sábado, septiembre 23, 2006

LOS MEANDROS DE "PALACIO LARRAÍN"


Entrevista al periodista Luis Marín

Aníbal Barrera Ortega

Luis Antonio Marín es periodista y, como él mismo se ha encargado de reconocerlo, sus incursiones literarias tienen una suerte de recurrente sesgo periodístico: buscan testimoniar circunstancias desconocidas de lo estrictamente cotidiano. Su obra más reciente, Palacio Larraín, es una certera incursión en lo que se puede llamar la multifacética y no pocas veces trágica realidad de la juventud chilena. Hay allí una dimensión periodística en la medida en que recoge hechos y circunstancias de la vida cotidiana de un hombre que ha sabido vivir con audaz intensidad. Pero Marín se hace certeramente cargo del ya clásico aserto que enseña que el quehacer literario es el esfuerzo que hace un ser humano para contar a otros seres humanos qué es y cómo es el enigmático animal humano.

El 8 de diciembre, el libro fue presentado en la comuna de Nacimiento, en la Octava Región, donde reside Marín actualmente. El día 28 próximo se hará lo propio en la sala Dirección Obligada, de la Dirección de Extensión de la Universidad de La Frontera.
Luis Marín no olvida sus largos días temuquenses. Residió por estos lados desde sus días de infancia; aquí se convirtió en periodista y en un hombre dotado de una prodigiosa curiosidad intelectual.

El escritor y periodista

–A ver, comencemos por un ejercicio de síntesis, arte en el cual es dable suponer que tú eres un maestro. Te pido que respondas en no más de diez palabras quién es Luis Antonio Marín.

–Un escritor aún no casado (o cazado) con género alguno, un intelectual sin academia y un periodista sin empleo pero siempre trabajando. Me temo que, también, un futuro dramaturgo de genio.

–Sigamos en los esfuerzos de síntesis. Te pido brevedad para responder la siguiente pregunta: ¿Por qué se escribe?

–Por pasatiempo, por vanidad ciudadana, por terapia, por desesperación, y por el afán casi prometeico de modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte. Esa es, de menos a más, mi jerarquía personal del trabajo literario.

“Modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte”. Son muchos los que sostienen que la literatura tiene siempre una soterrada estatura política. Llevamos, pues, a Luis Antonio Marín hacia ese ámbito temático.

La vena literaria

–Cabe inferir de tu respuesta que tú tienes interés por la dimensión política del animal humano. ¿Es así?

–Claro, y esa dimensión es mucho más que el sistema de partidos y poderes del Estado. Creo que el arte auténtico está –paradójicamente desde su actual objetivación cosificante– llamado a mejorar lo que llamamos realidad. Las personas que leen o han desarrollado sensibilidad por el arte son más tolerantes, aventuradas, controladas, creativas, y por ende no creen que las únicas cosas buenas de la vida sean los placeres sensualistas (el zapping sexual, la borrachera perenne o el fútbol untado en escabeche); son, como se dice ahora, mejores ciudadanos.

–¿Está la literatura chilena a la altura de los requerimientos, digamos que consensuales, de la actual sociedad chilena? Entiendo que la respuesta puede ser muy larga, pero te sigo pidiendo la brevedad a que estamos condenados los periodistas.

–Creo que la mayor parte de los escritores nacionales son incapaces de evangelizar su arte más allá de sus menguadas tribunas o academias: Los escritores y las instituciones que los cobijan están más bien, y parodiando una canción de moda, acrecentando la desigualdad cultural, elitizándose. Yo creo que los lectores y públicos hay que salir a buscarlos. Estoy a favor de las ferias del libro y encuentros de escritores, pero estoy más a favor de que los escritores indaguen en públicos nuevos, incluso iletrados, verbalizando sus textos, reencantando a la gente.

“Yo intenté hacer, gratuitamente y porque me gustan los desafíos, talleres de escritura en la cárcel de Temuco y en el Regimiento Tucapel. No me consideraron; pero creo que la cosa va por ahí, o si no, que nos pudramos todos en el basural del neoanalfabetismo”.

