nunca para retroceder).<br /> Yo estaba medio ebrio y muy obnubilado por los efluvios de la pólvora en combustión, pero estoy seguro de que no desmerecí como boxeador. El olor a pólvora no me mareaba. Martínez, en cambio, no tenía necesidad de oler pólvora (creo, además, que nunca amó el olor a pólvora: no fue jamás un guerrero. Yo sí lo soy): se mareaba por la ingesta previa de Blanco Beronia, con mi baile y con mis ojos apuñalando despiadadamente su frente.<br /> Hice durar el baile unos tres minutos hasta que llegó el momento. Martínez mostró un rictus (aspecto fijo o transitorio del rostro al que se atribuye la manifestación de un determinado estado de ánimo) de pérdida de la alerta combativa. Estaba muy mareado.<br /> Lo amagué dos veces con un jab de izquierda y le zumbé de inmediato un potentísimo cross de derecha hacia su boca elegante y traicionera de Antonio Banderas.<br /> Eso fue todo. La Blanca estaba histérica. Desde que los encontré abrazados (sospecho que ya se habían besado porque después pude recordar que la Blanca tenía el cuello enrojecido), la pobre no hizo sino sollozar de modo incoherente. Sabía que me había cagado con Martínez. Es posible que el error haya sido mío: yo no debí hablarle de mi teniente como le hablé (el periodista ha llegado a decirme que en cada hombre se esconde una bestia, pero en cada mujer, además de una bestia, hay también una puta. Ahora bien –agrega–, la huevonería es patrimonio de nosotros los varones).<br /> Martínez cayó de espaldas y azotó su cabeza contra el pene de un horripilante Fauno marmóreo. La Blanca salió corriendo en dirección a cualquier parte. Se perdió entre las estatuas.<br /> –¡Lo mataste, Carlos! ¡Lo mataste! –alcanzó a gritar, fuera de sí, varias veces, antes de perderse entre las blancas estatuas de mármol.<br /> En realidad, el teniente tardó algunos minutos en morir. A mí, la curadera se me espantó como por arte de magia: supe que Martínez me miraba con expresión bobina. Sangraba profusamente de la parte posterior de su cabeza, penetrada justicieramente por el Fauno blanco. Yo le sostenía la vista –lo seguía mirando sin piedad en la parte central de su frente de Antonio Banderas– y no me sentía para nada atribulado.<br /> –Carlos…, te pido que… ¡me perdones! –me logró decir con lastimosa dificultad el teniente.<br /> –¿Y qué adelanto con perdonarte? –le respondí brevemente y con la mejor de las indolencias– Total, ya no podremos ser Comandos ¡ni yo ni tú!<br /> Mientras en todo el pub se desataba una atroz parafernalia, yo, muy sereno, logré conseguirme un teléfono y avisé al Regimiento “Buin” lo que había ocurrido.<br /> Todo el resto es casi obvio. La jueza de Garantía me recetó la medida cautelar de prisión preventiva. El defensor público me ha dicho que arriesgo tres años y un día de presidio por cuasi delito de homicidio. Que verá lo que él pueda hacer, pero que el cuento no es nada, nada de fácil.<br /> El Ejército no me respaldó para nada: mi estupenda Hoja de Vida, llena de felicitaciones militares, sirvió para nada. Como tampoco sirvieron todos los comentarios que mi desempeño profesional militar suscitaba: que era un instructor de excepción, que iba a ser el mejor de los Comandos, que era un boxeador eximio, qué sé yo cuántas huevadas más de ese tipo. Y la razón me parece clara: se logró establecer que el difunto teniente Martínez había sido amante en Concepción de una millonaria brasileña, esposa de un enigmático traficante noruego de armas que realizaba ingentes gestiones para que FAMAE de Chile le colaborara en la triangulación del traslado de una partida gigantesca de armas menores y mayores de guerra cuyo destino –con seguridad casi absoluta– eran las FARC de Colombia o un grupo guerrillero mapuche que se estaba entrenando en Bolivia. Martínez había sido destinado, a petición de la Dirección de Inteligencia del Ejército, de Concepción a Santiago, para que sirviera de nexo e informante en una eventual transacción de FAMAE con el noruego. Era un hombre de gustos caros. La brasileña, atractiva cincuentona de trasero inmisericorde, seguía proveyendo las cuatro tarjetas de crédito de mi teniente. ¿Cómo mierda no pudiste cachar que ese huevón era un chanta y un cafiche?, me ha preguntado reiteradamente el periodista.<br /> A decir verdad, no me he sentido demasiado triste. Me atrevo a decir que no estoy loco. Pese a que amé la guerra desde siempre. Y pese a que yo fui campeón de campeones.<br /> El periodista está encarcelado preventivamente por el presunto delito de difamación a un senador de la UDI (sólo aseveró que el personero es maricón contumaz; postergó decir que es pedófilo). Arriesga una condena suculenta.<br /> Aquí estamos él y yo, en compañía de treinta y dos delincuentes primerizos (varios de los cuales, espeluznantemente peligrosos). Pero gracias a su antigua amistad con el cabo Gerardo Mardones, de Gendarmería, el periodista se las arregla para que él y yo podamos juntarnos a conversar tomando mate en la biblioteca del Centro de Cumplimiento Penitenciario. Ahí la privacidad es posible.<br /> Este hombre se encariñó conmigo. Creo que trata de ser el padre que nunca tuve. Es un gallo raro. Defiende ardientemente el consumo responsable de marihuana, lo que entronca en sus propias experiencias. Creo que me encariñé con él. Me dice que aquel horror, el que me enloqueció, pudo haberse visto minimizado si yo hubiera manejado el cuento de mi vida con la yerbita de Dios. Y me ha dicho que, por huevón, me mandaron al infierno del homosexualismo.<br /> Me dice también que es mejor que me olvide de la Blanca; que las mujeres son moralmente irresponsables. Que entienda que en cada mujer aguarda una puta.<br /> La verdad es que duermo bien, es que duermo con suma placidez. Ya he contado que nunca fui violento. Me demoré en contarle al periodista lo que persistentemente sueño: que soy amado por Antonio Banderas.<br /> A la señorita Sandra, la psicóloga de Gendarmería, que me visita casi todos los días por expresa petición del defensor público que me asiste, también le he contado mi sueño recurrente y me ha pedido detalles. He debido decirle que disfruto cuando Banderas me besa ardientemente con esa boca que yo le destrocé con mi cross.<br /> La señorita Sandra sostiene que yo siempre estuve loco. Ella no habla de locura sino (cito) “de una mutación sostenida –¡desde su infancia!– de varios aspectos particulares de su funcionamiento psíquico, don Carlos, principalmente de la conciencia de realidad, lo que se traduce en una disfunción social significativa”. Por mi parte, pienso que hay cosas que, definitivamente, la señorita Sandra, la psicóloga, no entiende. No entiende que desde niño supe de privaciones y de la falta de padre.<br /> El periodista es un hombre de mundo que se las sabe todas (él no lo dice así, pero yo cacho que así es). Me dijo que mi relación con Martínez empezó a gatillar en mí un homosexualismo que siempre estuvo latente y que yo vestí con ensoñaciones guerreras. Me dice también que trate de disociar al teniente Martínez de Antonio Banderas (lo que se me antoja muy difícil). Pero me sigue diciendo que aún es tiempo. Me ha dicho igualmente que no supe realmente medir la distancia entre Martínez y yo; que al aceptar tutearlo fallé como boxeador, en lo cual se conjugaron fatalmente mi huevonería y mis tendencias mariconas obnubiladas.<br /> Lo que yo creo por mi parte es que sólo aquella vez enloquecí.¡A pesar de haber sido boxeador! Y que saldré bien librado de este infierno: a pesar de que me sigo sintiendo boxeador, no descarto acudir a la yerbita de Dios.Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-79012859688854255842008-07-19T16:36:00.002-02:302008-07-19T16:39:27.866-02:30Para Juan Pablo Ampuero<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_cc_ZyEeNZqyDLnBJC40dVW7SswPOukdtmxroq8bzWzfe-Bm14lv6XQ__AQhqxVZngyZR1hZ1RD_FBnm5JJ96ThdZ0uCtKkdZp2xQ_koqigoq_fzCyDLUgdIGCmyqpCO-jA11/s1600-h/Nueva+imagen.JPG"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_cc_ZyEeNZqyDLnBJC40dVW7SswPOukdtmxroq8bzWzfe-Bm14lv6XQ__AQhqxVZngyZR1hZ1RD_FBnm5JJ96ThdZ0uCtKkdZp2xQ_koqigoq_fzCyDLUgdIGCmyqpCO-jA11/s320/Nueva+imagen.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5224804132413306306" border="0" /></a><br /> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><b style=""><span style="font-size:16;">El 14 de julio<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><b style=""><span style="font-size:16;"><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: right;" align="right"><b style=""><span style="font-size:13;"><span style="font-size:85%;">Aníbal Barrera Ortega</span><o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>La verdad es que queremos que al menos en Temuco, el 14 de julio pierda su connotación de francesidad (no sé si la palabra existe, pero lo importante es que se entienda lo que quiero decir). Es que pensamos en que, para Temuco, el 14 de julio debe marcar más bien el recuerdo y la honra de uno de sus hijos putativos más egregios: Juan Pablo Ampuero.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Su nombre civil era Carlos Kayser Ampuero, había nacido en la lejana y no poco enigmática Punta Arenas, llegó a las tierras mapuches de Temuco a eso de los quince años, aquí se quedó, aquí se convirtió en el poeta y narrador Juan Pablo Ampuero, gran señor de la bohemia, y aquí se despidió voluntariamente de la vida. Fue en 2002.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Tanto Kayser como Ampuero lloraron y rieron. Kayser era profesor de inglés; no le motivaba en absoluto tal condición. Pero cuando se traspapelaba en Ampuero la vida comenzaba a revestirle algún interés. Pero, en fin, ese interés terminó por perderse.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Lo recordamos este recién pasado 14 de julio. Fue en la sede siempre acogedora del Partido Socialista de Temuco. Alguien mentó esa fecha como triste, pues es la conmemoración de una muerte; Guido Eytel negó enfáticamente aquello: dijo que el 14 de julio es ahora motivo de alegría porque se está recordando comunitariamente a un huevón entrañable. Y se está brindando en su homenaje, se está brindando con vino tinto tal como Ampuero gustaba de brindar. Dije mal: con vino tinto tal como gustaban de brindar tanto Kayser como Ampuero.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Lo recordamos este recién pasado 14 de julio y nos place contarlo ahora. Queremos que ninguno de estos huevones –Ampuero y Kayser– sea olvidado. Ambos amaron a Temuco, lo amaron a pesar de sus matices claramente sórdidos –¿y qué pasó con el “suicidio” de Pinto Cáceres, tema tan deliciosamente tratado en su novela <st1:personname productid="La Vida" st="on"><i style="">La Vida</i></st1:personname><i style=""> se deshace en las Sombras</i>?–, lo amaron y quisieron desnudarlo. Nos parece que lo consiguieron; no deben, pues, ser olvidados.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>¿No será posible, don Pancho Huenchumilla –usted que quiere ser senador–, que una de las calles de Temuco se llame o pase a llamarse Juan Pablo Ampuero?</p>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-26364737487182318192008-03-14T17:34:00.001-02:302008-03-14T17:37:09.795-02:30A CUALQUIER PERSONA COMÚN<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgnlS0svivo2GPfw8j7Mdc1OweP80Gi2KbPXYwWPWFitlmjHSsMT8xEkjHOqktJrgg67_SBp4uKPmW8XUyKj_zGaiE4gXZIGe9ZC-5fVpwdBrq2KeZHw9WCrTFJp_bu_636KeJY/s1600-h/Warnken.jpg"><img style="margin: 0pt 0pt 10px 10px; float: right; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgnlS0svivo2GPfw8j7Mdc1OweP80Gi2KbPXYwWPWFitlmjHSsMT8xEkjHOqktJrgg67_SBp4uKPmW8XUyKj_zGaiE4gXZIGe9ZC-5fVpwdBrq2KeZHw9WCrTFJp_bu_636KeJY/s320/Warnken.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5177691328145723762" border="0" /></a><br /><div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span><b><span style="font-family:Verdana;font-size:85%;color:black;"><span style="font-size:10;">Cristián Warnken</span></span></b></span></span><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style=";font-family:Arial;font-size:9;color:black;" ><br /></span></span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style=";font-family:Arial;font-size:7;color:black;" >Jueves 06 de Marzo de 2008<br /></span></span><span><b><span style="font-family:Lucida Bright;font-size:180%;color:#576d84;"><span style="font-size:19;">A ti </span></span></b></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;"></span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro -con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora-, o paladeas el primer café y recorres distraído las páginas de este diario, buscando algo que no sabes qué es. A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves. A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí. A ti, que estás comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción "que a él tanto le gusta". A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora. <script><!-- D(["mb","\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003eA ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios. Yo\n no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu \u0026quot;iPod\u0026quot; o apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003eA ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: \u0026quot;El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno\u0026quot;.\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003e¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te\n digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003eSi te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski. Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003e",1] ); //--></script> </span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo -con respeto, pero con fuerza-, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios. Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu "iPod" o apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza.</span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: "El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno".</span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">¿Y eso era todo? -me dirás-. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada.</span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoyevski. Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo.</span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;"> <script><!-- D(["mb","¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003eSí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las\n primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado.\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv style\u003d\"background:white\"\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" color\u003d\"black\" size\u003d\"1\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:9pt\"\u003ePero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tú no pueden escuchar.\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e\u003c/div\u003e \u003cdiv\u003e\u003cfont face\u003d\"Arial\" size\u003d\"2\"\u003e\u003cspan style\u003d\"font-size:10pt;font-family:Arial\"\u003e\u003c/span\u003e\u003c/font\u003e \u003c/div\u003e",1] ); //--></script> ¿Muerto tú? -me dirás-. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte!</span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado.</span></span></span></div> <div style="background: white none repeat scroll 0% 50%; -moz-background-clip: -moz-initial; -moz-background-origin: -moz-initial; -moz-background-inline-policy: -moz-initial;"><span><span style="font-family:Arial;font-size:78%;color:black;"><span style="font-size:9;">Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoyevksi, sino mi pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los vivos como tú no pueden escuchar.</span></span></span></div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-33816646435237599412008-02-27T16:06:00.003-03:302008-02-27T16:11:19.033-03:30SOBRE NOCTURNO DE CHILE<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgKqiYL8Mx_DEOmMSIFbxcbB812Wb5OGj4FTQPzMNGK4-hI3YYPMUrQ7bcpl64OXh4ofbyUb3OtCFdIekX_89C1WF7uCgYGW6xgMjxSyB33xsenuld8Sw7ExYIznCZ7n9aOYWE/s1600-h/bolano.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5171747357268015426" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgKqiYL8Mx_DEOmMSIFbxcbB812Wb5OGj4FTQPzMNGK4-hI3YYPMUrQ7bcpl64OXh4ofbyUb3OtCFdIekX_89C1WF7uCgYGW6xgMjxSyB33xsenuld8Sw7ExYIznCZ7n9aOYWE/s320/bolano.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><strong>SOBRE NOCTURNO DE CHILE</strong><br /><br /><br /><br />Aníbal Barrera Ortega<br />Periodista<br /><br />Para quienes hemos tenido la suerte –quizá si a destiempo (lo que no tiene mayor importancia)– de acceder a la formidable prosa de Roberto Bolaño, no nos puede resultar extraño que las traducciones al inglés de varios de sus libros –particularmente, de Los Detectives Salvajes– estén triunfando actualmente en el no poco exigente mundo literario de los EE.UU. de A.<br />Es ya un lugar común que traducción es traición, tema que exigiría un extenso análisis semiótico-lingüístico (lo que excede el propósito de este comentario). Pero podemos afirmar que resulta plausible la hipótesis de que la prosa de Bolaño no ofrece riesgos mayores de traducción a cualquier idioma en virtud de su ritmo lírico y de sus omnipresentes y frondosas metáforas (¿no será que lo metafórico suele ser de fácil tránsito de un idioma a otro?).<br />El estilo narrativo de Nocturno de Chile, el febril y tormentoso monólogo de un presbítero del Opus Dei –que no es otro sino el reverenciado José Miguel Ibáñez Langlois, (a) Ignacio Valente– nos presenta un ritmo que fascina por estremecedor y, a la vez, es la descripción genial del duro anatema a la aparentemente imbatible figura del clérigo y crítico literario. Un anatema que es presentado por Bolaño como autoinferido.<br />Nocturno de Chile es, por otra parte, una expresión casi inocente del inmenso bagaje cultural del escritor, una suerte de sacerdote de la literatura. En esta perspectiva, la breve novela encierra una suerte de confrontación entre la religión fundada en una divinidad creadora y la religión de los creadores literarios (necesarios rivales de Dios). En esa dirección, es muy pertinente recordar el epígrafe de Los Detectives Salvajes:<br /><br /><em>–¿Quiere usted la salvación de México?<br />¿Quiere que Cristo sea nuestro rey</em></div><br /><div align="center"><em>–No.<br /></em><br />Malcolm Lowry<br /><br />Nos parece que la prosa de Bolaño está (religiosamente) destinada a sacudir el actual panorama de la literatura chilena e hispanoparlante. Y nos parece que Nocturno de Chile alegoriza de modo formidable lo que ha sido la cíclica y tumultuosa vida de nuestro país.</div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-80047195936329221162008-02-14T18:50:00.002-03:302008-02-20T15:39:26.153-03:30Cuento Nocturno<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjO36nyp-ZNfrAaXd7hYoMF9HIFs4yYC7PANMfzRPXK373LEewR7kDOtBdblSu_eGcqLrlt0_9JASz8xV9YTeqWiV9hSwi7wuL6VgCZGruY8svFDfu9ivz8rwjrN2ky-sPJ6Bek/s1600-h/mundo.jpg"><img style="cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjO36nyp-ZNfrAaXd7hYoMF9HIFs4yYC7PANMfzRPXK373LEewR7kDOtBdblSu_eGcqLrlt0_9JASz8xV9YTeqWiV9hSwi7wuL6VgCZGruY8svFDfu9ivz8rwjrN2ky-sPJ6Bek/s320/mundo.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5166964739385227570" border="0" /></a><br /> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><b style=""><span style="color: rgb(255, 102, 0);">CUENTO NOCTURNO<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><b style=""><span style="color: rgb(255, 102, 0);"><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Al empezar a escribir no estaba cien por ciento seguro de la pertinencia de su escrito, de la validez de contar todo aquello. Pero por otra parte, no evitaba mayormente pensar en que quizá si aquélla sería su última intentona literaria.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Estaba cansado. O más bien se cansaba con frecuencia (a lo menos tres veces por semana). No, no era ése un tema que tuviera que ver con su edad, con sus casi sesenta y cuatro años. En lo puramente físico, su vigor era superior al de sus veinte: hacía gimnasia de cierta intensidad (al estilo de la que practican los militares ingleses) casi todos los días (la excepción se producía cuando el vino nocturno le pasaba la cuenta al despertar) y practicaba kung fu (arte marcial chino) tres veces por semana.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Se cansaba con frecuencia al recordar lo equívoca que había sido su vida y los múltiples e intensos dolores que ello había gestado.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Y esas noches lo acometían sueños agobiantes e inciertos. Al despertar, él no hacía sino atribuir sus pesadillas a la ingesta de alcohol nocturno. Pudo cambiar de opinión cuando una exquisita psicóloga lo notificó que el vino no era sino una variable más en medio de su abigarrada psiquis.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Y, ahora, cuando se disponía a empezar a escribir había evitado escrupulosamente el consumo de vino tinto, reemplazando el brebaje bendito e invencible por una caótica infusión de hierbas. No estaba totalmente seguro de la necesidad de contar todo aquello, pero sospechaba que los plazos se le<span style=""> </span>estaban terminando.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>El sueño empezó a rodearlo. No evitó sonreír brevemente cuando escribió que no era del todo descartable que Morfeo haya atinado a librarlo de las veleidades de los dioses (hablaba de Nietzsche cuando pensaba en los dioses y de Morfeo luego de haber comenzado a interesarse por la mitología griega).<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>No se dio cuenta del todo cuando comenzó a verla, la visión era primero imprecisa: se escuchaba de fondo la tradicional marcha alemana Erika –la favorita de Pinochet– y un difuso mal olor parecía querer enseñorearse en el ambiente inmediato (hablamos de la sala de trabajo y de reposo nocturno de nuestro hombre). La visión empezó a corporizarse de a poco y de a poco un inédito terror empezó a embargarlo. El proceso duró algunos minutos antes de que ella se manifestara del todo. Era Lucía Hiriart Vda. de Pinochet, se la veía joven, posiblemente de unos treinta años, parecía estar armada con algún instrumento: ¿posiblemente un látigo? Lo estaba mirando fíjamente aunque por momentos dirigía la vista de reojo hacia cualquiera de los lados. Se dijo que él conocía bien esa mirada torva.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>–Señora… –atinó a decirle con suavidad.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>La mujer lo miró con suma severidad. A él no le resultaba posible establecer el instrumento que portaba doña Lucía, pero supuso fundadamente que la situación era muy peligrosa. Quiso encender un cigarrillo pero ella se lo impidió.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>–Mire, joven –lo increpó con su consabida voz chillona–, yo no sé cómo se atreve usted a tratarme de señora después de todo lo que ha propalado sobre mi persona.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Los ojos jóvenes de la ex Primera Dama estaban ahora horadándolo, él supo que esto era el final. La mujer levantó su brazo diestro y se dispuso a descargarle el primer latigazo sobre las manos que aún reposaban sobre el teclado del computador.<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><b style=""><span style="color: rgb(51, 153, 102);"><span style=""> </span>Cuando el látigo llegó a su destino, nuestro hombre despertó completamente bañado en sudor. Al día siguiente, habría de colegir que todo se había debido a la caótica infusión de yerbas que estaba bebiendo. Pero, no obstante eso, optó por renunciar a escribir: aquel tema no era para nada pertinente. En realidad, todo su bagaje temático literario era demasiado impertinente. Y ésa debió ser la razón por la cual optó por el suicidio.<o:p></o:p></span></b></p>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-34792123547310761002008-02-07T18:12:00.000-03:302008-02-07T18:18:06.456-03:30CARTA A LOS MEDIOS DE PRENSA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEho9IH3CbV6WrImu4Te4R3Gz9jTAaYkiJVqcZSIGfyFzj0OZCUqaf7EUAQpKGdN0WVbN2rJPia5EPLhdjSDgZ9B9za8Rx2s-o_-l2SYVT0bWmEbPERDRVxoFPCuunkcoTkp9HFH/s1600-h/Santelices.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5164358072675414034" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEho9IH3CbV6WrImu4Te4R3Gz9jTAaYkiJVqcZSIGfyFzj0OZCUqaf7EUAQpKGdN0WVbN2rJPia5EPLhdjSDgZ9B9za8Rx2s-o_-l2SYVT0bWmEbPERDRVxoFPCuunkcoTkp9HFH/s320/Santelices.jpg" border="0" /></a><br /><div>Temuco, 6 de febrero de 2008.<br /><br /><br />Señor director:<br /><br />El ahora retirado general Gonzalo Santelices no es culpable, no lo es en absoluto. Su paso a retiro –que, estoy cierto, respondió a una decisión y a presiones institucionales, y no fue para nada voluntaria– es injusto. Completamente injusto. Es falaz lo afirmado por el abogado Héctor Salazar en cuanto a que Santelices “pudo haberse negado, como se negaron muchos de los oficiales de la época, a cumplir este tipo de órdenes, y no les pasó nada” (Radio Cooperativa).<br />Yo también era subteniente en aquellos días de aquelarre. Y no sé de ningún oficial de las Fuerzas Armadas o de Carabineros que se haya negado “a cumplir este tipo de órdenes” (muy distinto es el caso de algunos uniformados, manifiestos simpatizantes del Gobierno del Presidente Allende, que fueron separados de sus cargos el mismo 11 de septiembre de 1973 e inmediatamente encarcelados, vejados y torturados).<br />Después del inicio de la tragedia, ningún oficial se negó a cumplir órdenes homicidas. Y la razón es clara: estábamos completamente convencidos de la plena justicia de todo cuanto se obraba. Es que se nos mintió pérfidamente. Se nos habló de la necesidad de destruir el terrorismo marxista. Se nos contó historias sórdidas acerca de lo que comunistas, miristas, socialistas, mapucistas y cristianos de izquierda pensaban hacer con nosotros y con nuestras mujeres e hijos. Se nos convenció de la existencia del Plan Z.<br />Ahora bien, ¿era la superioridad militar de aquellos días la culpable única de todo aquel hervidero de embustes? No, ciertamente. Había toda una “intelectualidad” que vestía de civil –proveniente sin duda de los mismos sectores políticos que habían logrado convertir a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile en una retahíla de obsecuentes– urdiendo y difundiendo historias macabras. Sembrando el odio que es capaz de engendrar torturadores psicóticos y asesinos.<br />Santelices, señor director, no es un asesino. En aquellos días, se limitó a cumplir una orden imposible de soslayar, una orden cuya validez él no podía objetar. Santelices estuvo, está y estará seguro de haber cumplido con su deber de militar. Es grosero decir que después de la masacre que tuvo que contribuir a perpetrar haya sido un corcho que “flotó en aguas turbulentas” (la metáfora corresponde al abogado Salazar). Él nunca se supo culpable.<br />El general Santelices no es un asesino. Hay muchísimos asesinos que no vistieron uniformes militares en aquellos días y que hoy viven su vejez con una placidez envidiable.<br /><br /><br /><br />ANÍBAL BARRERA ORTEGA<br />Periodista<br />Capitán de Ejército ®<br />Exonerado Político</div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-49584727026136967542008-01-02T23:23:00.000-03:302008-01-02T23:26:11.170-03:30DECLARACIÓN DE INTENCIONES I<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIp9C369BwlyNZJqhojV4LeEL0jr6MSRgMfs7F7RB6gfLbeQdA2em3up7afr5O87prt3kDOfzRJPNVERZ43lQlss3FCU87BnAYUw_ZXUQcNNiYrJSl9l4ScdxJ4Wkg82d5OZWA/s1600-h/An%C3%ADbal.JPG"><img style="margin: 0pt 0pt 10px 10px; float: right; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjIp9C369BwlyNZJqhojV4LeEL0jr6MSRgMfs7F7RB6gfLbeQdA2em3up7afr5O87prt3kDOfzRJPNVERZ43lQlss3FCU87BnAYUw_ZXUQcNNiYrJSl9l4ScdxJ4Wkg82d5OZWA/s320/An%C3%ADbal.JPG" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5151078613540323698" border="0" /></a><br /> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><b style=""><span style=";font-size:16;color:red;" >DECLARACIÓN DE INTENCIONES I<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Carmen: <st1:personname productid="la Vero" st="on">la Vero</st1:personname> está gorda.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Juntos iremos con las golondrinas.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>¿Qué vamos a hacer? Diríamos que vamos a hacer una declaración de intenciones frente al futuro. Y frente al presente –el presente, no lo olvidemos, actualiza los pasados y potencia los futuros– y frente al pasado: ¡a lo hecho, pecho, y sea lo que Dios quiera!</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Queremos enmendar errores y equivocaciones. Y ocurre que sabemos de nuestras equivocaciones pero no de nuestros errores: nos cuesta sentirnos culpables. Creemos que las culpas se correlacionan con nuestros errores y no con nuestras equivocaciones (¿será pertinente explicar que errores y equivocaciones, si bien pueden parecerse, son cualitativamente diferentes?) </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>¿Qué vamos a hacer? Vamos a definir nuestros objetivos de vida (y de muerte: la muerte es también un objetivo pues es urgente e imperioso aprender a morir. Aprender a saber por qué uno muere).</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>¿Comenzaremos por abandonarla? No lo sabemos aún: no es fácil ni es digno abandonar a una compañera que nos ayudó a recomponer la vida. Que ayudó algún tanto –más de algún tanto– a nuestra vida dura y solitaria. Así como nunca fue fácil abandonarla a ella, a la madre de mis hijos.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Carmen: <st1:personname productid="la Vero" st="on">la Vero</st1:personname> está gorda. Y ¿sabes? Su gordura es malsana.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><span style=""> </span>Juntos iremos con las golondrinas…</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: right;" align="right">(Sigue)</p>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-33622512594991986302007-12-28T15:12:00.000-03:302008-01-02T23:29:00.474-03:30Clemente<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzo6BPYuDnFmIwEL_KvxnPkM8C4HYq1Lttz0cJeqAe1tGGpTjghORKD-2il4Zo6n9CjEVIZj-L46JVtFRQyZGu1sDS70gxXwckN1EdXPhk3BsspYhwvnHmuqc6bvaSmZnRn4rW/s1600-h/Cristian+Warnken.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5149101686020489746" style="margin: 0px 0px 10px 10px; float: right;" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhzo6BPYuDnFmIwEL_KvxnPkM8C4HYq1Lttz0cJeqAe1tGGpTjghORKD-2il4Zo6n9CjEVIZj-L46JVtFRQyZGu1sDS70gxXwckN1EdXPhk3BsspYhwvnHmuqc6bvaSmZnRn4rW/s400/Cristian+Warnken.jpg" border="0" /></a><br /><div>Cristián Warnken. Jueves 27 de Diciembre de 2007. El Mercurio.<br /><br />Clemente:<br /><br />Llora por ti tu jardín, que siempre insistías en llamar "mi jardín". Llora el intruso gato blanco y negro, que merodeaba por las tardes y que tú llamabas mi gato amigo. Llora el cerro Manquehue, que veías desde la ventana de tu pieza. Llora la plaza de Almirante Acevedo, alrededor de la cual corrías una y otra vez, como un Forrest Gump de tres años. Lloran los resbalines que te vieron crecer en temeridad y por los que te lanzabas con gozo. Llora la montaña del camino de La Pirámide, destrozada por la construcción de autopistas y a la que decías "pobre montaña". Llora tu nana, a la que llamabas "mi reina", "mi Karencita hermosa", piropero precoz.<br />Lloran las fuentes de agua, ante las que te quedabas en éxtasis mirando caer el agua, el agua que te asombró más que nada en el mundo, el agua de los ríos, el agua de las llaves de agua de la casa, que abrías sin cesar, el agua del mar, oh, tu locura por el agua, Clemente, toda el agua del mundo llora por ti, y mana en nuestras lágrimas.<br />Lloran por ti Whinnie the Poo y Tigret y Christopher Robbin, y todos sus amigos, porque en sus libros de aventuras te sentías en familia. Tú eras como Whinnie the Poo, tierno, goloso, amical. Llora por ti tu chupete gastado y fiel, que intentamos vanamente botar tantas veces y que ahora te espera sobre la almohada vacía. Lloran por ti las esculturas del Parque de las Esculturas de Pedro de Valdivia, donde fuimos el día antes de tu partida, a correr, a subir al olmo gigante; llora por ti la escultura del ángel sin cabeza que miraste extrañado, llora por ti la librería Ulises, donde estuvimos esa misma tarde y donde hojeaste libros sobre un sillón de cuero. Llora por ti el libro de "Willie, el oso", que te regaló esa tarde Benjamín, el librero, y que no alcancé a leerte.<br />Llora la escalera de madera de nuestra casa, que bajaste todas las mañanas de tus días. Llora el espejo del baño hacia el cual te empinabas para mirarte, como si fuera extraño tu propio rostro, oh, hermoso, demasiado hermoso para durar aquí, al otro lado del reflejo. Llora la canción "Cangrejito" del grupo Zapallo, que bailaste tantas veces y querías volver a escuchar, pero que se perdió en algun rincón de nuestro bello desorden. Llorará la lluvia en invierno cuando no te encuentre debajo del panel de vidrio, mirándola gota a gota. Lloran los caballos del Club de Polo que siempre venías a espiar. Lloran los cuadros de Santos Guerra que cuelgan de nuestras murallas, y el pueblo de cuento y sus personajes a los que saludábamos como si fueran reales, el hombre del paraguas verde, tus amigos al otro lado del sueño. Llora la playa de Wailandia, donde corrimos mojándonos los pies con las olas, qué fiesta, qué gritos, qué risa. Lloran las gaviotas que pasaban por ahí, llora el restaurant Caleuche, donde fuimos a ver la puesta de sol con Angélica y Laura, llora el rayo verde que nunca se hizo ver. Llora el Estadio Santa Rosa de Las Condes, donde apenas empezabas a ir a clases de fútbol, estadio que desaparecerá, como desaparece todo y todos, porque somos un duelo sin fin. Llora el Parque Forestal donde naciste, llora la calle Ismael Valdés Vergara. Lloran los taxis en los que te gustaba que te llevara en las mañanas a tu jardín. Lloran los tres cojines que tú mismo instalabas obsesivo, hasta que quedaran perfectos (y tu decías "perfecto"), adonde posabas tu cabecita llena de rulos para tomarte tu mamadera. Todos lloran, también tu piscina amada, que te vio, dichoso, nadar, ¡cómo llora desconsolada! Lloran las cosas que tocaste, los lugares donde anduviste, y lloramos nosotros, ya sin lágrimas.<br />Entonces, ¿por qué ríes, por qué tu cara pura de niño muerto insiste en reír, mientras todos lloran sin consuelo? ¿Por qué ríes, Clemente, amor mío, dolor nuestro? </div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-87423244648001326972007-12-27T09:40:00.000-03:302007-12-27T09:44:32.391-03:30La tragedia que ignoró el comandante Robledo<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAGhbyzpper54EQ4mMB6wnem05UF5pcmTUWly7Nk1KgbnB0SUI-Xt6QjBkDtfYiaip8agrUxy2Uj0yUSsesY3_Wu7T3k6ZyCHtpY1b8tIyiHNwoMK2MvFQsi02pQzIGMFU0XnO/s1600-h/Monserrat.jpg"><img style="cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiAGhbyzpper54EQ4mMB6wnem05UF5pcmTUWly7Nk1KgbnB0SUI-Xt6QjBkDtfYiaip8agrUxy2Uj0yUSsesY3_Wu7T3k6ZyCHtpY1b8tIyiHNwoMK2MvFQsi02pQzIGMFU0XnO/s320/Monserrat.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5148640363583226338" border="0" /></a><br /> <p class="MsoNormal" style="text-align: center;" align="center"><b style=""><span style="color: rgb(51, 204, 204);font-family:Arial;font-size:22;" >La tragedia que ignoró el comandante Robledo<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: right; line-height: 200%;" align="right"><span style="font-family:Arial;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: right; line-height: 200%;" align="right"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-family:Arial;font-size:14;color:red;" >El Estornino<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><o:p> </o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Fue una experiencia muy interesante (lo sigue siendo: es mucho lo que hay que contar al respecto), te <span style=""> </span>lo aseguro. Yo estuve en aquella guerra… Bueno, no llegó a ser guerra pero estuvo a minutos de serlo.</span><b style=""><span style="line-height: 200%;font-family:";font-size:13;" ><o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>La tarde no quiere morir en este día 21 de diciembre de 1978. El sol poniente proyecta sombras gigantescas e imprecisas sobre el vivac del batallón liviano del Regimiento Reforzado Nº 17 “Los Ángeles”. Gigantescas, imprecisas y francamente malolientes sombras para el teniente coronel Robledo, comandante de la posición defensiva de Piedra del Indio que –se supone en la planificación operativa de <st1:personname productid="la III Divisin" st="on"><st1:personname productid="la III" st="on">la III</st1:personname> División</st1:personname> del Ejército de Chile– deberá rechazar en pocas horas más –para ser exactos, en nueve horas más: a las 3 de la madrugada del 22 de diciembre de 1978– <span style=""> </span>la embestida bélica de fuerzas argentinas muy superiores. Incomparablemente superiores.<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>(Yo siempre he sostenido –hasta hoy– que la superioridad material argentina no habría mellado la superioridad del espíritu militar chileno; pero puedo estar equivocado).<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>El teniente coronel Nibaldo Robledo Santelices –oficial del Ejército de Chile desde 1961–, a quien su señor padre siempre reprochó que se haya hecho militar, como se lo exigió su señora madre desde su primera infancia– huele un destino que hasta calificaría de trágico si supiera cabalmente qué significa lo trágico.<span class="eacep1"> Lo sabe de manera muy vaga, lo que terminará por ser mejor para él.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Robledo asume que morirá en nueve horas más; lo percibe a nivel olfativo en las sombras gigantescas que los roqueríos aledaños a los pasos fronterizos Pichachén, Desecho, Picunleo, Pilunchaya, Copulhue y Copahue abalanzan, claramente presagiantes, sobre el vivac del batallón liviano de infantería.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Siempre queda la duda. Robledo viene atisbando desde hace mucho tiempo que su cónyuge, Laura, bien podría cometer adulterio con ese abogado de Concepción, sospechoso entonces de ser un comunista de mierda. Y, como es obvio, le acongoja en grado sumo estar a nueve horas de morir por la patria (piensa que caerá abatido por los primeros obuses de la poderosa artillería argentina). Y de morir, muy posiblemente, en los precisos momentos en que el abogado comunista de mierda esté produciendo el tercer o cuarto orgasmo en Laura esa noche. <o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Robledo masculla una extensa e intensa maldición en contra de su difunta madre mientras camina entre el vivac y los puestos avanzados de combate.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span></span></span><span style="font-family:Arial;">Yo estuve en aquella guerra…<o:p></o:p></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Entre muchas otras interesantes motivaciones, los hondos tormentos de mi comandante Robledo me llevaron a considerar seriamente el enigma del destino humano y de la profesión militar (que era también la mía) (me puse a estudiar semiótica y a hurgar en el sentido de lo trágico).<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Como es bien sabido, la guerra terminó por no ocurrir (es indudable que estuvimos muy cerca, pero, a mi juicio, los argentinos no nos hubieran sacado cresta y media como se suele repetir; así me lo dicta al menos mi difuso orgullo de ex militar). <o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Pero a Robledo siempre le quedó la duda en torno a las aventuras adulterinas de Laura. Nunca ocurrieron según me lo dijo ella mucho después, pero a mí también me queda la duda.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Robledo olía un destino que hasta habría calificado de trágico si hubiera sabido cabalmente qué significa lo trágico.<span class="eacep1"> Lo ignoró pese a olerlo. Y la depresión siguió haciendo de las suyas.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Y ésa es la única razón y causa de que se haya suicidado hace pocos días, aquí en Santiago, con su pequeña pistola Starlet de cargo particular y de magro calibre. Sin la menor duda, un desenlace funesto. Una tragedia. <o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><span style=""> </span>Afortunadamente, Robledo no llegó a saberlo bien.<o:p></o:p></span></span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span class="eacep1"><span style="font-family:Arial;"><o:p> </o:p></span></span></p>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-46356305061388404952007-12-04T12:51:00.000-03:302007-12-04T12:56:31.456-03:30TEMA DE TANGO<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoKNJwXDdkpvW2vonXP-bvbcG5iL6dgnNJ_sCMQXScj2hETCk_q1C6M8HN5fLNBKClm5Y2RP6aNKdrE0n478Mrz6CUbLDUjZeXPNngJ181CxaLunFVtcVsyiKL2CXevt7U1AYP/s1600-h/260px-Fileteado_Tango_Martiniano_Arce_II.jpg"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoKNJwXDdkpvW2vonXP-bvbcG5iL6dgnNJ_sCMQXScj2hETCk_q1C6M8HN5fLNBKClm5Y2RP6aNKdrE0n478Mrz6CUbLDUjZeXPNngJ181CxaLunFVtcVsyiKL2CXevt7U1AYP/s400/260px-Fileteado_Tango_Martiniano_Arce_II.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5140154860347206930" border="0" /></a><br /> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center; line-height: 200%;" align="center"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:18;" >Tema de tango<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: right; line-height: 200%;" align="right"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:13;" >Rafael Storni<o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Nunca la había complacido asistir sola al Teatro Municipal de Temuco, ambiente que para ella revistió siempre especial importancia: le resultaba gratificante que sus numerosos conocidos y escasos amigos supieran que sus bríos de mujer intelectual claramente ligada a la magia suprema del tango estaban siempre acompañados por un varón recomendable.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Pero esta vez no lo había; no le era posible estar acompañada de varón alguno, recomendable o no. Se le había dicho que debería asistir al Tercer Concierto absolutamente sola pero acompañada de “una reciedumbre personal absoluta”. Debería llegar, como siempre, manejando su propio vehículo y exactamente a las 19:45. Fuera de resultarle más bien interesante el repertorio musical de esa oportunidad, ella no sabía exactamente a qué iba. Pero, bueno, 500 mil dólares son 500 mil dólares. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Ocupó sin la menor dificultad la ubicación consignada en el boleto de entrada: T-4. Se le había dicho que, pese a su lejanía del escenario –“o si se prefiere, por su lejanía”–, el asiento era inmejorable. Pero ella no sabía el porqué.<span style=""> </span></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Aprovechó la difusa iluminación ambiental para instalarse los lentes y hojear las notas del programa. Fue así que supo que Peer Gynt, el personaje central del drama homónimo de Henrik Ibsen, cuya música incidental había sido encargada a Grieg, era un soñador inconsecuente y carente de convicciones que dejaba todo a cargo de su fantasía. No evitó sonreir: siempre sospechó que a ella le ocurría lo mismo. Ella es (era) una mujer fantasiosa.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Cuando empezó a oírse la voz melosa y siútica del locutor oficial del Teatro Municipal de Temuco, que conminaba con falsa bondad a apagar “los aparatos de telefonía celular” y a “no hacer uso de elementos fotográficos, fílmicos o de registro de video”, ella estaba pensando en cuán puta era realmente. Y estaba recordando al autor de estas líneas cuando, no hacía mucho, le había dicho que, de modo tan misterioso como inexorable, en cada hombre hay una bestia, y en cada mujer, una ramera.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Y ella comenzó a apagar su celular, no sin antes comprobar la hora: eran las 20:15. Restaban exactos cuarenta y cinco minutos para las 21:00, la hora de encender el celular y pulsar la tecla *.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Irrumpieron los aplausos cuando el director de <st1:personname productid="la Orquesta Filarmnica" st="on"><st1:personname productid="la Orquesta" st="on">la Orquesta</st1:personname> Filarmónica</st1:personname> Municipal de Temuco advino al escenario desde el costado derecho del enorme proscenio.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Ella logró llegar a decirse que ese hombre –“quizá si con excesivos pergaminos para lo que merece esta ciudad de mierda”– había logrado triunfar en la cruenta batalla de la vida (algún tiempo después, ella, muy cerca de la definitiva locura, habría de confesarme que siente envidia por David Armas. Así se llama el director de <st1:personname productid="la Orquesta Filarmnica" st="on"><st1:personname productid="la Orquesta" st="on">la Orquesta</st1:personname> Filarmónica</st1:personname> Municipal de Temuco. Pese a que siempre supo que su soberbia de mujer artista e inequívocamente inteligente, además de bella y sensual, le impedía tomar contacto con cualquier expresión de envidia).</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Aún estaba en lo de los excesivos pergaminos de Armas, cuando <st1:personname productid="la Filarmnica" st="on">la Filarmónica</st1:personname> obsequió a los no pocos asistentes al Tercer Concierto de <st1:personname productid="la Temporada" st="on">la Temporada</st1:personname> 2007 del Teatro Municipal de Temuco los alegres y bucólicos sones del primer movimiento –<i style="">Morgenstemning</i>– de <i style="">Peer Gynt</i>, Suite Nº 1, Op. 46, del noruego Edgard Grieg. Mecánicamente, ella miró su reloj. Eran las 20:18 de ese día frío y húmedo de julio de 2007. Deploró no saber en absoluto la duración cronológica del Opus 46 de Grieg, lo que era irrelevante: su tarea era activar la tecla * exactamente a las 21:00.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>En realidad, ella no conocía mucho de música; lo suyo era la pintura en acrílico de los inconfesables y altamente sensuales secretos que ocultan los tangos.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Ella había estado presente en algunos de los días que duró su muestra pictórica <i style="">Metonimias del Tango</i> en la sala de exposiciones de la plaza Aníbal Pinto de Temuco. Allí llegó a verla el autor de estas líneas. La besó en su frente morena y apetecible (para mí, ella toda entera sigue siendo apetecible a pesar de lo trágico de este desenlace). No se atrevió a la menor audacia. Ni siquiera a acariciar con avaricia, con la palma de su mano derecha, la espalda desnuda de esa mujer ataviada como hembra de tango (a decir verdad, si yo hubiera sido audaz frente a ella en las muchas circunstancias en que estuvimos cerca, la historia sería muy otra). Solía ser el varón recomendable que le hacía discreta compañía en la sala del Teatro Municipal; pero, en fin, él era más equívoco que recomendable.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Le dijo que ella tenía una buena posibilidad de hacerse de buen dinero. Ella contestó que el tema le interesaba mucho, mucho. Él no quiso extorsionarla. Era un secreto funcionario pagado por una anatemizada organización internacional, pero nunca renunció a pensarse como un hombre caballeroso. Bien pudo aprovechar la oportunidad para pensar en desnudarla al compás de <i style="">Los mareados</i>, en la voz deslumbrante de Adriana Varela, pero, una vez más, optó por evitarlo.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–La misión tuya sólo consistirá en asistir –¡en<span style=""> </span>asistir<span style=""> </span>sola y con una reciedumbre personal absoluta!– a ese concierto de <st1:personname productid="la Filarmnica. Tendr£s" st="on"><st1:personname productid="la Filarmnica." st="on">la Filarmónica.</st1:personname> Tendrás</st1:personname> una ubicación excelente y te entregaremos un<span style=""> </span>teléfono celular. Deberás encenderlo a una hora que ya te indicaremos y pulsar de inmediato la tecla *. No te puedo decir nada más. Esa misión te va a reportar 500 mil dólares… ¡En billetes contantes y sonantes! –le dijo de corrido media hora después, en el café Moro de Temuco.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Ella debió pensar en que 500 mil dólares son 500 mil dólares, lo que equivale a decir la solución a más del noventa por ciento de algunos de sus problemas. Claro que no le hacía la menor gracia incursionar solitaria en el Teatro Municipal ni el supremo sigilo que debería orlar su misión. Ni pispaba tampoco aquello de la “reciedumbre personal absoluta”. Él se vio en la triste obligación de notificarla que no respondería ninguna pregunta más acerca del tema. La respuesta a la proposición –consistente sólo en la escueta locución <i style="">I’ am Gracia</i>– debería darla por correo electrónico en tres días más; la casilla respectiva la anotó en una hoja de cuaderno. Casi amenazante, él le dijo que esa hoja debería ser quemada inmediatamente después.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Nerviosa y todo, optó por dejarse arrobar por la música. La barcarola que describe el amanecer le entregó alguna serenidad. Dormitaba a ratos, pero cada quince minutos cotejaba la hora en su reloj.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>A la hora señalada, encendió el diminuto aparato de telefonía celular. La súbita luz la encandiló brevemente y originó la protesta del varón que estaba sentado dos asientos hacia su derecha: </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–Apague esa weá, pu iñora.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Ella –mujer de naturaleza agresiva– hubiérase levantado a abofetear al roto grosero. Pero, en fin, 500 mil dólares…</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Oprimió la tecla * y volvió a sumirse en los magistrales compases –<i style="">Alla Marcia e molto marcato-Più vivo</i>– de la postrera cuarta parte de <i style="">Peer Gynt</i>.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Quince minutos después, David Armas, reverencia tras reverencia, empezó a ser ovacionado de pie. Ella hizo lo propio.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Al cabo de tres minutos, casi todos los asistentes salieron a estirar las piernas o a desocupar sus vejigas. Ella salió al hall del teatro y encendió un cigarrillo.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>No le fue fácil ubicarla entre la marejada. Por fin la vio: casi aterida de frío en su escotado e irresistible vestido de mujer tanguera, fumaba con clara impavidez en el exterior del Teatro Municipal de Temuco.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¿Qué pasó? –le dijo con inconfundible violencia.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¿Por qué? –respondió Graciana con su inveterada altivez de mujer intelectual, tangófila, tangómana y tanguera.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¿Apretaste la tecla a las nueve? –le consultó en forzada y furiosa sordina.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¡Por supuesto! –volvió a responder sin bajar su altivez.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¡Puta de mierda! ¡Debería abofetearte! –le espetó con odio supremo y se alejó, con más rapidez que la debida, de su lado, hacia una de las salidas exteriores del Teatro Municipal. La operación había fracasado, lo que lesionaría gravemente su prestigio de agente residente.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Por cierto, Graciana no entendió nada, pero estaba gravemente herida. Él –su única y real esperanza de poder seguir haciéndole pelea a la vida, el hombre recomendable con el que le complacía mostrarse en el Teatro Municipal de Temuco– la había insultado: ¡Puta de mierda! Y ella se sabía emputecida. ¿Por qué? Porque estaba recordando al autor de estas líneas cuando, no hacía mucho, en una de nuestras sedicentes e intelectuales conversaciones regadas con vino de buena calidad, le había dicho, de modo tan misterioso como inexorable, que en cada hombre hay una bestia y en cada mujer, una puta. Ella no quiso preguntar el porqué, pero el tema le quedó grabado como letra de tango.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Regresó a su ubicación T-4 cuando sonó el estridente y poco elegante sonido de la chicharra que conminaba a volver a las aposentadurías. El hombre grosero pasó delante suyo a ocupar su asiento; ella no se percató.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Durante el intermedio, sin que ella pudiera saberlo, el hombre grosero la había observado con la mayor detención y había quedado prendado de su gallarda majestad de sesentona ataviada con tenida femenina de tango. Había reparado en la aún recia majestad de sus senos precariamente cubiertos por la elipsis del escote de su vestido negro –Gracia solía no llevar sostén– que, además, contaba con una estratégica rajadura al costado de su pierna izquierda, perfectamente adornada por una media transparente que lucía pérfidos rombos rojos y que era sustentada por un botín de gamuza negra cuyas delgadísimas tirillas de sujeción inútil sabían inequívocamente conferir un plus a la gallarda prestancia general de la mujer.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Esa fue la razón por la cual el hombre grosero decidió sentarse al lado de Gracia. Ella, sumida en su angustia lacerante, no lo notó.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Mientras transcurría <i style="">Konzertino</i>, de Ferdinand David, con sus elocuentes solos de trombón, los caóticos pensamientos de Graciana oscilaban entre su tangomanía y las extrañas circunstancias concretas que ella había vivido desde que él le ofreciera 500 mil dólares. Ella sabía poco y nada de ese hombre enigmático; lo tenía sólo por un periodista bebedor de vino tinto, incansable conversador y mañosamente idealista. Alguna vez, lo sumió en la mitología del tango y llegó a pensarlo como a un misterioso aventurero solitario. Llegó a verlo como a un pasajero itinerante por los arrabales de Buenos Aires y, correlativamente, ella se vio como la prostituta salvífica. Tema de tango, sin duda alguna. Ahora, con el fondo musical de <st1:personname productid="la Filarmnica" st="on">la Filarmónica</st1:personname> de Temuco, se sabía prostituta –él le había lanzado el abrumador dicterio de puta de mierda–: había aspirado a poseer 500 mil dólares a cambio de navegar ignota y vilmente en el absurdo.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>No sabía qué hacer. Por momentos, deseó levantarse de su asiento y salir corriendo y gritando destempladamente.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Por momentos, quiso mimetizarse con la música que estaba siendo dirigida por David Armas, un hombre a todas luces triunfador. Y envidió –pese a su soberbia– a todos los seres humanos que han triunfado. Se supo –de una vez y para siempre– perdedora en el siempre cruento combate por la vida. Él le había dicho muchas veces: el combate por la vida es siempre cruento; suele negar la vida misma. Y he ahí la razón por la cual en cada hombre aloja una bestia y en cada mujer, una puta.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Mientras <st1:personname productid="la Filarmnica" st="on">la Filarmónica</st1:personname> interpretaba <i style="">Scheherezade</i>, de Rimsky-Korsakov, el hombre grosero deslizó su mano izquierda hacia el muslo derecho de Gracia. Pese a que la más bien leve tocación le resultó sorpresiva, tuvo el mérito de sacarla brevemente de su marasmo. Optó por coger esa mano tosca antes de regresar de inmediato a su caótico ensimismamiento.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Logró decirse que finalizado el concierto, preguntaría al hombre grosero si se atrevía a acompañarla a su casa. Sin duda, Gracia asumía que ese desconocido –al que dirigía cautas miradas de soslayo que le sugerían que era físicamente recomendable– le diría de inmediato: “Eh... Por supuesto, señora”. Con una extraña tranquilidad, se dijo que no tendría porqué no resultarle gratificante estar desnuda en los brazos de ese varón. Hasta sería posible que éste se interesara en sus metonimias de tango expresadas en acrílico.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¿Por qué no lo van a entusiasmar mis mujeres arrabaleras desnudas? –se preguntó de viva voz en un susurro.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¿Qué dice, señora? –escuchó preguntar a su vecino, el hombre grosero, a la par que éste ejercía una notoria presión sobre su mano derecha.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–No, no, nada; se lo puedo decir después, cuando termine la música –le respondió Gracia con la terminante serenidad de su voz sensual, que ella vio siempre vinculada a la magia tanguera de Adriana Varela.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>La música culminó cinco o seis minutos después. Los aplausos se desataron en la amplia sala del Teatro Municipal de Temuco. Gracia desató su mano derecha de la izquierda del hombre grosero y aplaudió con sincera devoción. El hombre grosero hizo lo propio: aplaudió con un fervor al que no estaba acostumbrado.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¿Qué duda cabe de que este tipo no valora el arte?<span style=""> </span>–afirmó en clave de pregunta la mujer tanguera, tangófila y tangómana. A despecho de su pasado en el MIR y a su más bien vago izquierdismo actual, ella sostenía que el Teatro Municipal de Temuco no tenía porqué estar al alcance de los rotos.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Cinco minutos después, la amplia sala empezó a desocuparse de su público. Resultaba cómico escrutar las fisonomías de quienes salían hacia el exterior: se les veía complacidos por la gala musical que habían presenciado, pero no poco angustiados por el grado bajo cero que les daría la bienvenida bajo el cielo poco estrellado y archicontaminado de la ciudad del Ñielol.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Diez minutos después, sólo permanecían sentados en la fila T Gracia y el varón grosero. Ella decidió actuar con la mayor calma: ya llegaría el momento de preguntarle si se atrevía a viajar con ella hasta su casa, a lo que él respondería: “Eh... Por supuesto, señora”.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Retiró su mano de la mano del varón grosero y encendió su celular. Esta vez, no hubo protesta alguna. Acto seguido, por un puro y tanguero capricho, oprimió la tecla *.