jueves, diciembre 21, 2006

EL ESCUPITAJO




Harán lo posible para que no se reconozca que fue un acto de justicia. La Justicia es una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Y lo que correspondía al cadáver de Augusto Pinochet, histriónica y patéticamente instalado en la Escuela Militar, era ser escupido.
El escupo puede ser la consecuencia de una expectoración involuntaria, pero, lanzado sobre una persona o sobre un símbolo, es un acto de desprecio absoluto.
No es lo mismo odiar que despreciar: el nietzscheano Alain de Benoist nos recuerda que el odio es un sentimiento innoble, propio más bien de quienes desesperan; el desprecio, en cambio, emana de quienes saben de superioridad y, por ello, tienden de modo espontáneo a hacer lo justo.
El escupitajo que Francisco Cuadrado Prats lanzó sobre el féretro que contenía el sórdido cadáver de Augusto Pinochet fue un relevante y exacto gesto de justicia: el macabro ejercicio del poder que realizó durante diecisiete años sólo merece el desprecio de quienes aún sienten en alguna parte de su psiquismo la extraviada fuerza de la chilenidad.
Se trató de la expresión –de vehemente elegancia– de la justicia aún no hecha a la memoria del general Carlos Prats González. Y la expresó nada menos que su nieto.
Harán lo posible para que no se reconozca que fue un acto de justicia, pero la memoria colectiva de los chilenos suele ser más certera de lo que se supone. Los que jugarán a esa posibilidad están obnubilados por un odio psicótico y malsano; el gesto de Francisco Cuadrado Prats fue un acto de justo y exacto desprecio. Las futuras generaciones de chilenos así lo entenderán.

miércoles, octubre 04, 2006

UNA COBARDÍA IMPRESENTABLE


Yo detesto a Augusto Pinochet en función de lo que es como signo. Es el mayordomo de los sirvientes que decidieron rebelarse contra sus amos. José Donoso lo escribió con singular maestría en Casa de Campo.
¿Es malo Augusto Pinochet? Sí, lo es. Lo es por sibilino e hipócrita. Lo es por cobarde y por gurrumino. Lo es por haber permitido que su dictadura deviniera en un pérfido matriarcado: la sangrienta dictadura de Pinochet fue la dictadura de Lucía Hiriart.
Pero, al igual que cualquier animal humano, Pinochet tiene derecho a la misericordia de Dios.
Hace poco, la Vicaría General Castrense quiso poner a un capellán militar católico para que administrara al anciano ex dictador el último sacramento: La Santa Unción, antes llamada Extremaunción. El hombre está viviendo una senilidad dolorosa. Se alimenta sólo con papillas. Es claro que morirá pronto.
¿Y qué ocurrió? Ocurrió que todos los capellanes militares buscaron excusas para negarse a visitar a Pinochet. Sólo uno, el capitán del Servicio Religioso Carlos Roberto Melo Cruces, capellán de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales, tuvo la hidalguía de llevarle el postrer consuelo de la Fe Católica.
¡Es inconcebible! Es una grosera cobardía. Es un hecho que habla a las claras de decadencia. Es un cartuchismo absolutamente impropio en hombres consagrados a Dios. Es un correlato clarísimo del escepticismo que embarga a muchos católicos.
Desde estas páginas, no puedo sino repudiar esa cobardía, así como felicitar al capellán Melo por su hombría.

Aníbal Barrera Ortega
Periodista
Capitán (R)

sábado, septiembre 23, 2006

LOS MEANDROS DE "PALACIO LARRAÍN"


Entrevista al periodista Luis Marín

Aníbal Barrera Ortega

Luis Antonio Marín es periodista y, como él mismo se ha encargado de reconocerlo, sus incursiones literarias tienen una suerte de recurrente sesgo periodístico: buscan testimoniar circunstancias desconocidas de lo estrictamente cotidiano. Su obra más reciente, Palacio Larraín, es una certera incursión en lo que se puede llamar la multifacética y no pocas veces trágica realidad de la juventud chilena. Hay allí una dimensión periodística en la medida en que recoge hechos y circunstancias de la vida cotidiana de un hombre que ha sabido vivir con audaz intensidad. Pero Marín se hace certeramente cargo del ya clásico aserto que enseña que el quehacer literario es el esfuerzo que hace un ser humano para contar a otros seres humanos qué es y cómo es el enigmático animal humano.

El 8 de diciembre, el libro fue presentado en la comuna de Nacimiento, en la Octava Región, donde reside Marín actualmente. El día 28 próximo se hará lo propio en la sala Dirección Obligada, de la Dirección de Extensión de la Universidad de La Frontera.
Luis Marín no olvida sus largos días temuquenses. Residió por estos lados desde sus días de infancia; aquí se convirtió en periodista y en un hombre dotado de una prodigiosa curiosidad intelectual.

El escritor y periodista

–A ver, comencemos por un ejercicio de síntesis, arte en el cual es dable suponer que tú eres un maestro. Te pido que respondas en no más de diez palabras quién es Luis Antonio Marín.

–Un escritor aún no casado (o cazado) con género alguno, un intelectual sin academia y un periodista sin empleo pero siempre trabajando. Me temo que, también, un futuro dramaturgo de genio.

–Sigamos en los esfuerzos de síntesis. Te pido brevedad para responder la siguiente pregunta: ¿Por qué se escribe?

–Por pasatiempo, por vanidad ciudadana, por terapia, por desesperación, y por el afán casi prometeico de modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte. Esa es, de menos a más, mi jerarquía personal del trabajo literario.

“Modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte”. Son muchos los que sostienen que la literatura tiene siempre una soterrada estatura política. Llevamos, pues, a Luis Antonio Marín hacia ese ámbito temático.

La vena literaria

–Cabe inferir de tu respuesta que tú tienes interés por la dimensión política del animal humano. ¿Es así?

–Claro, y esa dimensión es mucho más que el sistema de partidos y poderes del Estado. Creo que el arte auténtico está –paradójicamente desde su actual objetivación cosificante– llamado a mejorar lo que llamamos realidad. Las personas que leen o han desarrollado sensibilidad por el arte son más tolerantes, aventuradas, controladas, creativas, y por ende no creen que las únicas cosas buenas de la vida sean los placeres sensualistas (el zapping sexual, la borrachera perenne o el fútbol untado en escabeche); son, como se dice ahora, mejores ciudadanos.

–¿Está la literatura chilena a la altura de los requerimientos, digamos que consensuales, de la actual sociedad chilena? Entiendo que la respuesta puede ser muy larga, pero te sigo pidiendo la brevedad a que estamos condenados los periodistas.

–Creo que la mayor parte de los escritores nacionales son incapaces de evangelizar su arte más allá de sus menguadas tribunas o academias: Los escritores y las instituciones que los cobijan están más bien, y parodiando una canción de moda, acrecentando la desigualdad cultural, elitizándose. Yo creo que los lectores y públicos hay que salir a buscarlos. Estoy a favor de las ferias del libro y encuentros de escritores, pero estoy más a favor de que los escritores indaguen en públicos nuevos, incluso iletrados, verbalizando sus textos, reencantando a la gente.

“Yo intenté hacer, gratuitamente y porque me gustan los desafíos, talleres de escritura en la cárcel de Temuco y en el Regimiento Tucapel. No me consideraron; pero creo que la cosa va por ahí, o si no, que nos pudramos todos en el basural del neoanalfabetismo”.

–¿Qué expresa tu libro Palacio Larraín? ¿Cómo sintetizas su mensaje?

–No creo que haya un mensaje así a secas. Para nada. Sólo puedo decir que el sentimiento que engendró mi libro fue la desesperación por una juventud (la mía y la de otros chicuelos) desperdiciada; es tal vez una metáfora de la imposibilidad del arte: un caballo lanzado a pique contra un acantilado.

–¿En qué género literario se inscribe tu libro?

–El asunto de los géneros literarios está siendo replanteado desde las vanguardias. Yo los veo más como un sistema de expectativas que se genera en el lector, que como un sistema cerrado y de leyes intransferibles. Incluso el tema de la literatura como invención, como mera irrealidad –en contraposición a la ciencia dura, la ciencia social o el periodismo que te dicen “la verdad”– tiene los días contados.

“Mi libro nació como un conjunto de cuentos (o cartas, testimonios y hasta posibles guiones teatrales y de cine) que tenían en común ciertos personajes de pretensiones biográficas y autobiográficas. Después me convencí (me convencieron) que el sentido y el orden espacial (por ser historias engendradas en tres ciudades chilenas: Santiago, Ciudad Sur y Parición) y temporal (por ser relatos con cierta progresión epopéyica deudora del bildungsroman o novela de formación) hacían de mi texto una novela con una estructura menos ortodoxa. Fue por ello que decidí titularlo Palacio Larraín y otros relatos de novela, pero mi editor prefirió dejarlo en Palacio Larraín y que el lector decidiera”.

¿Autodestrucción?

–Resulta fácil pensar que Palacio Larraín encierra una suerte de convocatoria a la autodestrucción. ¿Crees tú que sea así?

–¿Fácil de pensar para quién? ¿Para el pastor pentecostal de Cuñuñuco? Me parece que desde el mismo momento en que el sociólogo protagonista Domínguez Montressor recopila y recrea la catástrofe, deja de encarnarla, al menos simbólicamente. La autodestrucción, que pasa por el descentramiento psíquico de los héroes del relato, no es una apología de la derrota, si no más bien una invocación a la lucha, a la rebeldía contra un sistema social que te cosifica, que ha perdido el auténtico sentido del ritual, y donde el poder se ejerce de manera deshumanizada: y no porque en el edificio del poder haya puros desalmados, si no porque la complejización de la realidad (de las leyes, de las cifras, de las entidades jurídicas) hace que éste sea casi una pura abstracción.