–¿Qué expresa tu libro Palacio Larraín? ¿Cómo sintetizas su mensaje?

–No creo que haya un mensaje así a secas. Para nada. Sólo puedo decir que el sentimiento que engendró mi libro fue la desesperación por una juventud (la mía y la de otros chicuelos) desperdiciada; es tal vez una metáfora de la imposibilidad del arte: un caballo lanzado a pique contra un acantilado.

–¿En qué género literario se inscribe tu libro?

–El asunto de los géneros literarios está siendo replanteado desde las vanguardias. Yo los veo más como un sistema de expectativas que se genera en el lector, que como un sistema cerrado y de leyes intransferibles. Incluso el tema de la literatura como invención, como mera irrealidad –en contraposición a la ciencia dura, la ciencia social o el periodismo que te dicen “la verdad”– tiene los días contados.

“Mi libro nació como un conjunto de cuentos (o cartas, testimonios y hasta posibles guiones teatrales y de cine) que tenían en común ciertos personajes de pretensiones biográficas y autobiográficas. Después me convencí (me convencieron) que el sentido y el orden espacial (por ser historias engendradas en tres ciudades chilenas: Santiago, Ciudad Sur y Parición) y temporal (por ser relatos con cierta progresión epopéyica deudora del bildungsroman o novela de formación) hacían de mi texto una novela con una estructura menos ortodoxa. Fue por ello que decidí titularlo Palacio Larraín y otros relatos de novela, pero mi editor prefirió dejarlo en Palacio Larraín y que el lector decidiera”.

¿Autodestrucción?

–Resulta fácil pensar que Palacio Larraín encierra una suerte de convocatoria a la autodestrucción. ¿Crees tú que sea así?

–¿Fácil de pensar para quién? ¿Para el pastor pentecostal de Cuñuñuco? Me parece que desde el mismo momento en que el sociólogo protagonista Domínguez Montressor recopila y recrea la catástrofe, deja de encarnarla, al menos simbólicamente. La autodestrucción, que pasa por el descentramiento psíquico de los héroes del relato, no es una apología de la derrota, si no más bien una invocación a la lucha, a la rebeldía contra un sistema social que te cosifica, que ha perdido el auténtico sentido del ritual, y donde el poder se ejerce de manera deshumanizada: y no porque en el edificio del poder haya puros desalmados, si no porque la complejización de la realidad (de las leyes, de las cifras, de las entidades jurídicas) hace que éste sea casi una pura abstracción.

¿Para qué escribir?

–Pese a que sostienes que tu libro no entraña un mensaje, no es posible perder de vista algo que ya respondiste: que se escribe para "modificar las condiciones objetivas de la realidad social a través del arte". ¿Cómo contribuye a ese propósito Palacio Larraín?

–Se da una paradoja con los libros de esta índole: La desesperanza que recrean está preñada de esperanza. Esa paradoja, claro está, no la sentí al escribir los relatos más duros del libro. "Palacio Larraín" lo escribí entre 1999 y 2004, a un ritmo de escritor aficionado, situación que espero se modifique”.

–¿Qué opinas de la reciente nominación de José Miguel Varas como Premio Nacional de Literatura? ¿Qué consideración te merece lo afirmado por Andrés Gómez en cuanto a que no fue "ninguna sorpresa", porque se escogió a un escritor de trayectoria pero que, a diferencia de Enrique Lafourcade o Germán Marín, no genera discordias.

–No estoy de acuerdo con Gómez. ¿Qué acaso se trata de reivindicar la política de los consensos propulsada el año 90 por el ya senil Patricio Aylwin, o de premiar a las buenas personas? Había cinco escritores con más mérito ¡LITERARIO! que Varas (Marín, Lafourcade, Eltit, Allende y Skármeta, en ese preciso orden), pero premiaron a este caballero. Lo que allí ocurrió fue que el último premiado, Armando Uribe Arce, es íntimo amigo de Varas e influyó sobre todo el resto del jurado, que saben tanto de literatura como yo de ecuaciones trigonométricas.

En La Araucanía

–Bien, regresemos a los temas que parecen interesarte especialmente. ¿Qué me puedes decir de la realidad literaria de nuestra región de La Araucanía? (estoy seguro de que no te falta información al respecto).