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Los remeció y aturdió la portentosa explosión que se produjo de inmediato en la ubicación del medio de la fila A, la reservada a las autoridades selectas que solían asistir a las temporadas del Municipal. Una cegadora proyección verde-violácea se elevó en una millonésima de segundo desde el asiento A-25, arrancado de cuajo, hacia las placas de madera de abedul que, colgadas desde el cielo de la sala, garantizaban una acústica inmejorable. Casi de inmediato, una de esas placas gigantescas, envuelta en fuego, cayó estridentemente sobre las primeras filas de asientos generando de inmediato un proliferante incendio. En lo alto, el wagneriano chisporroteo de los focos de iluminación parecía querer presidir la dantesca circunstancia.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Gracia se levantó aterrada y corrió desesperadamente, ensordecida por la poderosa onda sonora de la explosión, hacia la salida de la sala. El hombre grosero la imitó, pero gritando a todo pulmón: ¡Ella fue! ¡Ella lo hizo! ¡Ella fue! ¡Ella lo hizo! ¡Deténgala! ¡Deténgala!</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Los vigilantes privados del Teatro Municipal de Temuco se hicieron presentes de a poco y vacilaban aterrados ante la incógnita de lo que había ocurrido. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>–¡Hay que apagar el fuego! –gritó una vigilante femenina ataviada con una ridícula tenida de corte militar. Acto seguido, la mujer –cuyo nombre es Marta Gutiérrez, según me lo dijo al tiempo después, cuando yo empecé a recapitular el horroroso fracaso de la misión que a mí se me había encomendado: la muerte del agente director de operaciones del Mosad israelita para Chile: Ted Ventura, poderoso aliado del alcalde de Temuco, cuya minuciosa planificación de Inteligencia había conseguido la vergonzosa defenestración del senador Jorge Lavandero– regresó hacia las oficinas del Teatro Municipal en busca de un extinguidor de fuego.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Cuando todas las compañías del Cuerpo de Bomberos de Temuco comenzaron a desplazarse, acompañadas por una infernal parafernalia de sirenas, hacia el lugar de los hechos, Gracia conducía su automóvil Mazda por la calle Senador Estébanez hacia su casa. Iba sola. Había logrado desprenderse de la histeria del hombre grosero que la culpaba de la acción terrorista semiconsumada. Poco rato después, comenzó a beber vino tinto en el recibidor de su casa a la par que escuchaba el último CD de Adriana Varela que había adquirido –<i style="">Cuando el río suena</i>– en su equipo de sonido.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Nunca podremos saber el porqué del fracaso de la primera pulsación de la tecla *. Uno de los primeros informes técnicos emitidos desde Buenos Aires, sede para las acciones operativas de Al-Qaeda para América del Sur, sostuvo, en términos de mera posibilidad, que la persistente humedad atmosférica de Temuco pudo haber impedido la proyección de la señal desde el celular asignado a Gracia hacia la pequeña antena receptora adosada a la carga explosiva que habíamos instalado quince días antes bajo el asiento A-25.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>El agente director de Al-Qaeda para América del Sur había decidido la ejecución de Ted Ventura luego de existir plena certeza de que asistiría, acompañado por el alcalde de Temuco, al Tercer Concierto de <st1:personname productid="la Temporada" st="on">la Temporada</st1:personname> 2007 del Teatro Municipal. La acción, que me fue encomendada sólo a mí, consultaba la instalación de una carga de dos kilogramos de Composición C-4 en un dispositivo diseñado para el efecto Monroe, cuya particularidad es concentrar direccionalmente la fuerza mecánica de la explosión. De haber tenido éxito la primera pulsación de Gracia en la tecla *, el abominable Ted Ventura habría sido catapultado hacia las placas acústicas del Teatro Municipal. Sus acompañantes, el alcalde de Temuco y el encargado de Seguridad Pública de <st1:personname productid="la Municipalidad" st="on">la Municipalidad</st1:personname>, habrían resultado con lesiones de alguna consideración, no descartándose sin embargo que hubieren quedado sordos de por vida. En términos meramente hipotéticos, habría sido un castigo adecuado a sus respectivas pérfidas venalidades. Con la valiosa cooperación de un funcionario del Teatro Municipal –a<span style=""> </span>quien por cierto no puedo nombrar–, yo mismo instalé el dispositivo bajo el asiento A-25. Teníamos plena certeza de que sería ocupado por el abyecto carnicero sionista. De acuerdo a lo que supimos después a través de fuentes confiables, el Mosad se esmeró en silenciar que Ted Ventura se replegó hacia la agencia estadounidense de la organización hebrea de inteligencia afectado por una terminal hipoergía. Las mismas fuentes aseguraron que el cruelísimo agente director de operaciones del Mosad se defecó copiosamente cuando supo lo que le pudo haber ocurrido en el Teatro Municipal de Temuco.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Gracia fue detenida tres días después. Además de las delirantes declaraciones del hombre grosero, no pocos la habían visto huir. Y ella es una mujer sumamente caracterizable por su prestancia de tanguera y por lo penetrante de sus ojos de dama intelectual.</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Aún no sé bien si por consejo de su abogado o por propia decisión, la mujer tanguera, tangófila y tangómana repitió y sigue repitiendo que un desconocido le había ofrecido dinero sólo por pulsar la tecla * de un aparato de telefonía celular. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Francamente hablando, estoy arrepentido. Si hubiera tenido la audacia de convertirla en mi amante –posibilidad que siempre me resultó interesante–, todo habría sido distinto. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Sólo pude verla varios meses después. El Juzgado de Garantía se había allanado a internarla en una clínica privada gracias al informe médico presentado por su abogado, que hablaba de que Gracia estaba afectada por una catatonia incipiente pero con tendencia a la proliferación. No pudo extrañarme que no me reconociera y que sólo me hablara amargamente de su fracaso personal y de la envidia que le suscitaba David Armas, el director de <st1:personname productid="la Orquesta Filarmnica" st="on"><st1:personname productid="la Orquesta" st="on">la Orquesta</st1:personname> Filarmónica</st1:personname> de Temuco. </p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><span style=""> </span>Estoy seguro de que quiso protegerme: mal que mal, alguna vez quiso ser la prostituta salvífica de un aventurero equívoco como yo. ¿Tema de tango? ¡Sin la menor duda!</p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: justify; line-height: 200%;"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center; line-height: 200%;" align="center"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:24;" ><br /><o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center; line-height: 200%;" align="center"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:24;" ><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center; line-height: 200%;" align="center"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:24;" ><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center; line-height: 200%;" align="center"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:24;" ><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: center; line-height: 200%;" align="center"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:24;" ><o:p> </o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal" style="text-align: right; line-height: 200%;" align="right"><b style=""><span style="line-height: 200%;font-size:16;" ><br /><o:p></o:p></span></b></p> <p class="MsoNormal"><o:p> </o:p></p>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1166730782001713282006-12-21T16:18:00.000-03:302006-12-21T16:23:02.026-03:30EL ESCUPITAJO<a href="http://photos1.blogger.com/x/blogger/1109/1368/1600/413096/pinochet%202.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/x/blogger/1109/1368/320/405603/pinochet%202.jpg" border="0" /></a> <a href="http://photos1.blogger.com/x/blogger/1109/1368/1600/910124/Prats%202.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 133px; CURSOR: hand; HEIGHT: 123px" height="61" alt="" src="http://photos1.blogger.com/x/blogger/1109/1368/320/513090/Prats%202.jpg" width="104" border="0" /></a><br /><br /><br />Harán lo posible para que no se reconozca que fue un acto de justicia. La Justicia es una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Y lo que correspondía al cadáver de Augusto Pinochet, histriónica y patéticamente instalado en la Escuela Militar, era ser escupido.<br />El escupo puede ser la consecuencia de una expectoración involuntaria, pero, lanzado sobre una persona o sobre un símbolo, es un acto de desprecio absoluto.<br />No es lo mismo odiar que despreciar: el nietzscheano Alain de Benoist nos recuerda que el odio es un sentimiento innoble, propio más bien de quienes desesperan; el desprecio, en cambio, emana de quienes saben de superioridad y, por ello, tienden de modo espontáneo a hacer lo justo.<br />El escupitajo que Francisco Cuadrado Prats lanzó sobre el féretro que contenía el sórdido cadáver de Augusto Pinochet fue un relevante y exacto gesto de justicia: el macabro ejercicio del poder que realizó durante diecisiete años sólo merece el desprecio de quienes aún sienten en alguna parte de su psiquismo la extraviada fuerza de la chilenidad.<br />Se trató de la expresión –de vehemente elegancia– de la justicia aún no hecha a la memoria del general Carlos Prats González. Y la expresó nada menos que su nieto.<br />Harán lo posible para que no se reconozca que fue un acto de justicia, pero la memoria colectiva de los chilenos suele ser más certera de lo que se supone. Los que jugarán a esa posibilidad están obnubilados por un odio psicótico y malsano; el gesto de Francisco Cuadrado Prats fue un acto de justo y exacto desprecio. Las futuras generaciones de chilenos así lo entenderán.Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1159982828387419432006-10-04T14:54:00.000-02:302006-10-04T14:57:08.420-02:30UNA COBARDÍA IMPRESENTABLE<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/pinochet.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/pinochet.jpg" border="0" /></a><br />Yo detesto a Augusto Pinochet en función de lo que es como signo. Es el mayordomo de los sirvientes que decidieron rebelarse contra sus amos. José Donoso lo escribió con singular maestría en Casa de Campo.<br />¿Es malo Augusto Pinochet? Sí, lo es. Lo es por sibilino e hipócrita. Lo es por cobarde y por gurrumino. Lo es por haber permitido que su dictadura deviniera en un pérfido matriarcado: la sangrienta dictadura de Pinochet fue la dictadura de Lucía Hiriart.<br />Pero, al igual que cualquier animal humano, Pinochet tiene derecho a la misericordia de Dios.<br />Hace poco, la Vicaría General Castrense quiso poner a un capellán militar católico para que administrara al anciano ex dictador el último sacramento: La Santa Unción, antes llamada Extremaunción. El hombre está viviendo una senilidad dolorosa. Se alimenta sólo con papillas. Es claro que morirá pronto.<br />¿Y qué ocurrió? Ocurrió que todos los capellanes militares buscaron excusas para negarse a visitar a Pinochet. Sólo uno, el capitán del Servicio Religioso Carlos Roberto Melo Cruces, capellán de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales, tuvo la hidalguía de llevarle el postrer consuelo de la Fe Católica.<br />¡Es inconcebible! Es una grosera cobardía. Es un hecho que habla a las claras de decadencia. Es un cartuchismo absolutamente impropio en hombres consagrados a Dios. Es un correlato clarísimo del escepticismo que embarga a muchos católicos.<br />Desde estas páginas, no puedo sino repudiar esa cobardía, así como felicitar al capellán Melo por su hombría.<br /><br />Aníbal Barrera Ortega<br />Periodista<br />Capitán (R)Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1159028540598821242006-09-23T13:45:00.000-02:302006-09-23T13:52:20.616-02:30LOS MEANDROS DE "PALACIO LARRAÍN"<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/Interviu.jpg"><img style="CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/Interviu.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Entrevista al periodista Luis Marín<br /><br />Aníbal Barrera Ortega<br /><br />Luis Antonio Marín es periodista y, como él mismo se ha encargado de reconocerlo, sus incursiones literarias tienen una suerte de recurrente sesgo periodístico: buscan testimoniar circunstancias desconocidas de lo estrictamente cotidiano. Su obra más reciente, Palacio Larraín, es una certera incursión en lo que se puede llamar la multifacética y no pocas veces trágica realidad de la juventud chilena. Hay allí una dimensión periodística en la medida en que recoge hechos y circunstancias de la vida cotidiana de un hombre que ha sabido vivir con audaz intensidad. Pero Marín se hace certeramente cargo del ya clásico aserto que enseña que el quehacer literario es el esfuerzo que hace un ser humano para contar a otros seres humanos qué es y cómo es el enigmático animal humano.<br /><br />El 8 de diciembre, el libro fue presentado en la comuna de Nacimiento, en la Octava Región, donde reside Marín actualmente. El día 28 próximo se hará lo propio en la sala Dirección Obligada, de la Dirección de Extensión de la Universidad de La Frontera.<br />Luis Marín no olvida sus largos días temuquenses. Residió por estos lados desde sus días de infancia; aquí se convirtió en periodista y en un hombre dotado de una prodigiosa curiosidad intelectual.<br /><br />El escritor y periodista<br /><br />–A ver, comencemos por un ejercicio de síntesis, arte en el cual es dable suponer que tú eres un maestro. Te pido que respondas en no más de diez palabras quién es Luis Antonio Marín.<br /><br />–Un escritor aún no casado (o cazado) con género alguno, un intelectual sin academia y un periodista sin empleo pero siempre trabajando. Me temo que, también, un futuro dramaturgo de genio.<br /><br />–Sigamos en los esfuerzos de síntesis. Te pido brevedad para responder la siguiente pregunta: ¿Por qué se escribe?<br /><br />–Por pasatiempo, por vanidad ciudadana, por terapia, por desesperación, y por el afán casi prometeico de modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte. Esa es, de menos a más, mi jerarquía personal del trabajo literario.<br /><br />“Modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte”. Son muchos los que sostienen que la literatura tiene siempre una soterrada estatura política. Llevamos, pues, a Luis Antonio Marín hacia ese ámbito temático.<br /><br />La vena literaria<br /><br />–Cabe inferir de tu respuesta que tú tienes interés por la dimensión política del animal humano. ¿Es así?<br /><br />–Claro, y esa dimensión es mucho más que el sistema de partidos y poderes del Estado. Creo que el arte auténtico está –paradójicamente desde su actual objetivación cosificante– llamado a mejorar lo que llamamos realidad. Las personas que leen o han desarrollado sensibilidad por el arte son más tolerantes, aventuradas, controladas, creativas, y por ende no creen que las únicas cosas buenas de la vida sean los placeres sensualistas (el zapping sexual, la borrachera perenne o el fútbol untado en escabeche); son, como se dice ahora, mejores ciudadanos.<br /><br />–¿Está la literatura chilena a la altura de los requerimientos, digamos que consensuales, de la actual sociedad chilena? Entiendo que la respuesta puede ser muy larga, pero te sigo pidiendo la brevedad a que estamos condenados los periodistas.<br /><br />–Creo que la mayor parte de los escritores nacionales son incapaces de evangelizar su arte más allá de sus menguadas tribunas o academias: Los escritores y las instituciones que los cobijan están más bien, y parodiando una canción de moda, acrecentando la desigualdad cultural, elitizándose. Yo creo que los lectores y públicos hay que salir a buscarlos. Estoy a favor de las ferias del libro y encuentros de escritores, pero estoy más a favor de que los escritores indaguen en públicos nuevos, incluso iletrados, verbalizando sus textos, reencantando a la gente.<br /><br />“Yo intenté hacer, gratuitamente y porque me gustan los desafíos, talleres de escritura en la cárcel de Temuco y en el Regimiento Tucapel. No me consideraron; pero creo que la cosa va por ahí, o si no, que nos pudramos todos en el basural del neoanalfabetismo”.<br /><br />–¿Qué expresa tu libro Palacio Larraín? ¿Cómo sintetizas su mensaje?<br /><br />–No creo que haya un mensaje así a secas. Para nada. Sólo puedo decir que el sentimiento que engendró mi libro fue la desesperación por una juventud (la mía y la de otros chicuelos) desperdiciada; es tal vez una metáfora de la imposibilidad del arte: un caballo lanzado a pique contra un acantilado.<br /><br />–¿En qué género literario se inscribe tu libro?<br /><br />–El asunto de los géneros literarios está siendo replanteado desde las vanguardias. Yo los veo más como un sistema de expectativas que se genera en el lector, que como un sistema cerrado y de leyes intransferibles. Incluso el tema de la literatura como invención, como mera irrealidad –en contraposición a la ciencia dura, la ciencia social o el periodismo que te dicen “la verdad”– tiene los días contados.<br /><br />“Mi libro nació como un conjunto de cuentos (o cartas, testimonios y hasta posibles guiones teatrales y de cine) que tenían en común ciertos personajes de pretensiones biográficas y autobiográficas. Después me convencí (me convencieron) que el sentido y el orden espacial (por ser historias engendradas en tres ciudades chilenas: Santiago, Ciudad Sur y Parición) y temporal (por ser relatos con cierta progresión epopéyica deudora del bildungsroman o novela de formación) hacían de mi texto una novela con una estructura menos ortodoxa. Fue por ello que decidí titularlo Palacio Larraín y otros relatos de novela, pero mi editor prefirió dejarlo en Palacio Larraín y que el lector decidiera”.<br /><br />¿Autodestrucción?<br /><br />–Resulta fácil pensar que Palacio Larraín encierra una suerte de convocatoria a la autodestrucción. ¿Crees tú que sea así?<br /><br />–¿Fácil de pensar para quién? ¿Para el pastor pentecostal de Cuñuñuco? Me parece que desde el mismo momento en que el sociólogo protagonista Domínguez Montressor recopila y recrea la catástrofe, deja de encarnarla, al menos simbólicamente. La autodestrucción, que pasa por el descentramiento psíquico de los héroes del relato, no es una apología de la derrota, si no más bien una invocación a la lucha, a la rebeldía contra un sistema social que te cosifica, que ha perdido el auténtico sentido del ritual, y donde el poder se ejerce de manera deshumanizada: y no porque en el edificio del poder haya puros desalmados, si no porque la complejización de la realidad (de las leyes, de las cifras, de las entidades jurídicas) hace que éste sea casi una pura abstracción.<br /><br />¿Para qué escribir?<br /><br />–Pese a que sostienes que tu libro no entraña un mensaje, no es posible perder de vista algo que ya respondiste: que se escribe para "modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte". ¿Cómo contribuye a ese propósito Palacio Larraín?<br /><br />–Se da una paradoja con los libros de esta índole: La desesperanza que recrean está preñada de esperanza. Esa paradoja, claro está, no la sentí al escribir los relatos más duros del libro. "Palacio Larraín" lo escribí entre 1999 y 2004, a un ritmo de escritor aficionado, situación que espero se modifique”.<br /><br />–¿Qué opinas de la reciente nominación de José Miguel Varas como Premio Nacional de Literatura? ¿Qué consideración te merece lo afirmado por Andrés Gómez en cuanto a que no fue "ninguna sorpresa", porque se escogió a un escritor de trayectoria pero que, a diferencia de Enrique Lafourcade o Germán Marín, no genera discordias.