martes, septiembre 06, 2005

Sopesando a Sonia


El Estornino

Bueno, siempre es provechoso sopesar las cosas. En mi opinión, sopesar las cosas es exactamente lo que significa el ensayo, el género literario así denominado.
Pero, también en mi opinión, sopesar las cosas no conlleva la obligación de transportarlas.
Por ejemplo, creo que he renunciado a seguir soportando las cosas del pasado: aquellas múltiples, recurrentes y aun voluntarias insuficiencias.
De lo que se trata ahora –¡de una puta vez por todas!– es de ensayar lo que viene. El futuro. Ese cúmulo de hechos y de circunstancias en los cuales se deberá llevar la voz cantante. ¡Basta de humillaciones! ¡Basta de rehuir la soledad! (no en vano, Jaime Huenún, el sedicente poeta mapuche, dejó dicho en Puerto Trakwl: …La soledad nos había librado para siempre/ de todo temor y de cualquier destino).
Pues, sopesemos: de ahora en adelante, cero de temores y mucho de libertad. Hombre, ¡si te has ganado la libertad! Y sabrás usar libremente tu libertad. Esa libertad conquistada en la noble escuela del sufrimiento.
En lo que, por ejemplo, se refiere a las mujeres, deberás saber buscar; de haberlas, las hay.
Aunque haya que pagarlas.
A decir verdad, es mejor pagarlas. Y, claro, sopesarlas debidamente.
Habrá de aparecer Sonia –al azar sean dadas las gracias–, una estupenda estudiante del penúltimo año de periodismo.
Alta. Morena. Altanera. Olerá a hembra. Se valora y respeta en esos y en otros precios. Sonia es tan bella como lo es una escultura de Rodin. Es elegante. Su precio es obviamente alto, te dirás.
–A ver –el tema no me resulta grato para nada–, ¿cuánto cuesta compartir contigo una noche? –le dirás con cautela mientras comparten un whisky.
–Tú me caes bien: eres bien hombre para tus cosas. Digamos que 60 mil pesos… incluyendo, por supuesto, un par de buenos pitos y, qué sé yo, dos o tres whiskies.
Se pacta con ella. No lo olvides: se pacta con ella confiadamente, porque Sonia es una excelente profesional del periodismo sexual: una de sus fuentes –una amiguita lesbiana– le ha proporcionado amplias informaciones acerca de lo que nos gusta a los varones heterosexuales.
Sonia es una diosa del sexo. Deberás asumir eso con mucha altura de miras y, lo que sin duda es más importante, con toda humildad: es tu diosa y deberás adorarla.
No obstante el ya hecho pago de los 60 mil pesos (tu habrás de pensar en otorgarle 10 mil más: 70 mil pesos; porque vaya que se los tendrá merecidos), haz de ser prudente: deberás ver en cada paso cómo hacer las cosas. Si te abandonas –como tantas veces te has abandonado–, todo se irá a la mierda.
Deberás sopesar.
No, no, no; olvida por completo el Viagra o el Cialis; no necesitas robustecerlo… ¡Te lo aseguro!
Será todo bueno.
Te juntarás con Sonia en el café Premium, a la hora convenida. Tú estarás sereno, bien vestido y con una dosis adecuada de fragancia masculina. Ella, al verte, a unos cuatro metros de distancia, se cerrará el chaquetón azul al darse cuenta de que tú reparaste en que no lleva sostén, ya que percibirás con toda claridad la suma insolencia transparentada de sus pezones morenos. Su polera blanca parecerá a punto de hacer explosión. Cubrirá, entonces, ese devastador panorama lo que –ustedes lo imaginan– resultará aún más devastador.
Pero le tomarás la mano con tu mejor y más sentida galanura, y caminarás con ella en dirección al taxi colectivo que los llevará hasta el appart hotel preconvenido. En el colectivo serás sobrio: sólo su mano tomada y leves y prudentes olfateos a su cuello adornado con una descomunal, sinfónica y brillante cadena de plata. Sí, sin ninguna duda ésa ya será una experiencia inolvidable: olerla y escuchar el sonido armonioso de esa cadena de plata que juguetea y se desliza sobre sus senos carentes de loriga. Y estampar en ese aroma divino lo mejor que puedas ofrendar a tu diosa morena.
Llegarás al lugar del ritual. La ayudarás galantemente a bajarse del auto y esta vez ella no ocultará la majestuosa vehemencia de sus senos. Tú empezarás a soñar; tu virilidad responderá de inmediato como en los mejores tiempos.
Subirán una amplia escalera. La llevarás cogida de la mano para que no pueda escaparse. Uno nunca sabe. Llegarán ante la promisoria revelación en bronce de la habitación número cinco. Abrirás tú la puerta. La camarera, dotada de un trasero no creíble, te dirigirá una maternal y elocuentísima mirada de aliento: ¡te las tenís que poder con la Sonia!
Cerrarás con suavidad la puerta tras de ti. La experiencia olímpica estará comenzando.
Sonia procederá a quitarse el chaquetón azul y tú sabrás de inmediato que estás a merced de ella, que es tu diosa la que manda.
¿Qué más?
Francamente, no lo sé. No lo he sopesado aún.

No hay comentarios: