domingo, julio 31, 2005

Un cuento


Sólo un caso de oxímoron

Estornino

Creo de modo definitivo que mis esfuerzos por escribir mis más bien sórdidas aventuras con la Marlene Olivarí no arribaron a buen puerto.

En principio, en cambio, me parece posible (y plausible) relatar lo que ocurrirá entre esa muchacha de dieciocho años de vida, que es mi alumna de Lenguaje y Comunicación en ese modesto cursillo preuniversitario del cual soy honorable y desinteresado docente. Entre esa muchacha, decía –de mirada muy inocente y de textura general altamente erotizante (tiene un trasero francamente de fantasía y mi amigo Giovanni sostiene que la mujer que tiene bueno el poto tiene bueno todo lo demás)–, y yo.

Yo soy un hombre que parece haber ingresado en la senectud pero que lo niega de modo terminante. Soy un gallo francamente raro, aunque no por eso menos gallo.

Bueno, cómo no reconocer que esa muchacha suscitó en mí desde el comienzo una calentura más bien hipotética. Y cómo no reconocer que suscitó también en mí desde el comienzo un pueril –y lo que es peor: ya vivenciado otras veces– calor paternal hacia ella.

No sé si se capta que estoy enfrentado a un dilema suficientemente crítico: la muchacha esa me excita, me hace imaginar duras circunstancias de ardores eróticos –no pocas de ellas adornadas con látigos rojos y perfumadas de buena marihuana–; pero también me hace sentir padre. Su papá. Su amigo. Su consejero. Su confidente.

A decir verdad, no estoy seguro de que me resulte posible relatar lo que ocurrirá entre ella y yo. No tanto por no haber ocurrido sino porque me temo que nunca ocurrirá.

A esta altura, estoy empezando a convencerme de que bien podría suicidarme en un par de horas más, cuando el vino tinto haya hecho de las suyas: la vida me está resultando francamente agobiante por tramposa.
No podría, entonces, besar sus labios bajo la cobertura cagadora[1] de los árboles de la plaza de Temuco, inmediatamente después de haberme desempeñado como su admirado profesor –y de haberle hablado majaderamente de las amplias propiedades del oxímoron–, inmediatamente después de haberle dicho con franca intención seductora: ¡Eres una rosa en el mar! Ni podría besar ritualmente su cabeza, en esa caricia cínica y ambigua que suele resultar desconcertante para las mujeres: las hace sentir protegidas y las calienta a la vez.

Pero también es posible que no me suicide; que, por enésima vez, saque fuerzas de flaquezas y termine por reirme de todos mis llantos (no en vano dije que soy harto gallo).

De ser así –¡Oh, infausta y oximorónica contradicción!–, no tendría más remedio que ser sólo su papá. Su amigo. Su consejero. Su confidente.

[1] Cagadora, en el más literal sentido de la palabra: desde los árboles de la plaza principal de Temuco suelen cagar los pájaros no sólo a las parejas heterosexuales y homosexuales, sino, en estricto rigor, a cualquiera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmmm, según Freud, esos son los síntomas de las ansias pedofílicas que surgen con la senectud.

Anónimo dijo...

Todos mis respetos Sr. Barrera, conocí personalmente a Don Patricio, puesto que el se gano una propuesta de su empresa para solucionar un problema de un canal que costeaba el borde de mi propiedad, fue alumno de mi padre en la Universidad Técnica del Estado, también conocí a su esposa en mi infancia eramos vecinos. Su homicidio fue terrible y concuerdo con todo lo que usted dice, ademas Temuco una gran parte de esta ciudad también sabe lo que usted describe, y si es cierto que hay homosexuales de plata,políticos y empresarios...mi marido fue el primero que nos dijo que había pasado en realidad era un secreto a voces!!!!"a ese caballero lo mataron los maricones de plata"....todo Temuco lo sabia!!!