<br /><br />–No estoy de acuerdo con Gómez. ¿Qué acaso se trata de reivindicar la política de los consensos propulsada el año 90 por el ya senil Patricio Aylwin, o de premiar a las buenas personas? Había cinco escritores con más mérito ¡LITERARIO! que Varas (Marín, Lafourcade, Eltit, Allende y Skármeta, en ese preciso orden), pero premiaron a este caballero. Lo que allí ocurrió fue que el último premiado, Armando Uribe Arce, es íntimo amigo de Varas e influyó sobre todo el resto del jurado, que saben tanto de literatura como yo de ecuaciones trigonométricas.<br /><br />En La Araucanía<br /><br />–Bien, regresemos a los temas que parecen interesarte especialmente. ¿Qué me puedes decir de la realidad literaria de nuestra región de La Araucanía? (estoy seguro de que no te falta información al respecto).<br /><br />–Hay una clara explosión del tema de la literatura mapuche, que tiene más que ver con un fenómeno sociológico de alteridad invertida que con un asunto de calidad intrínseca. El doctor Carrasco y sus adláteres de la UFRO quieren dejarle claro al mundo que “yo los vi primero”, en relación a los artistas que tienen apellidos que hace 20 años eran motivo de burlas y ahora campean. Literariamente hablando, el panorama es desalentador. No sé si Guido Eytel planifique nuevas obras, pero en términos generales los escritores de generaciones anteriores a la mía parecen haber perdido la pólvora. De los que tienen mi edad rescato a Claudio Maldonado, porque es mi amigo (y no “el Lex Lutor Marín”, como dijo un resentido crónico) y tiene suficientes obsesiones como para escribir algo considerable. Los narradores de mi generación que lograron publicar antes, se fueron de acá, lo mismo Jaime Huenún, uno de los mejores poetas vivos que he conocido; lo mismo pretende hacer Maldonado e hizo también el último premio Pablo Neruda de poesía. En Chillán y Valdivia, por dar un par de ejemplos, el asunto no es así.<br /><br />La migración<br /><br />–He sabido que planeas incursionar en el mundo académico y gremial de la literatura que ofrece actualmente España. ¿Por qué te parece necesaria esa incursión? Más bien, ¿ves todas las puertas cerradas en Chile?<br /><br />–Eso es un tanto inexacto (quizá trabaje elaborando guiones o lavando platos), aunque lo cierto es que sí pretendo irme. Mis infecundos deambulares por el arte y por la patria –programas de radio, abortadas empresas de gestión y productos culturales, columnas, guiones, teatro, especializaciones farsantes (como lo es casi todo lo engendrado en la academia)– me tienen rotundamente fatigado. Asimismo, el panorama artístico y literario de Chile es de una malignidad espesa. Está lleno de lobbystas, mercaderes, lamepuertas, timadores, enclaustrados (hablo de aquellos cooptados por la academia); todos metidos en la bolsa de gatos que provoca el exceso de gente para tan poco espacio. En Chile están surgiendo muchos escritores para tan pocos lectores: eso provoca hacinamiento y desplaza el punto de interés desde la creatividad misma a las odiosas querellas paraliterarias.<br /><br />–Una última pregunta. Parece evidente que te sientes un rebelde, entendiendo que la palabra ‘rebelde’ es el sustantivo del verbo ‘rebelar’, que significa exactamente “Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida”. ¿Por qué y cómo ser rebelde? ¿Acudiendo quizá si a las drogas?<br /><br />–Me quedo más bien, con eso de la obediencia debida: La obediencia no tiene porqué ser una cuestión inercial, una convención, sino nacer de una convicción. Ahora bien, yo nunca fui de aquellos que pateaban el tablero o gritaran a voz en cuello: Nunca estuve conforme (por ejemplo con todo lo que recibí de mi atroz universidad), pero jamás lo di a entender… quizá por esa aporía me las di de escritor.<br /></div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1146018143994596562006-04-25T23:48:00.000-02:302006-04-26T18:21:32.643-02:30Tema muy actual<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/camino.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/camino.jpg" border="0" /></a><br /><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/IMAG0006.jpg"></a><br />Contratistas e inspectores<br /><br />Aníbal Barrera Ortega<br /><br />Nuestra columna de hoy tiene que ver con caminos. Como se verá, es un tema de álgida importancia: ¿será posible perder de vista que nuestra aporreada región de La Araucanía cuenta con una red vial que supera en extensión los 12 mil kilómetros?<br />Bueno, para empezar el asunto, se ha de decir que en cualquier diseño vial –construcción de un nuevo camino o mejoramiento o mantención de un camino ya construído– intervienen dos grandes protagonistas: los contratistas y los inspectores fiscales. Entiéndase por contratista al empresario particular de construcción vial que se adjudicó una propuesta pública, y por inspector fiscal al funcionario profesional que, se supone, cautelará el cabal cumplimiento del contrato en beneficio del interés del Estado de Chile, lo que, al menos en principio, viene a significar en beneficio de todos los contribuyentes.<br />Pero ¿qué es lo ocurre en la porfiada realidad? Ocurren varias cosas.<br />Por una parte, la experiencia muestra que los inspectores fiscales, se diría que en un 50 por ciento de los casos, no son idóneos para serlo. Un inspector fiscal realmente eficiente debe conocer cada paso del proceso contenido en el respectivo contrato, lo que viene a ser lo mismo que decir que ese profesional debe estar ampliamente compenetrado de la estructura orgánica y técnica del servicio para el cual trabaja. Estamos hablando de caminos; el proceso de construcción o de mantención reconoce etapas casi obvias: chequeos de laboratorio de mecánica de suelos, lógica de proyectos, prevención de riesgos, legislación laboral, conocimiento medioambiental, legislaciones específicas, etc., etc.<br />Y como lo decíamos, sólo un 50 por ciento de los inspectores fiscales presenta una básica idoneidad técnica para cumplir adecuadamente sus funciones (ya hablaremos de la idoneidad moral).<br />Ahora bien, ¿qué sería deseable en las empresas contratistas? Más que deseable, resulta imprescindible que se trate de entidades altamente profesionalizadas; ¿es así? Desgraciadamente no.<br />Las empresas contratistas que operan en nuestra región (y mucho nos tememos que en la mayor parte de nuestro Chile) son empresas familiares. Por ejemplo, un constructor civil con vocación de empresario, que cuenta con un capital suficiente, podrá echar a andar una empresa vial y tenderá idefectiblemente a procurar espacios de trabajo para sus parientes y amigos. El resultado surge obvio: la profesionalización de esa empresa será difícil. En el mejor de los casos, el capital podrá permitir que se cuente con los medios técnicos estrictamente necesarios para el funcionamiento de la empresa, pero será altamente improbable que se busque el perfeccionamiento. Agreguemos que nada parece impedir que esas empresas escapen a la lógica del lucro, claramente predominante en los días que corren.<br />En la práctica, entonces, las empresas contratistas deben apostar a amañar los contratos tanto como sea posible. De lo que se trata es de economizar al máximo; donde, por ejemplo, el contrato establecía la necesidad de emplear quinientos sacos de cemento, la empresa hará lo posible por gastar sólo trescientos… si es que.<br />No es necesario gastar excesivas explicaciones para que Ud., estimado(a) lector(a), caiga en la cuenta de que tales economías van en necesario desmedro de la calidad de la obra vial ejecutada y, no pocas veces, en hipotético desmedro de su propia vida o integridad física cuando Ud. deba conducir su vehículo por ese camino.<br />¿Cuál es el medio que permite amañar contratos? Es muy fácil: el empresario debe ser obsequioso con el inspector fiscal (frente al cual se tiene en un 50 por ciento de los casos plena seguridad de su ignorancia y torpeza). Se le debe atender con almuerzos y asados pantagruélicos, con muchos aperitivos, vinos intermedios y bajativos.<br />Pero las ingestas son sólo un eslabón. Básicamente amansado con muchos bajativos, el paso siguiente será ofrecerle estipendios extras o brindarle granjerías adicionales. ¿Mujeres? ¿Por qué no? ¿Drogas duras? ¿Por qué no?<br />¿Se da cuenta, amigo(a) lector(a), de lo que estamos hablando? Estamos hablando sencillamente de que estamos en presencia de una lenidad manifiesta y de una corrupción aún larvada.<br />¿Se dan cuenta, estimados(as) señores(as) políticos(as), de los riesgos que seguimos corriendo?Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1142019925847651272006-03-10T16:06:00.000-03:302006-03-10T16:20:17.410-03:30Consejos a la Presidente de Chile<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/michelle.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/michelle.jpg" border="0" /></a><br /><br /><div align="center"><span style="color:#ff0000;"><strong>¡ESCUCHE, SEÑORA MICHELLE!</strong></span><br /></div><div align="justify"> Con todo respeto, señora Presidente, pido su autorización para darle al presente artículo el carácter de carta pública dirigida a Vuestra Excelencia.<br /> Le pido esa autorización, señora Presidente, porque me arriesgo a pensar que otros (e incluso otras) comparten las reflexiones que ahora yo quiero compartir con Vuestra Excelencia. Es perfectamente irrelevante que usted, señora Presidente, lea o no estas líneas para conocer estos mis pensamientos, que son en realidad consejos que yo quiero que lleguen a vuestro ponderado conocimiento: la verdad es que estoy seguro de que, por obra de lo que Nietzsche mentaba como casualidades preñadas de sentido, Vuestra Excelencia sabrá de mis consejos.<br /> Vamos por partes.<br /> Le aconsejo, en primer lugar, no hacerse la menor ilusión de que la tarea que tiene por delante será fácil. Por la sencilla razón de que será exageradamente difícil.<br /> Usted, señora Presidente, simboliza casi en exceso que los vencidos en la patraña de guerra de 1973 son los vencedores de hoy. Y eso, señora Presidente, es algo que no pocos no le perdonarán jamás.<br /> Yo supongo, señora Presidente, que usted sabe que son muchos los historiadores eximios que sostienen que Chile, nuestro sufrido país, cuenta con la derecha política más torpe, pueril, ramplona, chocarrera, acomodaticia y despiadada de toda nuestra América. Yo supongo que usted leyó “El Peso de la Noche: Nuestra Débil Fortaleza Histórica” de Alfredo Jocelyn-Holt, personaje con el cual ni usted ni yo simpatizamos, pero al cual no podríamos discutir la validez de sus análisis historiográficos.<br /> ¡Cuidado, pues! Esa derecha chilena, señora Michelle, no colaborará con su gestión política: ¡ni lo sueñe! ¿Piensa usted que personajes patéticos como Longueira, Moreira, Novoa, Larraín, Espina, Pérez de Arce, etc., etc, le perdonarán alguna vez a Vuestra Excelencia ser la hija del general Alberto Bachelet, un hombre que sí sabía lo que es el honor militar, un hombre que jamás habría disparado contra chilenos?<br /> Vamos ahora hacia otra parte. La Concertación, con la cual Vuestra Excelencia gobernará estos próximos arduos años, parece no tener el menor sentido de la historia o, si se prefiere, de la responsabilidad histórica; su indolencia y estolidez poco tienen que envidiar a la indolencia y estolidez de la derecha.<br /> ¡Desconfíe, señora Michelle, desconfíe!<br /> Por otra parte, señora Presidente, trate de atemperar la conscupiscencia de sus colegas de sexo; trate de decirles, con esa sutileza fina que usted bien posee, que el más importante derechos de las féminas es exigir hombría a los hombres, es exigir que los hombres podamos alcanzar la noble categoría de varones.<br /> ¿Es mucho pedir? Bueno, la verdad es que yo quiero pedirle más. La verdad es que me queda un quizá si último consejo:<br /> ¡No se deje engatuzar por la homosexualidad, la gran tirana de nuestros días! ¡Trate de convencer a los homosexuales de que son enfermos, enfermos gravísimos, y una burda y sedicente manifestación de diversidad!<br /> Buena suerte, querida Michelle: ¡la vas a necesitar!</div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1140288650386849282006-02-18T15:16:00.000-03:302006-03-02T20:32:33.386-03:30'Comandante Che Guevara'<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/mujer%20soldado.1.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/mujer%20soldado.jpg" border="0" /></a><br /><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/mujer%20soldado.1.jpg"></a><strong><span style="font-size:180%;"><br /></span></strong><div align="justify"><span style="color:#006600;"><strong></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#006600;"><strong></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#006600;"><strong></strong></span></div><div align="justify"><span style="color:#006600;"><strong>Capitán Storni<br /></strong></span><br /><br />Siempre fue considerado un chiflado, y es que siempre tuvo algo perturbada la razón. Pero su chifladura no estuvo nunca exenta de una extraña y casi indescifrable perspicacia. Bebedor excesivo, solía tener alucinaciones. Hablamos de un ser humano a quien la desgracia se esmera en perseguir sin haber logrado nunca alcanzarlo. A quien, además, siempre –o la mayor parte de las veces– le interesó cuestionar su chifladura.<br /></div><div align="justify">Esas debieron ser las razones –y no se avizoran posibilidades de que pudieran (o pudieren) ser otras– por las cuales decidió intentar la dilucidación de la más bien difusa imagen forjada en su mente según la cual, a los compases de la canción ‘Comandante Che Guevara’, entonado por la magia erotizante y evocadora del grupo musical español Mocedades, le era posible vislumbrar a varias muchachas chilenas, que se encontraban (y aún se encuentran) cumpliendo el Servicio Militar Femenino Voluntario en el Regimiento de Infantería de Montaña Nº 8 “Tucapel” de Temuco. Y que aparecían en esa más bien difusa imagen mental entonando militarmente, ataviadas con ropaje de guerra andina, esa bella canción, lastimosa apología de la figura de un canallesco violentista: </div><div align="center"><br /></div><div align="center"><em>Vienes quemando la brisa</em></div><div align="center"><em>con soles de primavera</em></div><div align="center"><em>para plantar la bandera</em></div><div align="center"><em>con la luz de tu sonrisa</em></div><div align="justify"><br />Las muchachas, todas bellas, habían sido seleccionadas entre muchas otras casi enteramente por la clara excelencia de sus traseros (lo que, por cierto, es un elemento de enorme importancia), estaban ahora ataviadas con la ropa blanca de los soldados andinos, lo cual no perturbaba en absoluto sus encantos y eran acompañadas en su cantar por las bandas instrumental y de guerra del “Tucapel”. </div><div align="justify"></div><div align="justify">–Me resultaba extraño, muy extraño –escribió en tales intentos exégeticos–. Creo que la palabra es ‘enigmático’. Dice al respecto la siempre ilustre Real Academia Española: “Que en sí encierra o incluye enigma; de significación oscura y misteriosa y muy difícil de penetrar”.<br /></div><div align="justify">Pero a poco andar –no sé si cuatro o cinco días después, al cabo de una borrachera–, decidió que él, como ex oficial del Ejército de Chile, tenía la obligación de penetrar en ese enigma: ¿cómo puede suceder que la canción ‘Comandante Che Guevara’, hermosamente entonada por el grupo Abba, le sugiriera glamorosas muchachas chilenas que están cumpliendo con el Servicio Militar Femenino Voluntario, que aparecen entonando loas, a los compases estentóreos de ambas bandas castrenses, a una figura histórica que nada tuvo que ver con la gloriosa institucionalidad militar chilena?<br /></div><div align="justify">Pero también a poco andar, cayó en la cuenta de que en esa más bien difusa imagen mental, una de las muchachas ocultaba paulatinamente a las demás. En realidad, él habría de verla de cuerpo presente en dos oportunidades:<br /></div><div align="justify">–Cuando me comentaron a comienzos de junio que la Sección Femenina del “Tucapel” sería públicamente presentada en la ceremonia de celebración del Día de la Infantería, sentí la misma vieja rabia. Me repetí que las mujeres nada tienen que hacer vistiendo ropa militar. Fui a la ceremonia ya enunciada –en circunstancias de ese tipo invariablemente me acomete una nostalgia placentera y psicotrópica de mis ya idos días de militar chileno– y las vi: bellas, sensuales y estilizadas, envasadas en los albos uniformes de combate andino que marcaban un abrumador y grato contraste con las tonalidades de sus pieles; graciosas, coronadas por la boina verde oscuro de los montañeses del Ejército de Chile, lo que resaltaba la belleza erótica y sibilina de sus miradas femeninas y la perturbadora placidez de sus traseros –apuntó también nuestro chiflado amigo en su excéntrico bloc de apuntes lingüísticos y semióticos. Pese a su inveterada aversión por la militarización de las féminas, le fue imposible no reparar en una de ellas, que parecía opacar la rutilancia castrense de las demás. Integraba la banda de guerra del Regimiento de Infantería Nº 8 “Tucapel”, a su muslo izquierdo estaba firmemente adosada la caja alemana “Teuber”. Sobre su seno derecho –lo que realzaba encantadoramente el respectivo trocito de género pegado a su tenida de combate– mostraba escuetamente su apellido: Hackernet. Su mano derecha empuñaba firmemente los dos palillos de la caja militar.<br />Con un casi imperceptible nerviosismo, –que se manifestaba en adelantarse un tanto a las órdenes del comandante de la unidad de formación expresados en los diestros movimientos del tambor mayor– la soldado-conscripto Hackernet golpeaba despiadadamente la caja “Teuber”, contribuyendo así a parir el fragor atronador y redoblante de las cajas de la banda de guerra. A su lado, el cabo Balbuena, alto y gallardo, aporreaba también febrilmente su propia caja bélico-musical. Balbuena se percató muy claramente de la leve inseguridad de la recluta que él había instruido como única integrante femenina de la banda de guerra del regimiento temuquense.<br /></div><div align="justify">Ese imperceptible nerviosismo tenía a su haber, como se verá, una explicación obvia.<br /></div><div align="justify">–Yo supe cabalmente que la soldado-conscripto Hackernet era un ser que trascendía lo que para mí era la increíble y blasfema presencia de las mujeres vestidas de guerra en un escenario como el chileno, sedicentemente moderno. La muy hermosa soldado-conscripto Hackernet –nunca lograré saber su nombre de pila pero bien podemos suponer que se llama Rose Marie (o Rosmarí)–…; perdón, yo decía que la soldado-conscripto Rosmarí Hackernet es una fidelísima exponente de la ya fenecida superraza aria. Es bellísima; sus ojos irradian locura, seducción, fiereza y reciedumbre germanas –agregó en su ya abultado y delirante cuaderno de notas–; ¿cómo puede ocurrir que esté cantando la canción ‘Comandante Che Guevara’?<br /></div><div align="justify">La verdad de las cosas, yo, narrador de esta alucinante historia, no tengo más remedio que decirlo todo: Rosmarí –o como se llamara– cantaba con entera sinceridad y con poderosa convicción la canción ‘Comandante Che Guevara’. </div><div align="justify"><br /></div><em></em><div align="center"><em>Aprendimos a quererte<br />desde la histórica altura<br />donde el sol de tu bravura<br />le puso un cerco a la muerte. </em></div><em><div align="justify"><br /></div></em><div align="justify">No tengo más remedio que decirlo todo pues esta historia no puede prolongarse de modo majadero y poco prístino. Cuando nuestro amigo compartió conmigo, hace dos o tres días, unas botellas de vino tinto, quedó muy en evidencia que tiene la sopaipilla pasada: al cabo de tres copas, ya estaba semiebrio, por lo que se vio obligado a dormitar sobre la mesa del bar. Comencé a hojear su desordenado bloc y mi interés fue creciente.