–Hay una clara explosión del tema de la literatura mapuche, que tiene más que ver con un fenómeno sociológico de alteridad invertida que con un asunto de calidad intrínseca. El doctor Carrasco y sus adláteres de la UFRO quieren dejarle claro al mundo que “yo los vi primero”, en relación a los artistas que tienen apellidos que hace 20 años eran motivo de burlas y ahora campean. Literariamente hablando, el panorama es desalentador. No sé si Guido Eytel planifique nuevas obras, pero en términos generales los escritores de generaciones anteriores a la mía parecen haber perdido la pólvora. De los que tienen mi edad rescato a Claudio Maldonado, porque es mi amigo (y no “el Lex Lutor Marín”, como dijo un resentido crónico) y tiene suficientes obsesiones como para escribir algo considerable. Los narradores de mi generación que lograron publicar antes, se fueron de acá, lo mismo Jaime Huenún, uno de los mejores poetas vivos que he conocido; lo mismo pretende hacer Maldonado e hizo también el último premio Pablo Neruda de poesía. En Chillán y Valdivia, por dar un par de ejemplos, el asunto no es así.

La migración

–He sabido que planeas incursionar en el mundo académico y gremial de la literatura que ofrece actualmente España. ¿Por qué te parece necesaria esa incursión? Más bien, ¿ves todas las puertas cerradas en Chile?

–Eso es un tanto inexacto (quizá trabaje elaborando guiones o lavando platos), aunque lo cierto es que sí pretendo irme. Mis infecundos deambulares por el arte y por la patria –programas de radio, abortadas empresas de gestión y productos culturales, columnas, guiones, teatro, especializaciones farsantes (como lo es casi todo lo engendrado en la academia)– me tienen rotundamente fatigado. Asimismo, el panorama artístico y literario de Chile es de una malignidad espesa. Está lleno de lobbystas, mercaderes, lamepuertas, timadores, enclaustrados (hablo de aquellos cooptados por la academia); todos metidos en la bolsa de gatos que provoca el exceso de gente para tan poco espacio. En Chile están surgiendo muchos escritores para tan pocos lectores: eso provoca hacinamiento y desplaza el punto de interés desde la creatividad misma a las odiosas querellas paraliterarias.

–Una última pregunta. Parece evidente que te sientes un rebelde, entendiendo que la palabra ‘rebelde’ es el sustantivo del verbo ‘rebelar’, que significa exactamente “Sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida”. ¿Por qué y cómo ser rebelde? ¿Acudiendo quizá si a las drogas?

–Me quedo más bien, con eso de la obediencia debida: La obediencia no tiene porqué ser una cuestión inercial, una convención, sino nacer de una convicción. Ahora bien, yo nunca fui de aquellos que pateaban el tablero o gritaran a voz en cuello: Nunca estuve conforme (por ejemplo con todo lo que recibí de mi atroz universidad), pero jamás lo di a entender… quizá por esa aporía me las di de escritor.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No queda sino sumarse al juramento del padre de Marín:

Marín, lo siento: me sumo al juramento.

Anónimo dijo...

Dejen en paz a Pinochet. Tanto que hablan contra los curas y contra Pinochet que era católico y veraz. Hasta cuando. Debiera darle verguenza al señor Barrera.

Y mi general está bien. Le quedan más años de vida que a Usted.

Anónimo dijo...

¿Y quien es esa señora que comentó antes que yo? Creo que hay una terrible ausencia de siquiatras en nuestro país.

Muy buena la entrevista que le hiciste a Marín. Salen algunas preguntas que no están en la que se publicó en "El Diario Autral" (una porquería de diario, demás está decirlo).

Aníbal. Me alegro mucho que le hicieras esta entrevista a Lucho, y por cierto que me alegro mucho de su logro; yo siempre lo he visto como un súper escritor, que desaprovecha su talento.

Me alegro que estén en la buena, porque no han sido pocas las ocasiones en que se han agarrado a palos, y creo que por tonterías.

Un afectuoso saludo.