¿Para qué escribir?

–Pese a que sostienes que tu libro no entraña un mensaje, no es posible perder de vista algo que ya respondiste: que se escribe para "modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte". ¿Cómo contribuye a ese propósito Palacio Larraín?

–Se da una paradoja con los libros de esta índole: La desesperanza que recrean está preñada de esperanza. Esa paradoja, claro está, no la sentí al escribir los relatos más duros del libro. "Palacio Larraín" lo escribí entre 1999 y 2004, a un ritmo de escritor aficionado, situación que espero se modifique”.

–¿Qué opinas de la reciente nominación de José Miguel Varas como Premio Nacional de Literatura? ¿Qué consideración te merece lo afirmado por Andrés Gómez en cuanto a que no fue "ninguna sorpresa", porque se escogió a un escritor de trayectoria pero que, a diferencia de Enrique Lafourcade o Germán Marín, no genera discordias.

–No estoy de acuerdo con Gómez. ¿Qué acaso se trata de reivindicar la política de los consensos propulsada el año 90 por el ya senil Patricio Aylwin, o de premiar a las buenas personas? Había cinco escritores con más mérito ¡LITERARIO! que Varas (Marín, Lafourcade, Eltit, Allende y Skármeta, en ese preciso orden), pero premiaron a este caballero. Lo que allí ocurrió fue que el último premiado, Armando Uribe Arce, es íntimo amigo de Varas e influyó sobre todo el resto del jurado, que saben tanto de literatura como yo de ecuaciones trigonométricas.

En La Araucanía

–Bien, regresemos a los temas que parecen interesarte especialmente. ¿Qué me puedes decir de la realidad literaria de nuestra región de La Araucanía? (estoy seguro de que no te falta información al respecto).

–Hay una clara explosión del tema de la literatura mapuche, que tiene más que ver con un fenómeno sociológico de alteridad invertida que con un asunto de calidad intrínseca. El doctor Carrasco y sus adláteres de la UFRO quieren dejarle claro al mundo que “yo los vi primero”, en relación a los artistas que tienen apellidos que hace 20 años eran motivo de burlas y ahora campean. Literariamente hablando, el panorama es desalentador. No sé si Guido Eytel planifique nuevas obras, pero en términos generales los escritores de generaciones anteriores a la mía parecen haber perdido la pólvora. De los que tienen mi edad rescato a Claudio Maldonado, porque es mi amigo (y no “el Lex Lutor Marín”, como dijo un resentido crónico) y tiene suficientes obsesiones como para escribir algo considerable. Los narradores de mi generación que lograron publicar antes, se fueron de acá, lo mismo Jaime Huenún, uno de los mejores poetas vivos que he conocido; lo mismo pretende hacer Maldonado e hizo también el último premio Pablo Neruda de poesía. En Chillán y Valdivia, por dar un par de ejemplos, el asunto no es así.

La migración

–He sabido que planeas incursionar en el mundo académico y gremial de la literatura que ofrece actualmente España. ¿Por qué te parece necesaria esa incursión? Más bien, ¿ves todas las puertas cerradas en Chile?

–Eso es un tanto inexacto (quizá trabaje elaborando guiones o lavando platos), aunque lo cierto es que sí pretendo irme. Mis infecundos deambulares por el arte y por la patria –programas de radio, abortadas empresas de gestión y productos culturales, columnas, guiones, teatro, especializaciones farsantes (como lo es casi todo lo engendrado en la academia)– me tienen rotundamente fatigado. Asimismo, el panorama artístico y literario de Chile es de una malignidad espesa. Está lleno de lobbystas, mercaderes, lamepuertas, timadores, enclaustrados (hablo de aquellos cooptados por la academia); todos metidos en la bolsa de gatos que provoca el exceso de gente para tan poco espacio. En Chile están surgiendo muchos escritores para tan pocos lectores: eso provoca hacinamiento y desplaza el punto de interés desde la creatividad misma a las odiosas querellas paraliterarias.

–Una última pregunta. Parece evidente que te sientes un rebelde, entendiendo que la palabra ‘rebelde’ es el sustantivo del verbo ‘rebelar’, que significa exactamente “Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida”. ¿Por qué y cómo ser rebelde? ¿Acudiendo quizá si a las drogas?

–Me quedo más bien, con eso de la obediencia debida: La obediencia no tiene porqué ser una cuestión inercial, una convención, sino nacer de una convicción. Ahora bien, yo nunca fui de aquellos que pateaban el tablero o gritaran a voz en cuello: Nunca estuve conforme (por ejemplo con todo lo que recibí de mi atroz universidad), pero jamás lo di a entender… quizá por esa aporía me las di de escritor.

martes, abril 25, 2006

Tema muy actual



Contratistas e inspectores

Aníbal Barrera Ortega

Nuestra columna de hoy tiene que ver con caminos. Como se verá, es un tema de álgida importancia: ¿será posible perder de vista que nuestra aporreada región de La Araucanía cuenta con una red vial que supera en extensión los 12 mil kilómetros?
Bueno, para empezar el asunto, se ha de decir que en cualquier diseño vial –construcción de un nuevo camino o mejoramiento o mantención de un camino ya construído– intervienen dos grandes protagonistas: los contratistas y los inspectores fiscales. Entiéndase por contratista al empresario particular de construcción vial que se adjudicó una propuesta pública, y por inspector fiscal al funcionario profesional que, se supone, cautelará el cabal cumplimiento del contrato en beneficio del interés del Estado de Chile, lo que, al menos en principio, viene a significar en beneficio de todos los contribuyentes.
Pero ¿qué es lo ocurre en la porfiada realidad? Ocurren varias cosas.
Por una parte, la experiencia muestra que los inspectores fiscales, se diría que en un 50 por ciento de los casos, no son idóneos para serlo. Un inspector fiscal realmente eficiente debe conocer cada paso del proceso contenido en el respectivo contrato, lo que viene a ser lo mismo que decir que ese profesional debe estar ampliamente compenetrado de la estructura orgánica y técnica del servicio para el cual trabaja. Estamos hablando de caminos; el proceso de construcción o de mantención reconoce etapas casi obvias: chequeos de laboratorio de mecánica de suelos, lógica de proyectos, prevención de riesgos, legislación laboral, conocimiento medioambiental, legislaciones específicas, etc., etc.
Y como lo decíamos, sólo un 50 por ciento de los inspectores fiscales presenta una básica idoneidad técnica para cumplir adecuadamente sus funciones (ya hablaremos de la idoneidad moral).
Ahora bien, ¿qué sería deseable en las empresas contratistas? Más que deseable, resulta imprescindible que se trate de entidades altamente profesionalizadas; ¿es así? Desgraciadamente no.
Las empresas contratistas que operan en nuestra región (y mucho nos tememos que en la mayor parte de nuestro Chile) son empresas familiares. Por ejemplo, un constructor civil con vocación de empresario, que cuenta con un capital suficiente, podrá echar a andar una empresa vial y tenderá idefectiblemente a procurar espacios de trabajo para sus parientes y amigos. El resultado surge obvio: la profesionalización de esa empresa será difícil. En el mejor de los casos, el capital podrá permitir que se cuente con los medios técnicos estrictamente necesarios para el funcionamiento de la empresa, pero será altamente improbable que se busque el perfeccionamiento. Agreguemos que nada parece impedir que esas empresas escapen a la lógica del lucro, claramente predominante en los días que corren.
En la práctica, entonces, las empresas contratistas deben apostar a amañar los contratos tanto como sea posible. De lo que se trata es de economizar al máximo; donde, por ejemplo, el contrato establecía la necesidad de emplear quinientos sacos de cemento, la empresa hará lo posible por gastar sólo trescientos… si es que.
No es necesario gastar excesivas explicaciones para que Ud., estimado(a) lector(a), caiga en la cuenta de que tales economías van en necesario desmedro de la calidad de la obra vial ejecutada y, no pocas veces, en hipotético desmedro de su propia vida o integridad física cuando Ud. deba conducir su vehículo por ese camino.
¿Cuál es el medio que permite amañar contratos? Es muy fácil: el empresario debe ser obsequioso con el inspector fiscal (frente al cual se tiene en un 50 por ciento de los casos plena seguridad de su ignorancia y torpeza). Se le debe atender con almuerzos y asados pantagruélicos, con muchos aperitivos, vinos intermedios y bajativos.
Pero las ingestas son sólo un eslabón. Básicamente amansado con muchos bajativos, el paso siguiente será ofrecerle estipendios extras o brindarle granjerías adicionales. ¿Mujeres? ¿Por qué no? ¿Drogas duras? ¿Por qué no?
¿Se da cuenta, amigo(a) lector(a), de lo que estamos hablando? Estamos hablando sencillamente de que estamos en presencia de una lenidad manifiesta y de una corrupción aún larvada.
¿Se dan cuenta, estimados(as) señores(as) políticos(as), de los riesgos que seguimos corriendo?