<br /></div><div align="justify">Era su alucinación sin serlo. Él, con su perspicacia de chiflado y con su capacidad para burlar la desgracia, había podido intuir, precariamente pero de modo mágico, una grave vulneración a la seguridad militar. Y él, pese a no tener ahora nada que ver con la retórica castrense, sabía muy bien por cuál lado caminan las vulnerabilidades de la seguridad militar.<br /></div><div align="justify">Y esto lo digo yo, el narrador, el mítico capitán Rafael Storni: El Ejército de Chile ya empieza a pagar caro el error de haber incorporado mujeres en las nobles filas del Servicio Militar. Puedo afirmar que nada orgánico lo justifica: de lo que se trata es de un prurito de modernidad, alentado por seres como Cheyre y Lagos, y muy del gusto del Fondo Monetario Internacional.<br /></div><div align="justify">–Es para complacer al feminismo de raigambre judía –bien podría sostener don Miguel Serrano.<br /></div><div align="justify">Pero, como se verá, el riesgo se empieza a mostrar como mucho mayor.<br /></div><div align="justify">Rosmarí Hackernet, una muchacha de no más de diecinueve años de bien vivida edad, fue incorporada al Servicio Militar Femenino Voluntario de modo absolutamente no voluntario. Su progenitor, el coronel de Ejército Matías Hackernet, actualmente comandante del Regimiento de Infantería Motorizada Nº 1 “Buin” de Santiago, se había empeñado en que Rosmarí fuera incorporada a la milicia femenina “a ver si así sienta cabeza”. Hackernet había empezado a sentirse sumamente contrariado por lo que él, en su castrense puerilidad, entendía como “difusas ideas izquierdistas”. Fue por eso que tomó contacto telefónico con su compañero de promoción, el coronel Ferreira, comandante del “Tucapel” de Temuco, para pedirle que no dejara por motivo alguno de acuartelar a su hija. De lo que se trata, le dijo, es de que no esté en Santiago con sus melenudos compañeros de la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile.<br /></div><em></em><div align="justify"><em></em></div><div align="justify"><em></em></div><div align="center"><em>Vienes quemando la brisa </em></div><div align="center"><em>con soles de primavera </em></div><div align="center"><em>para plantar la bandera </em></div><div align="center"><em>con la luz de tu sonrisa</em></div><div align="center"><em></em></div><div align="justify"><em></em></div><div align="justify"></div><div align="justify">Rosmarí era en verdad una hija rebelde –que, por cierto, no tenía la menor devoción por sus ancestros germanos–, no obstante lo cual la gestión realizada por su padre –a quien despreciaba por ser “un machista bobalicón”– no perturbó sus nacientes quimeras. Sus melenudos amigos la aconsejaron que buscara espacios para la justicia popular en las filas castrenses… ¡Nadie habría de recelar de ella por ser hija de militar!<br /></div><div align="justify">Ya vestida con la tenida militar de combate, asumió con mucha inteligencia y picardía los ademanes inconvenientes e inesperados de sus instructores. El cabo Efraín Balbuena, por ejemplo –que reparó de inmediato en ella desde el primer día de acuartelamiento–, cayó en la cuenta de que Rosmarí Hackernet no iba a ser seducida por él, motivo por el cual cesó, a poco andar, sus grotescas aproximaciones iniciales. Pero empezó a anidar un deletéreo odio.<br /></div><div align="justify">–¿Sabe, mi cabo? –le había dicho, irónica y despiadada, la soldado-conscripto Hackernet cuando él se aventuró a tomarle la mano y a intentar besarla en uno de los descansos de la instrucción de la banda de guerra–: No tengo más remedio que decirle que yo soy mucha mujer para usted.<br /></div><div align="justify">El fuerte rencor de Balbuena –un hombre que se sabe bonito y que sabe detestarse a sí mismo por su poco promisoria condición de futuro suboficial de Ejército– comenzó entonces su proyección.<br /></div><div align="justify">Es que Rosmarí Hackernet –actualmente procesada en la Fiscalía Militar de Temuco– tenía por misión convertirse en amante del comandante del “Tucapel”, coronel Jaime Ferreira. La idea fundamental de esa incursión amatoria era lograr el acceso al almacén general de material de guerra de la unidad militar. La necesidad era de unos cincuenta fusiles SIG-Famae con su dotación completa de munición, que irían a parar a las manos justicieras de un selecto grupo mapuche de Malleko.<br /></div><div align="center"><em>Tu amor revolucionario</em></div><div align="center"><em>te conduce a nueva empresa</em></div><div align="center"><em>donde esperan la firmeza</em></div><div align="justify"><em> de tu brazo libertario.<br /></em><br />¿Qué más decir? Bueno, que el cabo Efraín Balbuena –dolido y humillado por el desdén de la hermosa mujer –había podido darse perfecta cuenta del amor clandestino entre la soldado-conscripto Hackernet y el coronel Ferreira, y –no se sabe cómo– logró escuchar y grabar una más bien larga conversación entre los amantes. Allí se habló en términos expresos e inequívocos de cómo se haría llegar los SIG-Famae a las manos de los guerrilleros de la Coordinadora Arauko</div><div align="justify">Malleko de Comunidades Mapuche en Conflicto.<br /></div><div align="justify">Balbuena, hombre cruel y vengativo, se las arregló para poner en conocimiento de doña Sandra Guastavino, cónyuge del coronel Ferreira, la rutilante infidelidad de su marido y para informar al intendente de La Araucanía que el alto oficial había aceptado colaborar de modo directo y, se diría, completo con la subversión mapuche de raigambre etarra, terrorista y neomarxista. </div><div align="justify"><br /> </div><em></em><div align="justify"><em></em></div><div align="center"><em>Seguiremos adelante<br />como junto a ti seguimos<br />y con Fidel te decimos:<br />hasta siempre Comandante</em></div><div align="center"> </div><div align="center"></div><div align="justify"></div><div align="justify">Nuestro personaje, alcohólico y dilecto amigo –hablamos de un ser humano a quien la desgracia se esmera en perseguir sin haber logrado nunca alcanzarlo; a quien, además, siempre –o la mayor parte de las veces– le interesó cuestionar su chifladura–, había llegado a intuir (no sé si sea ésa la palabra adecuada) que estaba en juego una grave vulneración a la seguridad militar. Sin embargo, no estuvo jamás dispuesto a decir que le constaba que la soldado-conscripto Hackernet –a quien llamó arbitrariamente Rosmarí– cantaba con serena pasión y con sutil encanto la canción ‘Comandante Che Guevara’ con el fondo musical del Grupo Abba: primero, todos se habrían reído de él; segundo, él, alcohólico y todo, no era hombre de delaciones ni de forma alguna de mariconada.<br /></div><div align="justify">Desde los quince o dieciséis años, la muchacha (se llama en realidad Sonia Hackenet –lo vine a saber después–; él la bautizó arbitrariamente como Rosmarí en patético homenaje a una mujer casada que quería ser su amante) se había integrado secretamente como militante de la etapa refundacional (1999) del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, denominada Brigadas Juveniles “Miguel Enríquez”.<br /></div><div align="justify">Sus aproximaciones a las ceremonias militares le gestaban un sentir bipolar: una mezcla no conciliable entre nostalgia y rencor. Escribió en las páginas finales de su ajado bloc de notas:<br /></div><div align="justify">–El ciclo se cerró para mí cuando la vi por segunda vez. Me pareció una segunda y macabra ceremonia. La flanqueaba el maldito cabo Efraín Balbuena, su humillado pretendiente y triunfal delator, que tomaba su antebrazo derecho en función de conducirla. Ella llevaba las muñecas esposadas. Su recia y fiera gestualidad –facial y de toda su gallarda anatomía incluido por cierto el brioso trasero de walkyria nórdica– era altiva y dionisíaca. Sobre su seno derecho, sólo su apellido realzado: Hackernet.<br /></div><div align="justify">“Cuando la vi por primera vez, no quise delatarla; la segunda vez, en patética ceremonia, estaba ya delatada y la conducía su delator. Yo no había querido delatarla porque dejé de sentir afecto por lo militar aun cuando lo militar sigue siendo inexorablemente parte de mi vida ya casi agotada.<br /></div><div align="justify">Ahora deseo que a ella no le vaya demasiado mal. ¡Y he de esmerarme porque así sea!”.</div><div align="justify"></div><div align="center"><em>Aquí se queda la clara,</em></div><div align="center"><em>la entrañable transparencia,</em></div><div align="center"><em>de tu querida presencia,</em></div><div align="center"><em>Comandante Che Guevara.</em></div><div align="center"><em></em></div><div align="center"><em></em></div><div align="center"><em></em></div><div align="center"><em></em></div><div align="center"><em></em></div><div align="center"><em></em></div><div align="center"></div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1139270177192264152006-02-06T20:16:00.000-03:302006-02-07T06:01:39.770-03:30¿Escucharás mi relato?<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/Fabiana.jpg"><img style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; CURSOR: hand; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/Fabiana.jpg" border="0" /></a><br /><div align="right"><span style="color:#999900;"><strong>Duque de San Carlos</strong></span></div><div align="center"></div><div align="center"><br />¿Qué cuentos prefieres, soñada dama? ¿Podré estar seguro de que desees escuchar un cuento?<br />La música es bella. Casi insondablemente bella. La noche se las trae con una dulce levedad. ¿Qué habrá de ocurrir?<br />Es claro que la marihuana ya ha hecho de las suyas; es claro que siento la asistencia de la inspiración. Pero ¿qué sentido tendrá que escriba que yo te digo, ahora mismo, que estoy esperando a un amigo (no te diré, por ahora, a un amigo abogado) a cuya mujer he terminado por convertir en mi fantasía sexual (y hasta amatoria) favorita.<br />La noche es leve, soñada dama mía, han decrecido hasta casi cero los ineluctables rumores exteriores. Ineluctables, pese a que la marihuana ayuda a ignorarlos. Yo necesito estar lúcido; necesito progresar en mis precarias condiciones de escritor. De narrador (en realidad, más que precarias, poderosas y abundantes pero impotentes).<br />Necesito saber contarte este cuento aun cuando no desees escucharlo; estoy casi seguro de que terminará entusiasmándote (nótese que he aprendido a validar los “casi”), ya que estoy seguro de que terminarás por aceptar navegar con la yerba bendita (Joaquín Sabina habla de la yerbita de Dios; yo prefiero hipotetizar en cuanto a que la marihuana cuenta con la bendición de los dioses sin que pertenezca necesariamente a cualquiera de ellos). Estoy seguro de que darás varias chupadas a mi cachimba aprovisionada con marihuana de buena calidad.<br />Fíjate: la música insiste, impertérrita (nunca he logrado asustar a la música, menos aún cuando expresa a Wagner), en su belleza que aprisiona. ¿No es mejor que te dejes aprisionar por la música, que des de inmediato un par de chupadas a mi cachimba y que, a través de esa precisa vía, te hagas vitalmente cargo de mi relato.<br />Yo necesito que me escuches. Que sepas –aun cuando parcialmente– de mi verdad fundamental… Ah, ¿entonces quieres escucharme, dama soñada?<br />Pues bien, algo alcancé a decirte acerca de la señora de un amigo. Te acoto que es bella y distinguida, y que me ha dado señales leves pero inequívocas de que quiere tener una aventura conmigo.<br />Me tengo que preguntar (lo que es parte sustancial de este relato) qué he de hacer contigo. Cómo he de tenerte, destructivamente desnuda, en los brazos de un señor de las ensoñaciones.<br />He de sonreirte de modo persistente con esa nueva sonrisa que luce la parte superior de mi dentadura afrentosamente postiza, mueca que es recomendada por una ilustre y apergaminada sicóloga en términos se ser ese estilo de sonrisa una suerte de credencial de generosidad y de empatía (capacidad ésta para identificarse con alguien y compartir sus estados de ánimo).<br />–¿Para qué? –te estarás diciendo tú, mujer casada con mi amigo abogado– si tú eres un gallo formidable con sonrisa o sin sonrisa.<br />Y yo he de contestarte:<br />–Parece que escuchaste mi relato. </div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com14tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1132943027374609082005-11-25T14:52:00.000-03:302006-02-11T13:01:29.980-03:30En torno a los rotos<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/guaton%20carlitos.0.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/guaton%20carlitos.jpg" border="0" /></a><br /><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/100_5469.jpg"></a><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/100_5469.jpg"></a><br /><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/100_5469.jpg"></a><br /><div align="center"><br /><br /><br />Antes de entrar en materia, como una suerte de introducción, hemos de ofrecer a todos cuantos sean posibles el sentido de lo que escribiremos. Parece surgir una primera pregunta: ¿por qué hablar de los rotos? En realidad, ésa parece una pregunta posterior a otra: ¿Qué son los rotos? O, si se prefiere, ¿quiénes son los rotos?<br />Intentaremos ingresar en esas arduas preguntas. Arduas, porque a decir verdad me gusta casi nada hablar de los rotos: yo odio a los rotos. Pero aun así, es un tema que merece ser tratado: es una clara necesidad social que todos sepamos saber qué son los rotos, quiénes son y dónde están.<br />Dicho lo anterior, entremos en los meandros de una realidad bastante abstrusa. Lo decimos porque si bien resulta fácil decir qué es ser roto o qué son los rotos, y resulta más bien simple establecer quiénes son, lo enigmático es ingresar en los reductos de los rotos sin morir en el intento.<br />Ser roto es carecer de modales, es ser un qué sin ser un cómo. Y cuando no se sabe cómo se ha de ir por la vida sencillamente se carece de dignidad. Los rotos no tienen dignidad, no la tienen en absoluto. Un perro bien puede tener dignidad, un roto no puede tenerla. Un roto es un ser despreciable, un ser que merece estar cubierto de escupitajos.<br />En Chile, nació allá por la tercera década del siglo XIX un arquetipo, el Roto Chileno (así con mayúsculas: los rotos no pueden ser jamás enaltecidos con el empleo de letras mayúsculos). Altamente emblemático de lo que pueden ser los varones de nuestro país, el Roto Chileno –que cuenta con una inolvidable estatua en un tradicional barrio santiaguino, que suele verse emulada en otras ciudades– está instalado en el inconsciente colectivo de nuestro pueblo. Matices más, matices menos, ese arquetipo aún suscita veneración; pobres y ricos se sienten interpretados por lo que el Roto Chileno simboliza: la dureza frente a la adversidad, un cierto fatalismo, emparentado sin la menor duda con la percepción de un destino telúrico. Ese arquetipo sabe muy claramente que el nuestro es un país que debe estar siempre dispuesto a enfrentarse o a vivir lo inexorable.<br />Y de lo recién expresado se desprende de modo unívoco que los rotos nada pueden tener que ver con los Rotos Magníficos de Chorrillos, Miraflores, Iquique o La Concepción. Los rotos son simplemente rotos de mierda.</div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1127909707490051352005-09-28T09:42:00.000-02:302005-09-28T09:45:07.500-02:30¿Cinematografía?<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/diosa.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/diosa.jpg" border="0" /></a><br /><br /><span style="color:#3366ff;">Comandante Storni</span><br /><br />No sé si tenga sentido contarlo; se trata de hechos y de circunstancias más bien triviales: parece que es mucho lo que se ha escrito en torno a las posibles peripecias –a las peripecias posibles– de la humana sexualidad.<br />Pero la verdad es que yo quiero, al respecto, contar relatos –y, claro, relatar cuentos– imposibles de ser convertidos en cine ni en cinematografía.<br />¿Qué fue exactamente lo que me calentó de ella? La verdad ha de ser dicha: me formulo tal interrogante porque a mí me ha costado dirimir con ellas. Pocas saben –y quizás si lo hayan contado– que yo fracasé estruendosamente con ellas.<br />¿Odio a mi madre? No pocas veces lo pensé:<br />–¿Qué se le va a hacer si tú eres solo? –me dijo uno de esos tantos días de antaño.<br />Y yo no supe qué contestarle (la verdad es que pocas veces he sabido contestar; sin embargo, ahora sí lo sé, lo cual rubrica mi enfermizo optimismo de escritor). Pero empecé a odiar aquello: la omnipresencia materna en aquellos días de antaño.<br />Pero botemos lo accesorio: no sirve. Lo que sirve es el yo, delirio de muchos.<br />Tiene sentido contarlo. Y no se podrá convertir en una película cinematográfica aun cuando casi todo haya ocurrido en el hotel Chapelco –allí en la muy exacta intersección de las calles Cruz y Portales (en la intersección suroriente) de Temuco.<br />El novelesco autor de estas líneas no podrá ser identificado desde la cinematografía por la muy escueta razón de que es demasiado novelesco: no existe. Pero lo objetivamente importante es que desea fervientemente existir.<br />Yo quiero poseerla a ella. Ya no tengo demasiado que imaginármela porque ya sé de ella que tiene un enigmático –de significación oscura y misteriosa y muy difícil de penetrar– tatuaje en uno de sus senos: en el del lado derecho.<br />El del lado derecho de su escotada camiseta deportiva que dice –de derecha a izquierda– Soy tu Diosa.<br />¿Cinematografía?Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1127427490963190742005-09-22T19:43:00.000-02:302005-09-23T10:45:39.220-02:30El acto de justicia del guatón Carlitos<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/guaton%20carlitos.jpg"><img style="CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/400/guaton%20carlitos.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><br /><span style="color:#ffcc00;"><strong>El cosaco Storni<br /></strong></span><br />El guatón Carlitos me lo contó hace algún tiempo. Parecía henchido de orgullo: había sido un acto de justicia. Es que Carlitos es un hombre que dice amar la justicia.<br />Pero dos o tres días después recibí otra versión de lo ocurrido en el mejor de los saunas de Temuco. No, no había sido un acto de justicia sino un burdo y grosero (aunque plausible) acto de matonaje que el guatón Carlitos generó y protagonizó.<br />El tema de ese sauna –séame permitida la disquisición– reviste, señores, no poco interés académico. Digo académico en tanto que correlato de la más vibrante de las academias: la semiótica o semiología. En ese sauna los signos son palmarios en el sentido de lo fácil que resulta su análisis. Y, bueno –esto exigiría una muy amplia –extensa e intensa– pormenorización que sin duda desvirtuaría el sentido del presente relato–, estamos ciertos de que la semiótica o semiología es la única manera de saber para dónde vamos los humanos animales.<br />Al guatón Carlitos le complace singularmente ir a ese sauna. Como que se siente allí protagonista de un acto de justicia: el de la purificación de su aterradora anatomía de ciento doce kilos por el calor castigador de la cámara de madera, casi completamente seco (el instrumento de medición higrométrica allí instalado no ha marcado jamás más de un 30 por ciento de humedad), que debe ser administrado por un interminable y diminuto reloj de arena durante 15 minutos que llegan a ser insoportables. Pero ese suplicio ritual es amorosamente contrastado con la maravillosa zambullida en la gélida agua de una piscina cuya profundidad permite al torturado lanzarse de cabeza a su rara interioridad. Cuando Carlitos se lanza a la danzante agua, todos los demás clientes del sauna temen un cataclismo: es muchísima el agua que desplaza nuestro personaje. Emerge al cabo de un par de minutos de pretendidas briosas brazadas en la precaria longitud de la alberca. Pasea entonces su desnudez objetivamente grotesca en el trance de cuatro o cinco metros embaldosados. Se sabe –se siente– ya redimido de su agobiante fealdad, por lo cual pide a Jano, el muy funcional camarero, que le sirva un whisky doble. Cuando el guatón Carlitos se siente así redimido y nutrido por un alcohol de más de cuarenta grados, reaparece en él la violencia, lo que es la expresión del contenido de su mismidad: él cree firmemente –y es posible que sea ésa la única fe que de verdad profesa– que la vida humana es un constante acto de violencia.