viernes, noviembre 25, 2005

En torno a los rotos







Antes de entrar en materia, como una suerte de introducción, hemos de ofrecer a todos cuantos sean posibles el sentido de lo que escribiremos. Parece surgir una primera pregunta: ¿por qué hablar de los rotos? En realidad, ésa parece una pregunta posterior a otra: ¿Qué son los rotos? O, si se prefiere, ¿quiénes son los rotos?
Intentaremos ingresar en esas arduas preguntas. Arduas, porque a decir verdad me gusta casi nada hablar de los rotos: yo odio a los rotos. Pero aun así, es un tema que merece ser tratado: es una clara necesidad social que todos sepamos saber qué son los rotos, quiénes son y dónde están.
Dicho lo anterior, entremos en los meandros de una realidad bastante abstrusa. Lo decimos porque si bien resulta fácil decir qué es ser roto o qué son los rotos, y resulta más bien simple establecer quiénes son, lo enigmático es ingresar en los reductos de los rotos sin morir en el intento.
Ser roto es carecer de modales, es ser un qué sin ser un cómo. Y cuando no se sabe cómo se ha de ir por la vida sencillamente se carece de dignidad. Los rotos no tienen dignidad, no la tienen en absoluto. Un perro bien puede tener dignidad, un roto no puede tenerla. Un roto es un ser despreciable, un ser que merece estar cubierto de escupitajos.
En Chile, nació allá por la tercera década del siglo XIX un arquetipo, el Roto Chileno (así con mayúsculas: los rotos no pueden ser jamás enaltecidos con el empleo de letras mayúsculos). Altamente emblemático de lo que pueden ser los varones de nuestro país, el Roto Chileno –que cuenta con una inolvidable estatua en un tradicional barrio santiaguino, que suele verse emulada en otras ciudades– está instalado en el inconsciente colectivo de nuestro pueblo. Matices más, matices menos, ese arquetipo aún suscita veneración; pobres y ricos se sienten interpretados por lo que el Roto Chileno simboliza: la dureza frente a la adversidad, un cierto fatalismo, emparentado sin la menor duda con la percepción de un destino telúrico. Ese arquetipo sabe muy claramente que el nuestro es un país que debe estar siempre dispuesto a enfrentarse o a vivir lo inexorable.
Y de lo recién expresado se desprende de modo unívoco que los rotos nada pueden tener que ver con los Rotos Magníficos de Chorrillos, Miraflores, Iquique o La Concepción. Los rotos son simplemente rotos de mierda.