viernes, marzo 10, 2006

Consejos a la Presidente de Chile



¡ESCUCHE, SEÑORA MICHELLE!
Con todo respeto, señora Presidente, pido su autorización para darle al presente artículo el carácter de carta pública dirigida a Vuestra Excelencia.
Le pido esa autorización, señora Presidente, porque me arriesgo a pensar que otros (e incluso otras) comparten las reflexiones que ahora yo quiero compartir con Vuestra Excelencia. Es perfectamente irrelevante que usted, señora Presidente, lea o no estas líneas para conocer estos mis pensamientos, que son en realidad consejos que yo quiero que lleguen a vuestro ponderado conocimiento: la verdad es que estoy seguro de que, por obra de lo que Nietzsche mentaba como casualidades preñadas de sentido, Vuestra Excelencia sabrá de mis consejos.
Vamos por partes.
Le aconsejo, en primer lugar, no hacerse la menor ilusión de que la tarea que tiene por delante será fácil. Por la sencilla razón de que será exageradamente difícil.
Usted, señora Presidente, simboliza casi en exceso que los vencidos en la patraña de guerra de 1973 son los vencedores de hoy. Y eso, señora Presidente, es algo que no pocos no le perdonarán jamás.
Yo supongo, señora Presidente, que usted sabe que son muchos los historiadores eximios que sostienen que Chile, nuestro sufrido país, cuenta con la derecha política más torpe, pueril, ramplona, chocarrera, acomodaticia y despiadada de toda nuestra América. Yo supongo que usted leyó “El Peso de la Noche: Nuestra Débil Fortaleza Histórica” de Alfredo Jocelyn-Holt, personaje con el cual ni usted ni yo simpatizamos, pero al cual no podríamos discutir la validez de sus análisis historiográficos.
¡Cuidado, pues! Esa derecha chilena, señora Michelle, no colaborará con su gestión política: ¡ni lo sueñe! ¿Piensa usted que personajes patéticos como Longueira, Moreira, Novoa, Larraín, Espina, Pérez de Arce, etc., etc, le perdonarán alguna vez a Vuestra Excelencia ser la hija del general Alberto Bachelet, un hombre que sí sabía lo que es el honor militar, un hombre que jamás habría disparado contra chilenos?
Vamos ahora hacia otra parte. La Concertación, con la cual Vuestra Excelencia gobernará estos próximos arduos años, parece no tener el menor sentido de la historia o, si se prefiere, de la responsabilidad histórica; su indolencia y estolidez poco tienen que envidiar a la indolencia y estolidez de la derecha.
¡Desconfíe, señora Michelle, desconfíe!
Por otra parte, señora Presidente, trate de atemperar la conscupiscencia de sus colegas de sexo; trate de decirles, con esa sutileza fina que usted bien posee, que el más importante derechos de las féminas es exigir hombría a los hombres, es exigir que los hombres podamos alcanzar la noble categoría de varones.
¿Es mucho pedir? Bueno, la verdad es que yo quiero pedirle más. La verdad es que me queda un quizá si último consejo:
¡No se deje engatuzar por la homosexualidad, la gran tirana de nuestros días! ¡Trate de convencer a los homosexuales de que son enfermos, enfermos gravísimos, y una burda y sedicente manifestación de diversidad!
Buena suerte, querida Michelle: ¡la vas a necesitar!

sábado, febrero 18, 2006

'Comandante Che Guevara'



Capitán Storni


Siempre fue considerado un chiflado, y es que siempre tuvo algo perturbada la razón. Pero su chifladura no estuvo nunca exenta de una extraña y casi indescifrable perspicacia. Bebedor excesivo, solía tener alucinaciones. Hablamos de un ser humano a quien la desgracia se esmera en perseguir sin haber logrado nunca alcanzarlo. A quien, además, siempre –o la mayor parte de las veces– le interesó cuestionar su chifladura.
Esas debieron ser las razones –y no se avizoran posibilidades de que pudieran (o pudieren) ser otras– por las cuales decidió intentar la dilucidación de la más bien difusa imagen forjada en su mente según la cual, a los compases de la canción ‘Comandante Che Guevara’, entonado por la magia erotizante y evocadora del grupo musical español Mocedades, le era posible vislumbrar a varias muchachas chilenas, que se encontraban (y aún se encuentran) cumpliendo el Servicio Militar Femenino Voluntario en el Regimiento de Infantería de Montaña Nº 8 “Tucapel” de Temuco. Y que aparecían en esa más bien difusa imagen mental entonando militarmente, ataviadas con ropaje de guerra andina, esa bella canción, lastimosa apología de la figura de un canallesco violentista:

Vienes quemando la brisa
con soles de primavera
para plantar la bandera
con la luz de tu sonrisa