<br />Y es así como súbitamente dice de viva voz mientras reposa en su incierta longitud (ya que lo único cierto en el guatón Carlitos es sólo medible en la latitud de su pornográfica y aterradora barriga) sobre una estera de madera:<br />–¿Y dónde está el conchaesumadre del Donoso para sacarle aquí mismo la chucha?<br />La versión entregada a este servidor por el guatón Carlitos es terriblemente diferente. A mí me dijo que cuando él hubo llegado a la cámara del sauna desde la calle, había encontrado al profesor Evaristo Neculmán, aventajado exponente de lo menos malo de los mapuche<a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=14938948#_ftn1" name="_ftnref1">[1]</a>, profundamente triste.<br />–¿Qué le pasa, mi peñi, que tiene esa cara tan triste? –le preguntó en el marco, insistimos, de su versión.<br />–No sé hasta cuándo me van a humillar, don Carlitos –le respondió el profesor Neculmán, sostenedor de varias escuelitas rurales cercanas a Temuco–, otra vez me dijeron que tengo olor a indio y que echo a perder la pulcritud de este sauna.<br />–¿Quién le dijo eso, mi peñi?<br />–Los de siempre, don Carlitos: el señor Donoso, el señor Gransotto, el señor García y el señor Duhalde.<br />Cuando el guatón Carlitos –hombre recio después de todo– dijo de viva y retumbante voz: “¿Y dónde está el conchaesumadre del Donoso para sacarle aquí mismo la chucha?”, Donoso, corredor de propiedades y varón mezquino, optó por darse por aludido ya que pudo escuchar con la mejor nitidez la audaz y durísima imprecación del guatón Carlitos. Movido no por honor sino por el espúreo interés de estar a la altura de su condición de presidente de los sauneros (grotesca y temuquense manera de autodenominarse de quienes profesan el oximorónico ritual de gélido calor), Donoso empezó lastimosamente a aproximarse a la estera donde reposaba la humanidad de Carlitos.<br />–¿Se refería a mí, don Carlitos?<br />El guatón Carlitos se puso rápidamente de pie y asumió de inmediato la posición boxeril de guardia. Me ha dicho en varias oportunidades que fue campeón divisionario de boxeo cuando cumplió con el servicio militar obligatorio en un regimiento de infantería de Iquique.<br />–Putas, don Carlitos, ¿qué es lo que usted tiene en contra mía? –dijo el presidente de los sauneros en el más servil de los tonos.<br />Por toda respuesta, Donoso recibió un fortísimo recto al mentón que lo tumbó de inmediato en el resbaloso suelo del sauna. La blanca toalla que cubría sus partes pudendas quedó de inmediato roja con la sangre que comenzó a brotar desde su nariz.<br />Pero a decir verdad, más allá de la validez de las respectivas versiones, el castigo propinado a Donoso en su insolente protuberancia nasal, fuera de ser sobradamente merecido (con arreglo a las razones que serán dadas más adelante), no suscitó repulsa alguna en contra del guatón Carlitos entre los sauneros: todos tenían plena conciencia de que, pese a presidirlos en sus obsesiones rituales, Donoso era en el fondo un huevón de mierda mequetrefe, un huevón entremetido, bullicioso e inútil: clasista, ignorante, temuquense por antonomasia y prepotente (ustedes bien pueden entender que esas valoraciones son de mi plena autoría).<br />Distinto fue lo ocurrido con García (ya que no con Duhalde ni con Gransotto, a todos los cuales el guatón Carlitos les sacó también sus respectivas crestas). La diferencia está en que García no tiene una cresta infame: Hermógenes García Sabugo –bisnieto de un más bien ilustre colonizador español que, pletórico de buenas ansias, llegó a Talcahuano allá por 1865, siento finalmente desplazado por las inmorales autoridades chilenas de entonces hasta Temuco, ciudad ya considerada entonces como una suerte de pintoresca metáfora del Far West estadounidense. Aquí pudo establecerse holgadamente como herrero y fabricante de herraduras, logrando amasar una cuantiosa fortuna, lo que se rubricó allá por 1890 cuando los García y los Picasso llegaron a ser emblemáticos de lo único ilustre que ha generado Temuco– era un hombre respetado por los temuquenses de todos los pelajes<a title="" style="mso-footnote-id: ftn2" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=14938948#_ftn2" name="_ftnref2">[2]</a> y ambientes: cortés, ferviente católico, hombre de conversación simple pero no aterradora, dadivoso con su plata, capaz de obsequiar flores a las gloriosas prostitutas que frecuentaba, se había ganado en muy buena lid la estimación buena de moros y cristianos.<br />Y ésa fue la razón precisa por la cual el gesto del guatón Carlitos llegó a caer en el más completo descrédito, motivo por el cual urdió rápidamente la versión alternativa: la de que fueron Neculmán y su ya expresada humillación lo que precipitaron el cruento desenlace parcialmente descrito por mí.<br />Ahora bien, yo, en tanto que periodista y sedicente escritor, me he hecho el propósito de avalar y divulgar la versión que me fuera entregada por el guatón Carlitos.<br />Es que, señores, hay allí la expresión de un contenido (y ésta es semiótica pura) de hipotética dignidad. Carlitos arrastra su fealdad y su talante monstruoso pero dice amar la justicia y cree que la vida humana considerada en su globalidad es un constante acto de violencia, lo que viene a significar (esto también es ejercicio semiótico) que el guatón Carlitos está más allá de su pornográfica y aterradora barriga. Su error, obviamente, fue haber dejado ensangrentado por completo a Hermógenes García, quien jamás habría dicho ni por asomo al profesor Neculmán que tenía olor a indio ni que su presencia mapuche perturbaba la pulcritud del mejor sauna de Temuco. En esa perspectiva, no debió incluir en su versión al ilustre hijo de Temuco, no debió hacer decir a Neculmán que había sido ninguneado por Donoso, Gransotto, García y Duhalde.<br />Pero lo pagó caro. Mientras castigaba a Gransotto haciendo ostentación de un elegante estilo boxeril, perdió pie en el resbaloso piso de la cámara de sauna y cayó pesadamente sobre el incandescente aparatejo generador de calor sequísimo: se quemó horrorosamente el brazo.<br />Pero para mí es claro –como quedó dicho– que Donoso, Gransotto y Duhalde, temuquenses borrachines y siúticos, recibieron una merecida golpìza.<br />¿Qué más agregar? Bueno, que también yo amo entrañablemente la violencia.<br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=14938948#_ftnref1" name="_ftn1">[1]</a> Nos parece preferible emplear el adjetivo gentilicio mapuche en singular, lo que si bien contraría la concordancia sintáctica de número con el artículo los, se acomoda al estilo que los integrantes más ilustrados de ese pueblo originario han consagrado: para ellos, no existe nuestra pluralización.<br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn2" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=14938948#_ftnref2" name="_ftn2">[2]</a> Es muy posible que Temuco sea la ciudad de Chile en que son reconocibles más pelajes o condiciones sociales concretas.</div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1126639740715684582005-09-13T16:50:00.000-02:302005-09-13T16:59:00.726-02:30Desempate de Comandos<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/waffen03.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/400/waffen03.jpg" border="0" /></a><br /><div align="right"><span style="color:#3366ff;"><strong>El Estornino</strong><br /></span></div>Rafael y Matías se vieron por primera vez, hace ya una muy larga y tragicómica angustia, en las playas aledañas a Quintero, en la zona central de Chile. Eran entonces tiernos adolescentes.<br />Fue allí que ambos conocieron simultáneamente a Annelies Yost, una muchacha hermosa y de mirada triste, que tenía entonces sólo doce años, pero que ya era escultural (pese a carecer de senos), lo que sin duda presagiaba a la archideseada y quizá si diabólica mujer de los días actuales.<br />Rafael y Matías rivalizaron entonces de modo ocre<a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=14938948#_ftn1" name="_ftnref1">[1]</a> –lo que obviamente los dejaba en empate– y hasta llegaron a darse de golpes, en combate franco y leal, en una de las playas aledañas a Quintero, habiendo proyectado su confrontación sombras gigantescas y fantasmales sobre una inmensa cantera, por efecto de la majestuosa fogata alrededor de la cual ambos estuvieron sentados sobre la paja de pino, tensos, durante un buen rato, hasta que Matías le dijo –en realidad, le gritó– a Rafael:<br />–¿Qué mirai huevón de mierda?<br />Rafael se levantó de inmediato y con su mejor cara de decidido –debió abrirse paso entre varios muchachos de ambos sexos, que seguían embelesados el filme que el Instituto Vida Sana proyectaba nocturnamente los días jueves, empleando como telón la inmensa cantera blanca–, y endilgó hacia Matías que también se había levantado. Al quedar frente a frente, a una distancia que se pudo estimar en cincuenta centímetros, Rafael lanzó su diestra empuñada hacia la armoniosa nariz de Matías, pero erró levemente y golpeó el labio superior, de casi catorce años de vida, del apuesto muchacho. La sangre manó de inmediato.<br />Parecía un desempate.<br />Matías, inteligentemente optó por la lucha cuerpo a cuerpo. Cogió a Rafael por los hombros y lo desequilibró con facilidad. Ambos rodaron por el suelo propinándose mutuamente crueles golpes de puño. A poca distancia –a unos cinco metros–, Annelies (al igual que todo el resto de los más de cincuenta muchachos) había visto interrumpida la proyección de Arenas de Iwo Jima –con John Wayne como el sargento Fred Striker–, ya que ahora los dos recios gladiadores (ya que no jocundos muchachos) proyectaban sombras grotescas y fantasmales que cubrieron completamente el rectángulo de la proyección fílmica). Ella, Annelies, contemplaba satisfecha el espectáculo. Poniendo su exquisita y morena mano derecha abierta sobre su corazón, en lo que parecía una clara gestualidad esotérica, dijo en voz alta, pero para su propio capote:<br />–Estos gallos se están sacando la cresta por mí.<br />Mister George Djiminó, encargado general del campamento Vida Sana, ponderado y masónico recinto en cuyo interior tenían ahora lugar la fogata, la función de cine y el inesperado combate de Rafael y Matías, decidió intervenir:<br />–Nou, nou, nou –dijo a los muchachos, que interrumpieron de inmediato la febril y salvaje pelea–; estou nou puede ser así. Si querren pelear, que sea coun reglamentou boxeril.<br />Rápidamente, aparecieron guantes, vendas, linimentos para masajes, toallas y hasta un gong para marcar los rounds; también protectores de cabeza (que ambos contendores rechazaron pues, dijeron, querían pelear en la más franca y desprovista). Un monitor del Vida Sana se llevó a Rafael Storni a uno de los costados y otro a Matías Lazzeri al costado opuesto. Djiminó pactó cinco rounds de tres minutos cada uno. A la señal reglamentaria, ostentosamente hecha por el supervisor estadounidense, comenzó el combate. Rafael se manejaba holgadamente en el deporte del boxeo –había sido preparado por el campeón chileno Arturo Godoy (lo que obviamente deberá ser materia de otro riguroso relato)–; le costó muy poco derrotar en el primer round por K.O. a Matías.<br />Otro desempate.<br />Viene aquí lo que posiblemente sea la única belleza (en el sentido de hecho enaltecedor) de esta narración. Rafael, antes de que Djiminó le alzara su brazo derecho como vencedor de la brega, le dijo:<br />–¿Sabe, mister? Le pido que nos declare empatados.<br />–¿Cómou? –se asombró el gringo.<br />–Matías es un hombre valiente. Peleamos porque a los dos nos gusta la misma niña. Pero él fue capaz de enfrentarme; no quiero ser el ganador de este combate, mister.<br />Djiminó, hombre formado en los caballerescos parámetros del escultismo –movimiento de juventud que pretende la educación integral del individuo por medio de la autoformación y el contacto con la naturaleza–, entendió perfectamente a Rafael. Y alzando el brazo izquierdo de Matías y el derecho de Rafael, dijo con solemnidad:<br />–El resultadou de este coumbeite pactadou a cincou rounds es… ¡Un empeite!<br />La rechifla fue histórica (mister George Djiminó nunca había sido antes pifiado). Annelies nada entendió. Pero Rafael abrazó a Matías y le dijo:<br />–¿Sabís huevón? Nos sacamos la cresta por la Annelies… ¿Por qué no nos hacemos amigos y veamos quién la conquista? Ahí desempataremos de nuevo.<br />Matías, visiblemente emocionado, devolvió el abrazo y dijo a Rafael:<br />–Seamos amigos. ¡Compadres!<br />Matías Lazzeri no perdía de vista que estaban nuevamente empatados, lo que obviamente hacía lejana a Annelies Yost.<br />Al año siguiente, Rafael se convirtió en cadete militar, y Matías, en cadete de la Escuela Naval Arturo Prat. Habían convenido que el que lograra mejores merecimientos militares, ocuparía el corazón de Annelies. Mientras se definía ese tema (asunto que habría de durar varios años), la muchacha se dejaba cortejar por los dos. En esa dirección, Rafael tenía la enorme ventaja de estar en Santiago y de que la Escuela Militar del General Bernardo O’higgins alzara toda su gallarda estulticia a muy poca distancia de la casa de Annelies. Matías, en cambio, estaba en Valparaíso, de tal suerte que sólo podía ver a la muchacha una vez por mes. Rafael pudo besar a Annelies primero que Matías, aunque esa diferencia terminó por difuminarse cuando Matías, después de una fiesta vespertina y envalentonado por el pisco, acarició los incipientes pero ya muy hermosos senos de ella, quien lo dejó hacer por casi cinco minutos (con las obvias consecuencias fáciles de deducir).<br />¿Un desempate?<br />Al cabo de más de cinco años, ya señores oficiales de sus respectivas instituciones (Rafael Storni era subteniente de Ejército en el arma de Caballería Blindada y Matías Lazzeri tenía el mismo grado en el Cuerpo de Infantería de Marina), ambos decidieron hacer juntos el curso de Comandos, puesto que asumían que la muy bella mujer habría de ser reposo de guerreros superiores. Y del mejor de los guerreros superiores.<br />Fue muy duro. Uno y otro estuvieron a punto de flaquear. Durante seis largos meses, se sometieron a todos los rigores que forman a los combatientes de élite. Cada uno perdió más de diez kilos de peso. Debieron saciar la agobiante hambre no pocas veces devorando a un atontado pero fierísimo gato que se defendía con dentelladas y rasguños del recio combatiente humano que intentaba romper con sus dientes la garganta del felino para hartarse con su sangre. Estuvieron toda una semana sin dormir ni un solo minuto. Soportaron horrorosos tormentos en el campo simulado de prisioneros. Etc., etc., etc.<br />Se pusieron de acuerdo para ver juntos a Annelies –ambos con el cabello escrupulosamente rapado, lo que llevó a la muchacha a comentar que eran un par de mamarrachos ridículos– más o menos cada dos meses. Se seguía registrando un ya aburrido empate.<br />La mujer tenía conciencia de esa caballerosa rivalidad –y de ese no menos caballeroso empate– entre Rafael y Matías. A decir verdad, le hubiera gustado mucho disfrutarlos a ambos, pero, en otra de sus intuiciones esotéricas, decidió que no optaría por ninguno de los dos.<br />Aquello estaba comenzando a resultar diabólico.<br />Fue así que los subtenientes Rafael Storni y Matías Lazzeri, graduados ya como Comandos (y con la mejores calificaciones), luciendo en sus uniformes el glamoroso distintivo correspondiente, se sorprendieron grande y fatalmente una tarde cualquiera, empuñando, galanos, sendos ramos de flores rojas, al encontrar a Annelies Yost semidesnuda, en brazos de un ruin estudiante de Sociología, enemigo declarado de todo lo heroico.<br />En fin, había transcurrido ya una larga angustia desde los días de Quintero. Decidieron poner abrupto fin a aquello. Habrían de batirse con corvos en el mismo lugar en que seis años antes ambos se cotejaron en boxeril competencia, avalada por el espíritu cívico y laico de Mister George Djiminó. Ambos resultaron muy destrozados después de combatir solitarios en el mismo lugar, empleando para ese efecto el desgarrador cuchillo corvo de los Comandos. No hubo esta vez majestuosa fogata alguna, pero la blanca cantera quedó manchada para siempre con la sangre guerrera y generosa de ambos.<br />Pero aún así, los heroicos subtenientes Rafael Storni y Matías Lazzeri no lograron desempatar.<br />Y Annelies Yost –archideseada y diabólica mujer– lo supo claramente.<br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><a title="" style="mso-footnote-id: ftn1" href="http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=14938948#_ftnref1" name="_ftn1">[1]</a> Ocre: Mineral terroso, deleznable, de color amarillo, que es un óxido de hierro hidratado, frecuentemente mezclado con arcilla. Sirve como mena de hierro y se emplea en pintura.Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1126038428896495202005-09-06T17:44:00.000-02:302005-09-06T17:57:08.906-02:30Sopesando a Sonia<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/mar53.jpg"><img style="CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/400/mar53.jpg" border="0" /></a><br /><div align="right"><span style="color:#cc0000;"><strong>El Estornino</strong></span><br /><br />Bueno, siempre es provechoso sopesar las cosas. En mi opinión, sopesar las cosas es exactamente lo que significa el ensayo, el género literario así denominado.<br />Pero, también en mi opinión, sopesar las cosas no conlleva la obligación de transportarlas.<br />Por ejemplo, creo que he renunciado a seguir soportando las cosas del pasado: aquellas múltiples, recurrentes y aun voluntarias insuficiencias.<br />De lo que se trata ahora –¡de una puta vez por todas!– es de ensayar lo que viene. El futuro. Ese cúmulo de hechos y de circunstancias en los cuales se deberá llevar la voz cantante. ¡Basta de humillaciones! ¡Basta de rehuir la soledad! (no en vano, Jaime Huenún, el sedicente poeta mapuche, dejó dicho en Puerto Trakwl: …La soledad nos había librado para siempre/ de todo temor y de cualquier destino).<br />Pues, sopesemos: de ahora en adelante, cero de temores y mucho de libertad. Hombre, ¡si te has ganado la libertad! Y sabrás usar libremente tu libertad. Esa libertad conquistada en la noble escuela del sufrimiento.<br />En lo que, por ejemplo, se refiere a las mujeres, deberás saber buscar; de haberlas, las hay.<br />Aunque haya que pagarlas.<br />A decir verdad, es mejor pagarlas. Y, claro, sopesarlas debidamente.<br />Habrá de aparecer Sonia –al azar sean dadas las gracias–, una estupenda estudiante del penúltimo año de periodismo.<br />Alta. Morena. Altanera. Olerá a hembra. Se valora y respeta en esos y en otros precios. Sonia es tan bella como lo es una escultura de Rodin. Es elegante. Su precio es obviamente alto, te dirás.<br />–A ver –el tema no me resulta grato para nada–, ¿cuánto cuesta compartir contigo una noche? –le dirás con cautela mientras comparten un whisky.<br />–Tú me caes bien: eres bien hombre para tus cosas. Digamos que 60 mil pesos… incluyendo, por supuesto, un par de buenos pitos y, qué sé yo, dos o tres whiskies.