Las muchachas, todas bellas, habían sido seleccionadas entre muchas otras casi enteramente por la clara excelencia de sus traseros (lo que, por cierto, es un elemento de enorme importancia), estaban ahora ataviadas con la ropa blanca de los soldados andinos, lo cual no perturbaba en absoluto sus encantos y eran acompañadas en su cantar por las bandas instrumental y de guerra del “Tucapel”.
–Me resultaba extraño, muy extraño –escribió en tales intentos exégeticos–. Creo que la palabra es ‘enigmático’. Dice al respecto la siempre ilustre Real Academia Española: “Que en sí encierra o incluye enigma; de significación oscura y misteriosa y muy difícil de penetrar”.
Pero a poco andar –no sé si cuatro o cinco días después, al cabo de una borrachera–, decidió que él, como ex oficial del Ejército de Chile, tenía la obligación de penetrar en ese enigma: ¿cómo puede suceder que la canción ‘Comandante Che Guevara’, hermosamente entonada por el grupo Abba, le sugiriera glamorosas muchachas chilenas que están cumpliendo con el Servicio Militar Femenino Voluntario, que aparecen entonando loas, a los compases estentóreos de ambas bandas castrenses, a una figura histórica que nada tuvo que ver con la gloriosa institucionalidad militar chilena?
Pero también a poco andar, cayó en la cuenta de que en esa más bien difusa imagen mental, una de las muchachas ocultaba paulatinamente a las demás. En realidad, él habría de verla de cuerpo presente en dos oportunidades:
–Cuando me comentaron a comienzos de junio que la Sección Femenina del “Tucapel” sería públicamente presentada en la ceremonia de celebración del Día de la Infantería, sentí la misma vieja rabia. Me repetí que las mujeres nada tienen que hacer vistiendo ropa militar. Fui a la ceremonia ya enunciada –en circunstancias de ese tipo invariablemente me acomete una nostalgia placentera y psicotrópica de mis ya idos días de militar chileno– y las vi: bellas, sensuales y estilizadas, envasadas en los albos uniformes de combate andino que marcaban un abrumador y grato contraste con las tonalidades de sus pieles; graciosas, coronadas por la boina verde oscuro de los montañeses del Ejército de Chile, lo que resaltaba la belleza erótica y sibilina de sus miradas femeninas y la perturbadora placidez de sus traseros –apuntó también nuestro chiflado amigo en su excéntrico bloc de apuntes lingüísticos y semióticos. Pese a su inveterada aversión por la militarización de las féminas, le fue imposible no reparar en una de ellas, que parecía opacar la rutilancia castrense de las demás. Integraba la banda de guerra del Regimiento de Infantería Nº 8 “Tucapel”, a su muslo izquierdo estaba firmemente adosada la caja alemana “Teuber”. Sobre su seno derecho –lo que realzaba encantadoramente el respectivo trocito de género pegado a su tenida de combate– mostraba escuetamente su apellido: Hackernet. Su mano derecha empuñaba firmemente los dos palillos de la caja militar.
Con un casi imperceptible nerviosismo, –que se manifestaba en adelantarse un tanto a las órdenes del comandante de la unidad de formación expresados en los diestros movimientos del tambor mayor– la soldado-conscripto Hackernet golpeaba despiadadamente la caja “Teuber”, contribuyendo así a parir el fragor atronador y redoblante de las cajas de la banda de guerra. A su lado, el cabo Balbuena, alto y gallardo, aporreaba también febrilmente su propia caja bélico-musical. Balbuena se percató muy claramente de la leve inseguridad de la recluta que él había instruido como única integrante femenina de la banda de guerra del regimiento temuquense.
Ese imperceptible nerviosismo tenía a su haber, como se verá, una explicación obvia.
–Yo supe cabalmente que la soldado-conscripto Hackernet era un ser que trascendía lo que para mí era la increíble y blasfema presencia de las mujeres vestidas de guerra en un escenario como el chileno, sedicentemente moderno. La muy hermosa soldado-conscripto Hackernet –nunca lograré saber su nombre de pila pero bien podemos suponer que se llama Rose Marie (o Rosmarí)–…; perdón, yo decía que la soldado-conscripto Rosmarí Hackernet es una fidelísima exponente de la ya fenecida superraza aria. Es bellísima; sus ojos irradian locura, seducción, fiereza y reciedumbre germanas –agregó en su ya abultado y delirante cuaderno de notas–; ¿cómo puede ocurrir que esté cantando la canción ‘Comandante Che Guevara’?
La verdad de las cosas, yo, narrador de esta alucinante historia, no tengo más remedio que decirlo todo: Rosmarí –o como se llamara– cantaba con entera sinceridad y con poderosa convicción la canción ‘Comandante Che Guevara’.

Aprendimos a quererte
desde la histórica altura
donde el sol de tu bravura
le puso un cerco a la muerte.