<br />Se pacta con ella. No lo olvides: se pacta con ella confiadamente, porque Sonia es una excelente profesional del periodismo sexual: una de sus fuentes –una amiguita lesbiana– le ha proporcionado amplias informaciones acerca de lo que nos gusta a los varones heterosexuales.<br />Sonia es una diosa del sexo. Deberás asumir eso con mucha altura de miras y, lo que sin duda es más importante, con toda humildad: es tu diosa y deberás adorarla.<br />No obstante el ya hecho pago de los 60 mil pesos (tu habrás de pensar en otorgarle 10 mil más: 70 mil pesos; porque vaya que se los tendrá merecidos), haz de ser prudente: deberás ver en cada paso cómo hacer las cosas. Si te abandonas –como tantas veces te has abandonado–, todo se irá a la mierda.<br />Deberás sopesar.<br />No, no, no; olvida por completo el Viagra o el Cialis; no necesitas robustecerlo… ¡Te lo aseguro!<br />Será todo bueno.<br />Te juntarás con Sonia en el café Premium, a la hora convenida. Tú estarás sereno, bien vestido y con una dosis adecuada de fragancia masculina. Ella, al verte, a unos cuatro metros de distancia, se cerrará el chaquetón azul al darse cuenta de que tú reparaste en que no lleva sostén, ya que percibirás con toda claridad la suma insolencia transparentada de sus pezones morenos. Su polera blanca parecerá a punto de hacer explosión. Cubrirá, entonces, ese devastador panorama lo que –ustedes lo imaginan– resultará aún más devastador.<br />Pero le tomarás la mano con tu mejor y más sentida galanura, y caminarás con ella en dirección al taxi colectivo que los llevará hasta el appart hotel preconvenido. En el colectivo serás sobrio: sólo su mano tomada y leves y prudentes olfateos a su cuello adornado con una descomunal, sinfónica y brillante cadena de plata. Sí, sin ninguna duda ésa ya será una experiencia inolvidable: olerla y escuchar el sonido armonioso de esa cadena de plata que juguetea y se desliza sobre sus senos carentes de loriga. Y estampar en ese aroma divino lo mejor que puedas ofrendar a tu diosa morena.<br />Llegarás al lugar del ritual. La ayudarás galantemente a bajarse del auto y esta vez ella no ocultará la majestuosa vehemencia de sus senos. Tú empezarás a soñar; tu virilidad responderá de inmediato como en los mejores tiempos.<br />Subirán una amplia escalera. La llevarás cogida de la mano para que no pueda escaparse. Uno nunca sabe. Llegarán ante la promisoria revelación en bronce de la habitación número cinco. Abrirás tú la puerta. La camarera, dotada de un trasero no creíble, te dirigirá una maternal y elocuentísima mirada de aliento: ¡te las tenís que poder con la Sonia!<br />Cerrarás con suavidad la puerta tras de ti. La experiencia olímpica estará comenzando.<br />Sonia procederá a quitarse el chaquetón azul y tú sabrás de inmediato que estás a merced de ella, que es tu diosa la que manda.<br />¿Qué más?<br />Francamente, no lo sé. No lo he sopesado aún.</div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1125801040419868122005-09-03T23:57:00.000-02:302005-09-04T00:12:36.926-02:30Dos mujeres<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/dos%20mujeres1.jpg"><img style="CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/400/dos%20mujeres1.jpg" border="0" /></a><br />Me alegro que estén ellas, pues serán musas de inspiración. Es posible que estas escuetas explicaciones no sean capaces de abrirse paso en la cruel tecnología posmoderna. No obstante, ahí estarán: dos mujeres sospechadas pero desconocidas.Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1125799627909878382005-09-03T23:33:00.000-02:302005-09-04T22:30:39.790-02:30La vida vivida<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/gustav_dg70331_01g.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/gustav_dg70331_01g.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><span style="color:#cc33cc;"><br />La tragedia que Robledo ignoró</span><br /></div><div align="justify"><span style="color:#ffcc00;">El Estornino</span><br /><br /><br />Fue una experiencia muy interesante (lo sigue siendo: es mucho lo que hay que contar al respecto), te lo aseguro. Yo estuve en aquella guerra (bueno, no llegó a ser guerra pero estuvo a minutos de serlo).<br />La tarde no quiere morir en este día 21 de diciembre de 1978. El sol poniente proyecta sombras gigantescas e imprecisas sobre el vivac del batallón liviano del Regimiento Reforzado Nº 17 “Los Ángeles”, muy cerca de la mítica Piedra del Indio. Gigantescas, imprecisas y francamente malolientes sombras para el teniente coronel Robledo, comandante de la posición defensiva allí constituida que –se supone onanistamente en la planificación operativa de la III División del Ejército de Chile– deberá rechazar en pocas horas más –para ser exactos, en nueve horas más: a las 3 de la madrugada del 22 de diciembre de 1978– la embestida bélica de fuerzas argentinas muy superiores. Incomparablemente superiores.<br />(Yo siempre he sostenido –hasta hoy– que la superioridad material argentina no habría mellado la superioridad del espíritu militar chileno. Pero puedo estar equivocado).<br />El teniente coronel Nibaldo Robledo Santelices –oficial del Ejército de Chile desde 1961–, a quien su señor padre, ferviente masón, siempre reprochó que se haya hecho militar, como se lo exigió su señora madre, ferviente integrante de la Legión de María, desde su primera infancia– huele un destino que hasta calificaría de trágico si supiera cabalmente qué significa lo trágico. Lo sabe de manera muy vaga, lo que, al cabo de un tiempo, terminará por ser mejor para él.<br />Robledo asume que morirá en nueve horas más; lo percibe a nivel olfativo en las sombras gigantescas que los roqueríos aledaños a los pasos fronterizos Pichachén, Desecho, Picunleo, Pilunchaya, Copulhue y Copahue abalanzan, claramente presagiantes, sobre el vivac del batallón liviano de infantería.<br />Siempre queda la duda. Robledo viene atisbando desde hace mucho tiempo que su cónyuge, Laura, bien podría cometer adulterio con ese abogado de Concepción, ya sospechoso entonces de ser un comunista de mierda. Y, como es obvio, le acongoja en grado sumo estar a nueve horas de morir por la patria (piensa que caerá abatido por los primeros obuses de la poderosa artillería argentina). Y de morir, muy posiblemente, en los precisos momentos en que el abogado comunista de mierda, allá en Concepción, esté produciendo el tercer o cuarto orgasmo en Laura esa noche.<br />Robledo masculla extensas e intensas maldiciones en contra de su difunta y católica madre mientras camina entre el vivac y los puestos avanzados de combate. Pero lo que le corresponde ahora es –como lo aprendió hace muchos años en los Sagrados Corazones de Viña del Mar y como se le repitió hasta la saciedad en la Escuela Militar, en la febrilmente recia Escuela de Infantería de San Bernardo y en la puerilmente solemne Academia de Guerra del Ejército– cumplir fielmente los deberes de estado, sus pomposos deberes miliraes: debe inspeccionar por última vez todas las instalaciones de la posición defensiva. Los emplazamientos de los únicos cuatro morteros disponibles (los argentinos, diez kilómetros hacia el este del paso Pichachén, cuentan con doce piezas de artillería de alto calibre. Robledo lo sabe perfectamente y ese pensamiento lo deprime y hasta acrecienta y somatiza sus difusos pero agudos celos que destruyen con furia artillera la cándida imagen juvenil de Laura, mujer que recibió educación esmerada en el colegio Dunalastair de Santiago). Las instalaciones logísticas del batallón liviano. Sabe que allí deberá sobrellevar las bromas agudas y macabras del cabo Santibáñez, gordiflón cocinero que invariablemente le pregunta cuándo todos estaremos hecho pebre (aún cuando Santibáñez y todo el batallón han sido notificados varias veces de las presunciones básicas de la Dirección de Inteligencia del Ejército de Chile en orden a que la apabullante arremetida argentina se producirá a las tres de la madrugada del 22 de diciembre de 1978). Robledo no ha reprendido jamás al cabo Santibáñez: ¿por qué si no dice otra cosa que la verdad? El emplazamiento de la sección de Telecomunicaciones divisionaria. Preguntará allí, sólo por cumplir con las exigencias de su autoridad, si ha llegado algún criptograma que cambie el decurso fatal que aún aguarda por nueve horas. En fin, todas las trincheras del batallón liviano de Infantería que está comandando (él tuvo durante algún tiempo la frágil esperanza de ser dejado a cargo de la Gobernación Provincial de Los Ángeles, lo que obviamente habría evitado que Laura se marchara con los niños a Concepción. Y ocurre, estimado amigo, que el abogado comunista de mierda vive en Concepción. No sé si me entiende…<br />Yo estuve en aquella guerra. Mi comandante Robledo confió mucho en mí, especialmente cuando compartíamos un whisky –bebidos de modo horroroso en los jarros de aluminio de campaña, destinados a ser llenados sólo con café– por lo que, a decir verdad, yo no debería estar ahora escribiendo.<br />Entre muchas otras interesantes motivaciones, los hondos tormentos de mi comandante Robledo me llevaron a considerar seriamente el enigma del destino humano y de la profesión militar (que era también la mía) (me puse a estudiar semiótica y a hurgar en el sentido de lo trágico).<br />Como es bien sabido, la guerra terminó por no ocurrir (es indudable que estuvimos muy cerca, pero, a mi juicio, los argentinos no nos hubieran sacado cresta y media como se suele repetir; así me lo dicta al menos mi difuso orgullo de ex militar).<br />Pero a Robledo siempre le quedó la duda en torno a las aventuras adulterinas de Laura. Nunca ocurrieron según me lo dijo ella mucho después, pero a mí también me queda la duda. En una larga conversación que tuvimos tres años después en Santiago –yo ya había dejado de ser oficial de Ejército– reconoció que el abogado de Concepción, injustamente considerado comunista por Robledo –ya que, once o doce años después de la abortada guerra, se convirtió en un talentoso diputado del PPD– , la había estado requebrando desde hacía mucho tiempo, que se besaron en los labios no más de dos veces (es en eso que a mí me entra la duda, puesto que siempre asumí que una mujer casada que entrega los labios lo está entregando virtualmente todo), que le dijo en una oportunidad que cómo era posible que ella, hermosa y vibrante, estuviera junto a un hombre tan papanatas y pobre de facha como Robledo (ella, pese a su clara capacidad para desenvolverse en la vida social, lo que sea dicho de paso, la consagraba como una eficaz cónyuge de un señor oficial del Ejército de Chile, debió recurrir a un diccionario enciclopédico para saber que papanatas significa una persona simple y crédula o demasiado cándida y fácil de engañar.<br />Cándido y todo, y a pesar de que su facha no lo anunciaba como un intuitivo, Robledo olía un destino que hasta habría calificado de trágico si hubiera sabido cabalmente qué significa lo trágico. Lo ignoró pese a olerlo. Y la depresión siguió haciendo de las suyas.<br />Y ésa es la única razón y causa de que se haya suicidado hace pocos días, aquí en Santiago, con su pequeña pistola Starlet de cargo particular y de magro calibre. Sin la menor duda, un desenlace funesto. Una tragedia. Toda una tragedia ya que en una torpe carta que me dejó afirmaba que hubiera preferido ser convertido en pebre por los obuses argentinos de alto calibre.<br />Afortunadamente, Robledo no llegó a saberlo bien.<br /></div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-14938948.post-1125784041813395712005-09-03T19:09:00.000-02:302005-09-03T19:33:11.466-02:30Éste es otro cuento que considero de calidad<div align="justify"><a href="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/1600/logotipo.jpg"><img style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/1109/1368/320/logotipo.jpg" border="0" /></a><br /><span style="color:#ffcc00;"><span style="font-family:lucida grande;font-size:130%;">Un frustrado ritual de marihuana </span><br /></span><br /><strong>Capitán Storni</strong> </div><div align="right"><br />La verdad es que no me gustan los rituales. Aun cuando me queda muy en claro que la vida está sobrecargada de rituales. Querámoslo o no, la vida humana sigue –quizá si porque tiene que seguir– un riguroso ritual. Parece ser ésa la principal condena que arrastramos: terminar viéndonos prisioneros de ritualidades que, de modo muy claro, ensombrecen la libertad o sencillamente terminan por mostrarse trágicas. No, no me gustan los ritos.<br />¿Qué es lo ritual? ¿Por qué no ensayar una definición (más bien, claro, personal)?<br />Ritual es todo ese conjunto de cosas y de temas por los cuales intentamos creer que somos –o que podemos ser– objeto de interés para una divinidad cualquiera (tema, sin duda, abstruso y no posible de descodificar aquí).<br />Lo que aquí relataré y que tiene obviamente que ver con ritos– me tocó vivirlo. Me tocó, aun cuando no haya plena certeza, apodíctica certeza, de que no fue un sueño.<br />Me lo contó Matías.<br />Por razones que no es del caso establecer, Matías –militar que había sido expulsado del Ejército de Chile por sus ideas extrañas– tenía una obsesión notable: la de hacer el amor con una mujer maravillosa en una cumbre cordillerana y al interior de una carpa adecuada.<br />Quizá si por aquello de las casualidades preñadas de sentido, de las cuales habló Nietzsche, Matías dio con una mujer maravillosa. Maravillosa en tanto que verdadera alegoría de los pecados de la carne: su mirada de un pardo no definible –particularmente cuando llevaba puestas las gafas– era sencillamente aterradora, capaz de abatir –de humillar alegremente– al más presto de los varones. Marlene –tal era su adecuado nombre, pues a Matías, frustrado hombre de guerra, le resultó muy obvio asociarlo con la mítica Lily Marlene de los soldados alemanes– hipnotizaba como saben hacerlo ciertas letales víboras. Medía un perfecto metro y setenta en construcción morena. Su piel solía reflejar muy esmeradamente la luz solar y –soñaba Matías luego de haber confeccionado los cigarrillos de marihuana– sin duda habría de reflejar la tenue luz de la lámpara de montaña que usarían en la carpa. El arco de sus cejas parecía a la vez denotar y connotar su crueldad: Marlene era diestra en el empleo del látigo y disfrutaba mucho empleándolo. La cascada desordenada de su cabello castaño cayendo con suma indolencia por el lado diestro de su rostro atenuaba no sin misterio los suaves brillos de la luz. Sus senos… En fin, no parece del caso ingresar en descripciones en que no quede clara la diferencia entre lo erótico y lo pornográfico. Sí digamos que tenía no más de treinta pletóricos años y que estaba casada con un bobalicón agricultor de Curicó. Ello resultó a Matías particularmente incentivador, puesto que, al igual que Oscar Wilde y que yo –lo que no es poco decir–, pensaba que el único que no conoce el gusto de las mujeres casadas es el propio marido. Sí, qué duda cabe, las casadas son particularmente interesantes.<br />Bien, Matías dio con esa desiderata. Vencidas sus obvias primeras inhibiciones, se arriesgó a invitar a Marlene a compartir un whisky en un lugar privado y altamente exclusivo. Allí, ella se dejó besar ampliamente pero se negó a que Matías le manoseara los senos.<br />–Matías, no es éste el momento –le dijo con suave perfidia.<br />Venciendo la contrariedad no esperada, Matías empezó a conversarle sin más trámites de la posibilidad de que viajaran al volcán Lonquimay para pasar juntos la noche en una carpa isotérmica y de origen militar (detalle éste de suma importancia para Matías, un completamente equívoco ex militar).<br />–¡Ése sí que será el momento! –le dijo entonces él triunfalmente.<br />Ella asintió coqueta.<br />Marlene diseñó a Matías el escenario que quería y las ritualidades que era necesario ejercitar, pues, le aseguró, ella era una mujer sagrada. Matías estuvo completamente de acuerdo. Le dijo que ella dijera cómo quería aquella venturosa y muy excepcional circunstancia de unión carnal (en realidad, Matías no se lo dijo pero empezaba a pensar muy seriamente que aquella noche de placer cordillerano sería la única y la última que vivirían: se empezó a decir con la mayor seriedad que aquel logro maravilloso tendría que ser inexorablemente breve e irrepetible, pues él tendría la obligación de suicidarse después).<br />Habría de ser una heroica, mítica y ritual aventura sexual cordillerana.<br />–Y deberemos cumplir el rito de la marihuana. No te olvides que soy una diosa y que necesito ser honrada con ritos –advirtió a Matías a la par que lo apabullaba con su mirada lacerante.<br />Matías habría de proveer una dosis adecuada de marihuana de calidad inequívoca. Antes de viajar, tendría que confeccionar el mismo –pese a su falta de motricidad fina en los dedos de sus manos o, dicho más bien, debido a esa deficiencia (lo que contenía sin duda alguna otro acto ritual de preparación para el encuentro supremo)– cuatro cigarrillos de yerba inequívocamente buena mezclada con tabaco de excelente calidad. Llegados al lugar de instalación de la carpa y luego que él la dejara debidamente armada, procederían a fumar uno de los cigarrillos cuando el sol se estuviera ocultando. En ese momento, fueran cuáles fueren los dictámenes del instinto, no se tocarían en absoluto y se dejarían llevar por la magia psicotrópica y ritual de la marihuana: la diosa se entregaría poco después en los brazos ansiosos del arisco guerrero.<br />Matías se esmeró como jamás antes lo había hecho en su vida. Con el concurso de una máquina artesanal para armar cigarrillos, estuvo toda una noche en esa tarea. “Tienen que quedar perfectos”, le había advertido Marlene. A eso de las seis de la mañana, contempló triunfante el fruto de su heroica dedicación. En poco más de dos horas, pasaría a buscarlo el taxi colectivo que había arrendado, Marlene subiría cuatro cuadras más allá para barrer con cualquier eventual suspicacia. Inmediatamente después, el vehículo enfilaría hacia Lonquimay y sus pensadas cumbres.<br />Todo resultó a la perfección. Marlene llevaba puesto un violento pulóver que dejaba en plena evidencia su carencia de sostén. En el taxi colectivo, se limitaron a viajar cogidos de la mano. Al cabo de algo más de dos horas, despidieron al chofer e iniciaron la caminata. Era una maravillosa ritualidad, algo enteramente insospechado y magnífico.<br />Llegados a la cota dos mil trescientos del volcán, Matías procedió a armar la carpa militar. Disfrutó enormemente tal ya olvidado acto.<br />Y el momento del paroxismo ritual había llegado.<br />–Dame mi cigarrillo –le dijo Marlene desde su explosivo pulóver.<br />Matías le extendió solemne una caja de oro. Ella cogió el cigarrillo y puso en evidencia la belleza trágica de su mano.<br />–¿Me lo enciende, mi señor?<br />Aquel mi señor sonó a gloria en los oídos de Matías.<br />En realidad es necesario hacer una precisión. Matías, por razones concretas de salud a sus cincuenta y dos años, había dejado de fumar tabaco, por lo cual ya no portaba como antes encendedor o fósforos. ¡Y el heroísmo de la fase preparatoria le había impedido recordarlo!<br />Y, bueno, esa fue la razón por la que se vio obligado a decir a Marlene:<br />–El problema, amor mío, es que no tenemos con qué encenderlo –hizo una breve pausa antes de agregar estúpidamente:<br />–Y no tenemos con qué encender el anafe ni la lámpara.<br />Marlene lo miró sin crueldad, pero hubiera querido tener el látigo en la mano. En subsidio, le propinó una estentórea bofetada antes de emprender sola el viaje de bajada.<br />Bueno, como es obvio, Matías no se suicidó: el ritual había quedado dramáticamente frustrado.<br />Lo que sí, carezco de plena o apodíctica certeza de que todo aquello haya ocurrido realmente. En cualquier caso, como lo dije desde un primer momento, los rituales no son de mi gusto. </div>Aníbal Barrera Ortegahttp://www.blogger.com/profile/07792909791198076544noreply@blogger.com0