No tengo más remedio que decirlo todo pues esta historia no puede prolongarse de modo majadero y poco prístino. Cuando nuestro amigo compartió conmigo, hace dos o tres días, unas botellas de vino tinto, quedó muy en evidencia que tiene la sopaipilla pasada: al cabo de tres copas, ya estaba semiebrio, por lo que se vio obligado a dormitar sobre la mesa del bar. Comencé a hojear su desordenado bloc y mi interés fue creciente.
Era su alucinación sin serlo. Él, con su perspicacia de chiflado y con su capacidad para burlar la desgracia, había podido intuir, precariamente pero de modo mágico, una grave vulneración a la seguridad militar. Y él, pese a no tener ahora nada que ver con la retórica castrense, sabía muy bien por cuál lado caminan las vulnerabilidades de la seguridad militar.
Y esto lo digo yo, el narrador, el mítico capitán Rafael Storni: El Ejército de Chile ya empieza a pagar caro el error de haber incorporado mujeres en las nobles filas del Servicio Militar. Puedo afirmar que nada orgánico lo justifica: de lo que se trata es de un prurito de modernidad, alentado por seres como Cheyre y Lagos, y muy del gusto del Fondo Monetario Internacional.
–Es para complacer al feminismo de raigambre judía –bien podría sostener don Miguel Serrano.
Pero, como se verá, el riesgo se empieza a mostrar como mucho mayor.
Rosmarí Hackernet, una muchacha de no más de diecinueve años de bien vivida edad, fue incorporada al Servicio Militar Femenino Voluntario de modo absolutamente no voluntario. Su progenitor, el coronel de Ejército Matías Hackernet, actualmente comandante del Regimiento de Infantería Motorizada Nº 1 “Buin” de Santiago, se había empeñado en que Rosmarí fuera incorporada a la milicia femenina “a ver si así sienta cabeza”. Hackernet había empezado a sentirse sumamente contrariado por lo que él, en su castrense puerilidad, entendía como “difusas ideas izquierdistas”. Fue por eso que tomó contacto telefónico con su compañero de promoción, el coronel Ferreira, comandante del “Tucapel” de Temuco, para pedirle que no dejara por motivo alguno de acuartelar a su hija. De lo que se trata, le dijo, es de que no esté en Santiago con sus melenudos compañeros de la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile.
Vienes quemando la brisa
con soles de primavera
para plantar la bandera
con la luz de tu sonrisa
Rosmarí era en verdad una hija rebelde –que, por cierto, no tenía la menor devoción por sus ancestros germanos–, no obstante lo cual la gestión realizada por su padre –a quien despreciaba por ser “un machista bobalicón”– no perturbó sus nacientes quimeras. Sus melenudos amigos la aconsejaron que buscara espacios para la justicia popular en las filas castrenses… ¡Nadie habría de recelar de ella por ser hija de militar!
Ya vestida con la tenida militar de combate, asumió con mucha inteligencia y picardía los ademanes inconvenientes e inesperados de sus instructores. El cabo Efraín Balbuena, por ejemplo –que reparó de inmediato en ella desde el primer día de acuartelamiento–, cayó en la cuenta de que Rosmarí Hackernet no iba a ser seducida por él, motivo por el cual cesó, a poco andar, sus grotescas aproximaciones iniciales. Pero empezó a anidar un deletéreo odio.
–¿Sabe, mi cabo? –le había dicho, irónica y despiadada, la soldado-conscripto Hackernet cuando él se aventuró a tomarle la mano y a intentar besarla en uno de los descansos de la instrucción de la banda de guerra–: No tengo más remedio que decirle que yo soy mucha mujer para usted.
El fuerte rencor de Balbuena –un hombre que se sabe bonito y que sabe detestarse a sí mismo por su poco promisoria condición de futuro suboficial de Ejército– comenzó entonces su proyección.
Es que Rosmarí Hackernet –actualmente procesada en la Fiscalía Militar de Temuco– tenía por misión convertirse en amante del comandante del “Tucapel”, coronel Jaime Ferreira. La idea fundamental de esa incursión amatoria era lograr el acceso al almacén general de material de guerra de la unidad militar. La necesidad era de unos cincuenta fusiles SIG-Famae con su dotación completa de munición, que irían a parar a las manos justicieras de un selecto grupo mapuche de Malleko.
Tu amor revolucionario
te conduce a nueva empresa
donde esperan la firmeza
de tu brazo libertario.

¿Qué más decir? Bueno, que el cabo Efraín Balbuena –dolido y humillado por el desdén de la hermosa mujer –había podido darse perfecta cuenta del amor clandestino entre la soldado-conscripto Hackernet y el coronel Ferreira, y –no se sabe cómo– logró escuchar y grabar una más bien larga conversación entre los amantes. Allí se habló en términos expresos e inequívocos de cómo se haría llegar los SIG-Famae a las manos de los guerrilleros de la Coordinadora Arauko
Malleko de Comunidades Mapuche en Conflicto.
Balbuena, hombre cruel y vengativo, se las arregló para poner en conocimiento de doña Sandra Guastavino, cónyuge del coronel Ferreira, la rutilante infidelidad de su marido y para informar al intendente de La Araucanía que el alto oficial había aceptado colaborar de modo directo y, se diría, completo con la subversión mapuche de raigambre etarra, terrorista y neomarxista.

Seguiremos adelante
como junto a ti seguimos
y con Fidel te decimos:
hasta siempre Comandante
Nuestro personaje, alcohólico y dilecto amigo –hablamos de un ser humano a quien la desgracia se esmera en perseguir sin haber logrado nunca alcanzarlo; a quien, además, siempre –o la mayor parte de las veces– le interesó cuestionar su chifladura–, había llegado a intuir (no sé si sea ésa la palabra adecuada) que estaba en juego una grave vulneración a la seguridad militar. Sin embargo, no estuvo jamás dispuesto a decir que le constaba que la soldado-conscripto Hackernet –a quien llamó arbitrariamente Rosmarí– cantaba con serena pasión y con sutil encanto la canción ‘Comandante Che Guevara’ con el fondo musical del Grupo Abba: primero, todos se habrían reído de él; segundo, él, alcohólico y todo, no era hombre de delaciones ni de forma alguna de mariconada.
Desde los quince o dieciséis años, la muchacha (se llama en realidad Sonia Hackenet –lo vine a saber después–; él la bautizó arbitrariamente como Rosmarí en patético homenaje a una mujer casada que quería ser su amante) se había integrado secretamente como militante de la etapa refundacional (1999) del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, denominada Brigadas Juveniles “Miguel Enríquez”.
Sus aproximaciones a las ceremonias militares le gestaban un sentir bipolar: una mezcla no conciliable entre nostalgia y rencor. Escribió en las páginas finales de su ajado bloc de notas:
–El ciclo se cerró para mí cuando la vi por segunda vez. Me pareció una segunda y macabra ceremonia. La flanqueaba el maldito cabo Efraín Balbuena, su humillado pretendiente y triunfal delator, que tomaba su antebrazo derecho en función de conducirla. Ella llevaba las muñecas esposadas. Su recia y fiera gestualidad –facial y de toda su gallarda anatomía incluido por cierto el brioso trasero de walkyria nórdica– era altiva y dionisíaca. Sobre su seno derecho, sólo su apellido realzado: Hackernet.
“Cuando la vi por primera vez, no quise delatarla; la segunda vez, en patética ceremonia, estaba ya delatada y la conducía su delator. Yo no había querido delatarla porque dejé de sentir afecto por lo militar aun cuando lo militar sigue siendo inexorablemente parte de mi vida ya casi agotada.
Ahora deseo que a ella no le vaya demasiado mal. ¡Y he de esmerarme porque así sea!”.
Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia,
de tu querida presencia,
Comandante Che Guevara.

lunes, febrero 06, 2006

¿Escucharás mi relato?


Duque de San Carlos

¿Qué cuentos prefieres, soñada dama? ¿Podré estar seguro de que desees escuchar un cuento?
La música es bella. Casi insondablemente bella. La noche se las trae con una dulce levedad. ¿Qué habrá de ocurrir?
Es claro que la marihuana ya ha hecho de las suyas; es claro que siento la asistencia de la inspiración. Pero ¿qué sentido tendrá que escriba que yo te digo, ahora mismo, que estoy esperando a un amigo (no te diré, por ahora, a un amigo abogado) a cuya mujer he terminado por convertir en mi fantasía sexual (y hasta amatoria) favorita.
La noche es leve, soñada dama mía, han decrecido hasta casi cero los ineluctables rumores exteriores. Ineluctables, pese a que la marihuana ayuda a ignorarlos. Yo necesito estar lúcido; necesito progresar en mis precarias condiciones de escritor. De narrador (en realidad, más que precarias, poderosas y abundantes pero impotentes).
Necesito saber contarte este cuento aun cuando no desees escucharlo; estoy casi seguro de que terminará entusiasmándote (nótese que he aprendido a validar los “casi”), ya que estoy seguro de que terminarás por aceptar navegar con la yerba bendita (Joaquín Sabina habla de la yerbita de Dios; yo prefiero hipotetizar en cuanto a que la marihuana cuenta con la bendición de los dioses sin que pertenezca necesariamente a cualquiera de ellos). Estoy seguro de que darás varias chupadas a mi cachimba aprovisionada con marihuana de buena calidad.
Fíjate: la música insiste, impertérrita (nunca he logrado asustar a la música, menos aún cuando expresa a Wagner), en su belleza que aprisiona. ¿No es mejor que te dejes aprisionar por la música, que des de inmediato un par de chupadas a mi cachimba y que, a través de esa precisa vía, te hagas vitalmente cargo de mi relato.
Yo necesito que me escuches. Que sepas –aun cuando parcialmente– de mi verdad fundamental… Ah, ¿entonces quieres escucharme, dama soñada?
Pues bien, algo alcancé a decirte acerca de la señora de un amigo. Te acoto que es bella y distinguida, y que me ha dado señales leves pero inequívocas de que quiere tener una aventura conmigo.
Me tengo que preguntar (lo que es parte sustancial de este relato) qué he de hacer contigo. Cómo he de tenerte, destructivamente desnuda, en los brazos de un señor de las ensoñaciones.
He de sonreirte de modo persistente con esa nueva sonrisa que luce la parte superior de mi dentadura afrentosamente postiza, mueca que es recomendada por una ilustre y apergaminada sicóloga en términos se ser ese estilo de sonrisa una suerte de credencial de generosidad y de empatía (capacidad ésta para identificarse con alguien y compartir sus estados de ánimo).
–¿Para qué? –te estarás diciendo tú, mujer casada con mi amigo abogado– si tú eres un gallo formidable con sonrisa o sin sonrisa.
Y yo he de contestarte:
–Parece que escuchaste mi relato.